¿Por qué la Semana Trágica de Barcelona?

Barcelona era desde finales del siglo XIX uno de los focos insurgentes más activos de la península. La industrialización catalana había dado lugar a una burguesía floreciente y a un proletariado sin soluciones políticas en la España de la Restauración, y las flagrantes diferencias sociales entre clases servirían de base para la propagación de idearios de índole revolucionaria, como el anarquismo, que concentró en la ciudad condal el grueso de sus atentados contra los intereses de autoridades y patronales.

Barcelona estaba, además, especialmente sensibilizada respecto a los abusos del poder en tanto que escenario de las idas y venidas de soldados a los conflictos en Cuba, Puerto Rico y Filipinas a finales de siglo, que representaron una auténtica sangría y que se saldaron con la pérdida de las colonias. Iniciado el siglo XX, la nueva sangría se situaría en Marruecos. En el verano de 1909, el embarque en Barcelona de unos reservistas para combatir en el norte de África fue la chispa que encendió un violento fuego insurreccional.

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Manifestaciones en Barcelona.

Manifestaciones en Barcelona.

Las protestas de la que se llamó Semana Trágica respondían a un sistema que enviaba a combatir a los más pobres, pero se expresaron en la quema y profanación de conventos, iglesias y otros edificios religiosos de la ciudad. Durante la revuelta, ni representantes ni inmuebles relacionados con los intereses de los poderosos (banca, industria, instituciones gubernamentales…) sufrieron agresión alguna. La pregunta, pues, es obligada: ¿por qué la rebelión de los más desfavorecidos contra un sistema injusto se manifestó únicamente contra la Iglesia?

Inmovilismo general

La España que despertó al siglo XX estaba marcada por el desastre colonial. A excepción de los socialistas, ninguna fuerza política estaba realmente interesada en renovar el sistema político de la Restauración. Las elecciones, pese al sufragio universal para los varones mayores de 25 años, siguieron amañándose. Ni siquiera la entronización de Alfonso XIII sirvió de acicate para la tan cacareada regeneración.

En el terreno económico la situación era peor. La pérdida de Cuba y Filipinas representó la desaparición del principal mercado para las exportaciones e importaciones y planteaba un difícil reto para las grandes fortunas que, sobre todo en Barcelona, habían crecido a la interesada sombra de un sistema convenientemente proteccionista. En aquellos años de ferviente colonialismo, España carecía de colonias, lo que equivalía a no tener mercados.

En lo social, el hundimiento colonial supuso el arribo a España, principalmente a través del puerto de Barcelona, de un gran contingente de indianos, soldados y religiosos, la mayoría en penosas condiciones. Todo ello agravó una economía en crisis, en la que la industrialización se desarrollaba de manera desigual y sin ninguna planificación. Las condiciones de trabajo, tanto del campesinado como del creciente proletariado industrial, eran lamentables, y seguía sin elaborarse un sistema jurídico que regulara unas relaciones laborales en las que las arbitrariedades de los patronos eran habituales. Además, el 90% de la población seguía siendo analfabeta, y la enseñanza era patrimonio de las órdenes religiosas, ya que el Estado carecía de un programa educativo propio.

El sucedáneo

La derrota en Cuba y Filipinas sembró el resentimiento entre la oficialidad. Incapacitados para la autocrítica, los militares culparon de la derrota y la consiguiente decadencia de su estamento a los políticos, a la creciente influencia de las ideas del obrerismo revolucionario y al separatismo. Otra consecuencia del repliegue colonial fue la hipertrofia: el ejército español estaba superpoblado de oficiales, lo que supuso el pase a la reserva o sin destino de muchos de ellos.

A principios del siglo XX, ese ejército descontento con el poder civil y con sus compatriotas en general consumía la mayor parte del presupuesto nacional. En ese contexto, Marruecos se convirtió en un remedo de la tierra prometida para los militares. Tras la Conferencia de Algeciras, a España le correspondió la tutela de la zona septentrional del país norteafricano.

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Un tranvía volcado en las calles de la ciudad condal.

Un tranvía volcado en las calles de la ciudad condal.

