Porcofobia

En el Deuteronomio (otro libro del pentateuco) Dios especifica más aún las restricciones gastronómicas: “Tampoco deben comer carne de cerdo, pues aunque tiene partidas las pezuñas, no es rumiante. ¡Ni se les ocurra tocar un cerdo muerto! Pueden comer cualquier pescado que tenga escamas y aletas, pero Dios les prohíbe comer de cualquier animal que viva en el agua y no tenga aletas ni escamas, pues son animales impuros. Pueden comer cualquier tipo de ave que no sea impura. Las aves que Dios ha prohibido comer son las siguientes: el águila, el quebrantahuesos, el águila marina, el milano, el avestruz, la lechuza, la gaviota, el búho, el ibis, el cisne, el pelícano, el buitre, la cigüeña, la garza, la abubilla, el murciélago, toda clase de halcones, todo tipo de cuervos, toda clase de gavilanes. No podrán comer insectos que tengan alas y vivan en enjambres, pues para Dios son impuros. En cambio, podrán comer toda clase de grillos y saltamontes, pues son considerados puros. Si un animal muere, no coman de su carne, pues ustedes son un pueblo que pertenece a Dios y él así lo ha ordenado. Sin embargo, pueden darle la carne a cualquier extranjero que viva entre ustedes o venderla a un extranjero que esté de visita en el pueblo. Tampoco les está permitido cocinar un cabrito hirviéndolo en la leche de su madre.” (Deuteronomio 14, 8)

Estas particulares pautas alimenticias, que dejan bastante tela para cortar, servirán como prólogo para repasar el contexto histórico y geográfico que se relaciona con la prohibición del cerdo como alimento.

Como quedó expuesto, el Dios de los antiguos hebreos consideraba al cerdo un animal impuro. Mil quinientos años más tarde, Alá le dijo a su profeta Mahoma más o menos lo mismo. El Corán también prohibe el consumo de carne de cerdo: “Él solo te ha prohibido lo que muere de sí mismo, y sangre, y carne de cerdo, y aquello sobre lo que se ha invocado cualquier otro que Dios”, considerando al cerdo como un alimento “haram” (ilegal).

¿Por qué dioses como Yahvé o Alá han prohibido una bestia inofensiva, cuya carne es apetecida por gran parte del mundo? Las explicaciones son variadas y pueden enfocarse desde puntos de vistas religiosos, antropológicos, culturales o históricos.

Inicialmente la explicación más popular decía que el cerdo era un animal más sucio que otros, porque se revuelca en su propia orina y come excrementos. Sin embargo, relacionar la suciedad física con la abominación religiosa no parece muy coherente, ya que también las vacas chapotean entre su orina y sus heces, y estando hambrientas comerían excrementos humanos. Y calificar de “puros” (como en el texto citado) a grillos y saltamontes es, por lo menos, curioso. Así que al parecer por ahí no va la cosa.

A finales de la Edad Media, los rabinos judíos reconocieron esas incoherencias. Moisés Maimónides (que fue médico de Saladino en el siglo XIII) daba una explicación más “sanitaria”: decía que la prohibición del cerdo era algo así como una medida de salud pública tomada por Dios debido a que la carne del cerdo (según Maimónides) “tenía un efecto malo y nocivo para el cuerpo”. No especificó por qué, pero era el médico del sultán y su opinión era más que respetada.

Siglos después, la evidencia de que la triquinosis era provocada por comer carne de cerdo mal cocida fue interpretada como la confirmación de la sabiduría de Maimónides. Los judíos de mentalidad reformista (más abiertos) se vieron satisfechos con este argumento racional y renunciaron al tabú de la carne de cerdo, ya que cocida adecuadamente esta carne ya no constituía una amenaza a la salud pública y por lo tanto su consumo no podía ofender a Dios. Pero los rabinos más fundamentalistas no estaban de acuerdo: si Yahvé hubiera prohibido el cerdo sólo para proteger la salud de su pueblo, le bastaba con ordenar que comieran la carne de cerdo bien cocida y punto, en vez de prohibirla totalmente. Dios pensaba en algo más importante que el bienestar físico, decían. Además, sostenían, la carne de vaca mal cocida también era fuente de parásitos como las tenias. Las vacas, las cabras y las ovejas transmiten la brucelosis, y esos y otros animales comestibles (pero no los cerdos) transmiten una enfermedad gravísima como el ántrax. Así que todos estos conocimientos que se fueron adquiriendo fueron tirando abajo la explicación ancestral de Maimónides.

Ante estas contradicciones e incongruencias teológicas (que ocuparon muchas discusiones y polémicas) la mayor parte de teólogos judíos y musulmanes fueron dejando de buscar una explicación “biológica” a la prohibición y se volcaron a una posición mística (para variar), que sostiene que lo impuesto por Dios debe acatarse y que la gracia (de Dios o de Alá) alcanzada por cumplir el precepto depende justamente de no saber qué tenían esos prestigiosos dioses en mente ni tratar de descubrirlo.

Después llegó la antropología moderna con nuevas interpretaciones. James Frazer (el famosísimo antropólogo, autor de “La rama dorada”) declaró que los cerdos, al igual que todos los animales “impuros”, fueron sagrados en su origen, y que la razón para no comerlos era que habían sido originariamente divinos. Eso también resultó discutible, ya que en la antigüedad también fueron adoradas cabras, ovejas y vacas, y los grupos étnicos de la región no dejaron nunca de comer su carne. Como ejemplo, recordemos que el becerro de oro fue objeto de adoración de los hebreos en el éxodo de Egipto, en la ladera del monte Sinaí, mientras Moisés se encontraba con Yahvé para que le diera las tablas de la ley con los diez mandamientos.

