¿Quién ordenó el asesinato de Matteoti?

El 24 de mayo de 1924, día de fiesta nacional porque en él se conmemoraba la entrada de Italia en la guerra, se reunió el Parlamento italiano que acababa de emerger de las últimas votaciones. Los fascistas de Mussolini contaban con 374 escaños frente a poco más de un centenar de la dividida oposición. Este triunfo en toda regla no iba a ser aceptado en silencio por un diputado socialista por Rovigo llamado Giacomo Matteotti.

Apodado “la tempestad”, Matteotti era hijo de acomodados terratenientes, pero a la vez entregaba la mitad de su salario de diputado a un orfanato de niños. Desde hacía años su intrepidez lo había convertido en objetivo de las violencias fascistas. En Rovigo, incluso lo habían secuestrado y torturado aplicándole la llama de una vela al ano. Sin embargo, nada de aquello había logrado asustarlo. De hecho, el día de apertura de la Cámara pronunció un discurso que permitía tener una visión bastante adecuada de la campaña electoral que había concluido con el triunfo de Mussolini.

De los cien candidatos socialistas unitarios, sesenta no habían podido llevar a cabo su campaña porque los fascistas lo habían impedido violentamente. Incluso habían asesinado a uno de los candidatos en su casa simplemente porque se había atrevido a presentarse a las elecciones. Las votaciones no habían resultado menos irregulares. Así, jóvenes de veinte años habían votado bajo el nombre de sexagenarios. En una mesa electoral, por ejemplo, los fascistas habían golpeado hasta dejar sin sentido a los primeros quince votantes porque se habían negado a apoyar la lista fascista. Además se habían apoderado de las tarjetas de empadronamiento de gente que tenía temor a votar y el mismo fascista había votado con ellas hasta diez y veinte veces.

Finalmente, la custodia de las urnas había sido encomendada por Mussolini a los miembros de la Milicia fascista. Cuando Matteotti pidió la invalidación total de las elecciones el recinto se convirtió en una algarabía indescriptible. El diputado socialista no se hizo ilusiones sobre su futuro. Al volver a tomar asiento, comentó sonriente al diputado Antonio Priolo que debía ir preparando su oración fúnebre. Mussolini había abandonado la Cámara presa de la cólera y se dirigió al Palacio Chigi. Allí se encontró con Giovanni Marinelli, el secretario administrativo del partido, y desfogó su ira culpando del discurso de Matteotti a la cobardía de los fascistas.

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Marinelli interpretó sus palabras como un cheque en blanco para actuar. Motivos adicionales no le faltaban. Al parecer, el diputado socialista contaba con pruebas de que la Sinclair Oil Company de New Jersey había entregado ciento cincuenta millones de liras para hacerse con la concesión del petróleo italiano y que esa cifra había ido a parar a los ministros de Trabajo y Economía, al subsecretario de interior, al secretario de prensa de Mussolini y al director del Corriere Italiano.

El 10 de junio de 1924 seis fascistas se dirigieron al domicilio de Matteotti. Al parecer sólo estaban llevando a cabo un reconocimiento del terreno pero en ese instante el diputado socialista salía de su casa. Inmediatamente, cuatro de los fascistas, ante la mirada de algunos testigos involuntarios, salieron del auto y, tras sujetar a Matteoti, se lo llevaron forcejeando. Ya en el interior del vehículo, Matteoti estiró la pierna y le dio un talonazo en los testículos a uno de sus captores. Cegado de dolor, el fascista cortó con su cuchillo la arteria carótida del diputado. Alegaría posteriormente que había sido un accidente y que ni siquiera se había percatado al principio de lo sucedido. Es muy posible que así fuera pero en cualquier caso la herida causó la muerte de Matteotti.

Desconcertados, los fascistas vagaron sin rumbo con su automóvil hasta que sobre las ocho de la noche, de camino hacia Roma, entraron en un bosquecillo situado a un centenar de metros de la carretera y decidieron sepultar allí al diputado. El agujero cavado resultó tan pequeño que hubo que doblar el cadáver para que cupiera en él. Aquella noche, Marinelli puso a Mussolini al corriente de todo. El dirigente fascista, abrumado por la noticia, le dio la orden de que no hablara de lo sucedido con nadie. El 13 de junio, la esposa de Matteotti visitó a Mussolini. Este le aseguró que si supiera lo que había sucedido al diputado se lo devolvería vivo o muerto.

En los días siguientes, uno tras otro los asesinos fueron cayendo en manos de la policía. Mussolini era consciente de que el sistema parlamentario estaba herido de muerte pero aún no había sido totalmente desguazado. Precisamente por ello, su situación resultaba especialmente delicada. A un paso del poder total podía verse desposeído de él simplemente por la intervención de los políticos clásicos o, especialmente, del monarca. No es extraño que en aquellos días se sintiera especialmente amargado. Su estado de ánimo estaba tan abatido que llegó a golpearse la cabeza contra el respaldo de madera de su silla o a negarse a comer otra cosa que huevos crudos.

El 16 de agosto, finalmente se descubrieron los restos mortales de Matteotti. Como había sucedido durante la Marcha sobre Roma, el rey acudió en ayuda de Mussolini. En paralelo, la reina madre hizo llegar un mensaje al dirigente fascista comunicándole que no debería dimitir bajo ningún concepto. Sin embargo, la situación seguía siendo difícil y la inquietud se extendió a las filas fascistas. En enero de 1925, Mussolini compareció ante la Cámara y asumió, en tono desafiante, la responsabilidad por la muerte de Matteotti a pesar de que ésta había sido un accidente. Aquella acción de Mussolini no iba a ser un pronunciamiento previo a la dimisión sino a la plena asunción de poderes.

En los siguientes meses todos los partidos fueron abolidos salvo el fascista; las elecciones municipales se convirtieron en reliquia del pasado; se apartó de la administración -y se privó de pasaporte- a los que no pertenecieran al partido fascista; desaparecieron los derechos sociales como el de huelga; se suprimieron los jurados sustituyéndolos por tribunales especiales sin derecho a la apelación ni a los testigos de descargo; y la OVRA (Organizzazione di Vigilanza e Repressione dell´Antifascismo) transformó el país en un estado policial.

En pocas semanas, el número de exiliados ascendió a una decena de miles de personas. Para los demás opositores directos -apenas unos centenares- quedaron reservados los presidios de las islas Lipari y Pontinas, o el asesinato clandestino ejecutado por los fascistas. Seguramente Mussolini siempre deseó implantar una dictadura personal pero lo cierto es el asesinato de Matteoti -un asesinato no planeado y que nadie ordenó- le abrió el camino.

Texto extraído de AQUI

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