Poco a poco se fue fraguando la idea de que los escarpados terrenos del Rif marroquí podían ser el sucedáneo de las pérdidas económicas y territoriales en ultramar. Así que, sin grandes despliegues, se iniciaron negocios, sobre todo mineros, para explotar aquellas tierras. Estos intereses estaban directamente vinculados a relevantes personajes políticos, como el conde de Romanones, e indirectamente al propio rey Alfonso XIII. La defensa de estas empresas mineras de unos ataques de los rifeños, que se oponían a la presencia española, fue lo que motivó la movilización de los reservistas que debían embarcar en Barcelona aquel julio de 1909.

Contra la Iglesia

Fue José Canalejas, líder del Partido Liberal a principios de siglo, el primero en atacar los privilegios de la Iglesia y en colocar el papel de la religión en el Estado en el centro del debate público. La Iglesia católica era uno de los pilares en los que se cimentó la Restauración, puesto que la monarquía buscó la explícita adhesión del Vaticano y de la curia española ante la importante oposición del carlismo.

Además, a principios de siglo España acogió a muchos de los religiosos expulsados de Francia y Portugal (cuyos gobiernos llevaron a cabo la separación entre Iglesia y Estado, desplazando a las órdenes de ámbitos como la enseñanza). Esto, sumado al regreso de gran parte del clero que ejercía en las colonias, incrementó notablemente la población religiosa. En 1904 la componían cerca de 50.000 personas, de las que unas 2.000 eran extranjeras.

Pero la principal causa del auge del anticlericalismo, especialmente entre la población urbana y las clases obreras, era la escasa sensibilidad social de la Iglesia ante el problema de la lucha de clases. La encíclica Rerum Novarum, por ejemplo, promulgada por el papa León XIII en 1891, recogía aseveraciones como esta: “Pretender la igualdad entre los hombres, tal como la entiende el socialismo, es el mayor de los absurdos. Los hombres no pueden ser iguales”.

Pocas veces la jerarquía eclesiástica española se puso de parte de los trabajadores en la lucha obrera. De hecho, la Iglesia era uno de los principales motores empresariales del país. A ello se añadía el falso paternalismo con que se dispensaba la beneficencia y los servicios a los más desfavorecidos. Incluso se llegaba a competir con los obreros en el mercado laboral, ya que la Iglesia ofrecía a los huérfanos y asilados a su cargo como fuerza productiva, generalmente a un precio más económico para las compañías.

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Antonio Maura, jefe del gobierno conservador.

Antonio Maura, jefe del gobierno conservador.

La creación de múltiples círculos católicos obreros tampoco sirvió para acercar al proletariado al catolicismo, ya que en muchas ocasiones esos círculos estaban patrocinados por los empresarios y no se destacaban precisamente por la defensa de los intereses de los trabajadores.

Ese caldo de cultivo fue instrumentalizado por las diferentes fuerzas políticas. Aparte del tradicional anticlericalismo de los partidos y sindicatos anarquistas y socialistas, quienes mejor supieron sacar provecho a la situación fueron Alejandro Lerroux y su Partido Radical.

Maurismo

El gobierno del momento, uno de los más dinámicos de la Restauración, estaba en manos del conservador Antonio Maura. Entre sus reformas más sonadas se contaron la ley de Administraciones, la ley Electoral, la ley de Reclutamiento y la ley de Jurisdicciones, entre otras. Maura pretendía transformar y modernizar la política española por decreto, mediante lo que se llamó “revolución desde arriba”.

Poco dado a la negociación, tenía un talante más bien autoritario y estaba convencido de que la regeneración del país y el fin de problemas como el del caciquismo pasaban por la aplicación implacable de sus medidas. En Marruecos, la política del gobierno de Maura no contemplaba inicialmente el aumento de la presencia militar, pero esta se fue expandiendo a la par que crecían los intereses empresariales en el Rif.

Al margen de los sucesos de la Semana Trágica, se podría tomar 1909 como el año en el que se iniciaron las sucesivas campañas que culminarían con la ocupación militar efectiva del protectorado español en el Rif. La figura de Antonio Maura creó adhesiones y controversias como pocas en su época. Tras las luchas de Barcelona, la prensa de la oposición inició una furibunda campaña bajo el lema “¡Maura no!”, a la que respondieron los medios afines al gobierno con el “¡Maura sí!”.