Otros estudiosos han sugerido que los cerdos fueron símbolos totémicos en distintos clanes tribales. Este argumento choca con la misma respuesta: otros animales aceptados como comestibles también fueron totemizados.

Buscando este tipo de explicaciones religiosas, mitológicas o místicas parece que no se llega a ningún lado. Básicamente, porque a lo religioso se lo obedece, no se lo razona ni hay por qué comprenderlo.

Así que no está mal echar una mirada algo más “materialista”. Es posible pensar, como sostiene el antropólogo Marvin Harris, que la Biblia y el Corán condenaron al cerdo porque la cría de cerdos constituía una amenaza para la integridad de los ecosistemas naturales y culturales de Oriente Medio.

¿Cómo se intrepreta esto? Como una cuestión más geográfica que otra cosa. Los hebreos eran pastores nómades que vivían de sus rebaños de ovejas, cabras y vacunos, adaptados culturalmente a las regiones áridas, accidentadas y poco pobladas que se extienden entre los valles fluviales de la Mesopotamia y Egipto. Como todos los pueblos pastores, se relacionaban con los agricultores sedentarios que vivían en los oasis y las orillas de los grandes ríos. En ocasiones estas relaciones influían en el estilo de vida de los pastores, que se hacía algo más sedentario y se orientaba hacia una primitiva agricultura. En esta mezcla de agricultura y pastoreo, la prohibición de la carne de cerdo se parecería más a una estrategia ecológica que a una “prohibición divina”. Los israelitas nómadas no podían criar cerdos en sus llanuras y colinas deforestadas, estepas demasiado áridas y con escasez de un riego aceptable como para permitir una agricultura independiente. Los animales que mejor se adaptan a esas zonas son los rumiantes: vacunos, ovejas y cabras. Los rumiantes tienen “bolsas” antes del estómago que les permiten digerir hierbas, hojas y otros alimentos compuestos de celulosa en forma mucho más eficiente que otros mamíferos.

El cerdo, en cambio, es ante todo un animal de bosques y riberas. El cerdo se nutre sobre todo de nueces, frutas, tubérculos, granos, alimentos más bien pobres en celulosa. No puede subsistir a base de hierba, no es una fuente de leche y no es fácil conducirlo en largas distancias. Además, el cerdo no regula tan bien su temperatura corporal; debe humedecer su piel para compensar su falta de pelo protector y su incapacidad para sudar. Prefiere revolcarse en el lodo fresco, pero cubrirá su piel con su propia orina y heces si no tiene otra cosa cerca. Por eso, mientras más elevada es la temperatura, más “sucio” se vuelve el cerdo (acá aparece cierta relación con respecto a la teoría que dice que la impureza religiosa del cerdo se fundamenta en su suciedad física).

Las ovejas y las cabras fueron los primeros animales en ser domesticados en Oriente Medio, hacia el año 9000 a.C.; los cerdos fueron domesticados en esa región unos 2000 años después. Pero necesitaban lodo, sombra, no producían leche y comían los mismos alimentos que los hombres, así que no daba grandes beneficios criar cerdos; de hecho, eran apenas el 5% de animales domesticados en la región.

En esos tiempos, todo animal que se criaba principalmente por su carne era algo así como un artículo de lujo. En las comunidades de Oriente Medio que combinaban pastoreo con agricultura, los animales domésticos eran fuente de obtención de leche, queso, pieles, fibra, tracción para arar o para carga y, al final de la lista, un suplemento nada despreciable de carne más bien magra. Desde ese punto de vista, el cerdo seguramente era un artículo de lujo, estimado por su carne tierna y grasa.

Eso se acentuó más con el correr de los siglos: a medida que se desarrollaban la agricultura y la cría de ganado rumiante, la deforestación fue aumentando, disminuyó la sombra y por lo tanto los escasos rellanos frescos hicieron que el cerdo fuera cada vez más un especimen excepcional, un lujo ecológico. Y como si eso fuera poco, la población humana empezó a crecer lo suficiente como para necesitar alimentos que hasta entonces se destinaban a los cerdos (trigo, maíz, etc). Oriente Medio resultaba entonces un lugar inadecuado para criar cerdos, pero su carne era un manjar y a la gente de la época le resultaba difícil resistirse a la tentación, así que tanto Yahvé como Alá decidieron que comer cerdo era una impureza. Tratar de criarlos (sólo para comer su carne) produciría una pequeña cantidad debido a las dificultades mencionadas, y eso sólo aumentaría la tentación; por lo tanto era mejor prohibir por completo el consumo de carne de cerdo y centrarse en la cría de cabras, ovejas y vacunos.

Según razona Marvin Harris, la religión gana fuerza cuando ayuda a las personas a adoptar decisiones que concuerdan con prácticas útiles preexistentes pero que no son tan absolutamente evidentes, y los tabúes cumplen también la función social de ayudar a la gente a considerarse parte de una comunidad; en definitiva, un tabú es un instrumento de identidad.

Tampoco es posible explicarlo todo y seguramente quedan cabos sueltos, pero aproximarse al tema desde distintos ángulos ayuda quizá a comprender algo mejor las cosas.

¡Ah! Persisten muchos interrogantes sobre las otras numerosas criaturas prohibidas por la Biblia. Pero eso es otra historia.

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