Regina de Alvear: la soprano portuguesa que llegó a primera dama argentina

Regina Isabel Luisa Pacini Quintero nació en Lisboa (Portugal) el 6 de enero (el día de los Reyes, de ahí su primer nombre) de 1871 y murió en Buenos Aires (Argentina) el 18 de septiembre de 1965. Fue una soprano ligera, Primera Dama durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear y benefactora de las artes; hija del barítono Pietro Andrea Giorgi – Pacini (director escénico del Real de San Carlos y autor de 90 óperas) y de la andaluza Felisa Quintero.

A los dieciséis años tenía una voz de cristal. Su carrera fue imparable y conquistó todos los baluartes de la lírica: se rindieron al hechizo de su voz el Liceo de Barcelona, la Scala de Milán, la Ópera de París. En el Covent Garden de Londres cantó Lucía de Lammermoor con Enrico Caruso. Y, aunque la belleza no haya sido su mejor aliada, quisieron casarse con ella millonarios y militares rusos, polacos, suecos… A todos les dijo que no, porque quería dedicarse enteramente a su carrera, y así lo hizo hasta sus treinta seis años de edad.

En 1899 debutó en el Teatro Solís de Montevideo donde la escuchó Diego de Alvear (el primo melómano de Marcelo T. de Alvear), quien le elogió tanto la voz que despertó en quien sería su futuro fanático y luego marido una curiosidad tal que fue a disfrutar de su performance en “El Barbero de Sevilla” en el Teatro Politeama de Buenos Aires. Esa noche, Marcelo Torcuato, se enamoró perdidamente. Le envió varias docenas de rosas rojas y blancas y una pulsera de oro y brillantes, la cual Regina devolvió antes de regresar a Europa.

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Regina Pacini  y Marcelo T. de AlvearRegina Pacini y Marcelo T. de Alvear

 

Él no paró hasta conquistarla. Durante más de ocho años recorrió los mejores teatros de Madrid, París, Londres, Montecarlo, Budapest y Odessa -entre otras ciudades europeas-, llenándole los camarines con miles de rosas rojas y blancas, hasta que, en 1907, en la cumbre de su carrera, la soprano portuguesa le dio el sí, retirándose de la actuación y convirtiéndose en una importante benefactora de las artes escénicas.

Durante la Primera Guerra Mundial la pareja residió en Coeur Volant, el castillo normando en Versalles que Marcelo le obsequió como regalo de bodas. Mientras tanto, Regina, realizó numerosos actos humanitarios que le valieron el otorgamiento de la Gran Cruz de la Legión de Honor de Francia. Su marido era el embajador argentino en ese país y ella dirigió un hospital de sangre.

Por más de cuatro años no pisaron Buenos Aires. El regreso se produjo recién en 1911 para asistir al casamiento de Elvirita de Alvear. El vacío que le hicieron las mujeres a Regina fue mortal, así como la envidia que sentían por ella, por haber encandilado al dandy de oro nacional. Dicen que Marcelo, cuya fama de mujeriego siempre había sido amplia, le dijo indignado a su esposa: “No te preocupes, querida, que a todas estas yo les levanté las polleras”.

En 1922, Hipólito Yrigoyen eligió a Marcelo Torcuato como su sucesor. Le tocó gobernar hasta 1928, la última década feliz de la Argentina. Entretanto celebraron incontables inauguraciones, recepciones y fiestas. A su lado, Regina, fue una primera dama discreta, que apoyó actividades culturales con entusiasmo. Infaltables en las funciones del Teatro Colón, la pareja presidencial atravesó una época de efervescencia creativa. Los jóvenes escritores apreciaban el interés que en ellos depositaban y Victoria Ocampo los amaba.

En 1938, Regina, fundó la Casa del Teatro de Buenos Aires: un asilo para actores semejante a la Casa Verdi de Milán, con cuarenta cinco habitaciones, dos pequeños museos y la sede del Teatro Regina -nombrado en su homenaje-. También, construyó el Templo de San Marcello y el colegio anexo. Por otro lado, una localidad de la provincia de Río Negro, fundada en 1924, fue bautizada en su honor: Villa Regina.

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Regina de Alvear
Regina de Alvear

 

Regina Pacini de Alvear falleció en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires, donde tenía su residencia, a los 94 años, habiendo sobrevivido a su gran amor por más de veinte años y habiéndole llevado todos los veintitres de cada mes un gran ramo de rosas blancas y rojas a su bóveda en el cementerio de la Recoleta, en la cual solía sentarse en una sillita en el interior pasándose allí horas lagrimeando y pronunciando profundos “te amo y te seguiré amando hasta que en el cielo volvamos a besarnos”.

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