Finalmente, fueron las protestas internacionales contra la represión y las sentencias de muerte derivadas de la Semana Trágica las que provocaron la caída del líder conservador. Entre las ejecuciones, la que tuvo mayor repercusión fue la de Francisco Ferrer Guardia. La implicación de este anarquista y pedagogo en las luchas de julio en Barcelona fue mínima, pero el gobierno creyó ver en él al cabeza de turco apropiado para dar un escarmiento.

En cambio, pese a haber participado en los sucesos de la Semana Trágica, ninguno de los militantes del Partido Radical se vio implicado en la represión posterior. Al contrario, sus testimonios fueron clave para que se sentenciara a muerte a Ferrer Guardia. La impunidad de los radicales se atribuyó a las supuestas complicidades de Lerroux con algunos dirigentes de los dos partidos mayoritarios. En un momento en que el nacionalismo catalán cobraba fuerza, muchos vieron en él una especie de agente del gobierno de Madrid en Cataluña.

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Detención de Francisco Ferrer Guardia.

Detención de Francisco Ferrer Guardia.

El asunto Ferrer Guardia acabaría costando a Maura la dimisión. Las sonadas manifestaciones contra la muerte del pedagogo en países como Francia y Bélgica llevaron a Alfonso XIII a retirar su apoyo al líder conservador. Terminaba así el llamado “gobierno largo” (de enero de 1907 a octubre de 1909). Pese a que ni siquiera había durado tres años, la legislatura de Maura había tenido una longevidad inusual por entonces.

La Semana Trágica, paso a paso

Todo comenzó cuando, en un ambiente crispado, los reservistas movilizados descienden la Rambla de Barcelona para ser embarcados en las naves del marqués de Comillas rumbo a Marruecos. En los muelles, las mujeres de la alta sociedad reparten escapularios entre los soldados, lo que solivianta los ánimos. La multitud protes­ta y algunos soldados se rebelan.

Esa semana transcurre en una calma tensa que se rompe cuando llega la noticia de las 300 bajas españolas (56 muertos y 230 heridos) al intentar tomar el monte Gurugú en Melilla. Las noticias del desastre en Marruecos llegan con retraso debido a la censura, lo que aumen­ta las especulaciones. En Barcelona se conocen los hechos el viernes 23.

Ese día se suspende el embarque. Durante este día y el siguiente se crea en Barcelona un clandestino comité obrero (integrado por socialistas, republicanos y anarquistas) que convoca una huelga general para el lunes 26.

La ciudad está paralizada. El gobernador civil, Ángel Ossorio Gallardo, cede el poder ante las presiones del gobernador militar, el general Luis de Santiago. Las comunicaciones de Barcelona se cortan, excepto el telégrafo con Baleares. Esa noche arderán los dos primeros edificios religiosos en el barrio de Poble Nou. Las cifras oficiales señalan tres muertos.

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Protesta en París por la ejecución de Ferrer Guardia.

Protesta en París por la ejecución de Ferrer Guardia.

La policía y el Ejército no dan abasto. La quema de iglesias y conventos se generaliza, entre ellos el de las Jerónimas, que será saqueado. Sus momias serán desenterradas y acarreadas de malos modos al ayuntamiento. Por la mañana vuelve algo de calma, pero los tiroteos, las barricadas y el ataque a edificios religiosos se reanudan por la tarde. En los días siguientes la sublevación parece en retroceso. Las Fuerzas Armadas recuperan terreno y las calles se vacían. El Ejército emplea la artillería para restablecer la línea férrea en el Clot.

Abren los primeros comercios y cafés, llega la prensa del exterior. Quedan focos de resistentes que se van alejando del centro de la ciudad. Los “pacos” (tiradores ocultos) ganan protagonismo. Comienzan a actuar las brigadas de limpieza en las calles.

Pese a los ataques al convento de Roger de Flor, la normalidad se va imponiendo. Se restablece el alumbrado, el funcionamiento de tranvías y los servicios públicos. Las fuerzas de policía suman 20.000 hombres. Poco a poco se recupera la normalidad. La mayoría de los trabajadores acuden a sus empleos, atraídos sobre todo por el anuncio de que cobrarán por adelantado el sueldo de la semana.

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