Hoy hablar de Romeo y Julieta, la obra inmortal de William Shakespeare, es hablar de un cliché. Amor adolescente, pasión secreta, la atracción de lo prohibido y un desenlace trágico… Aún quienes jamás la leyeron ni la vieron representada reconocen sus elementos básicos y su historia ha sido repetida hasta el hartazgo durante cinco siglos en centenares de adaptaciones teatrales y decenas de películas.
Con tanta readaptación, puede resultar sorpresivo descubrir, como sucede con mucha de la obra del bardo, lo poco que sabe de los orígenes de Romeo y Julieta. No existe una fecha certera de su primera representación, pero la edición más antigua que se conserva de la obra es un “quarto” (publicación rústica en cuartillas) que data de 1597 y en su introducción indica que esta ya se había “representado públicamente (con gran aplauso)”, situando su fecha de elaboración, para los estudiosos de Shakespeare, entre 1591 y, a más tardar, 1596. Por supuesto, existen varias teorías al respecto que sirven para ubicarla en diferentes puntos de este rango, pero luego de considerar cuestiones estilísticas y contextuales las más plausibles aseguran que fue escrita en 1595.
En cuanto a la historia que subyace a Romeo y Julieta, esta no es una excepción y quien quiera buscar sus orígenes los puede hallar fácilmente, en primer lugar, en las tragedias de la Antigüedad. Así, en las Metamorfosis de Ovidio ya aparece el relato de Píramo y Tisbe, dos jóvenes que se aman y que, a pesar de la prohibición de sus padres, deciden escapar juntos, pero – al pensar cada uno que el otro ha muerto – terminan suicidándose. Esta trama tuvo varias adaptaciones en la Antigüedad Tardía y en la Edad Media, pero para 1476 resurgió en una versión más similar a la shakesperiana llamada Mariotto y Gianozza de Masuccio Salernitano. En ella el autor ya incluyó elementos que luego pasarían a ser centrales en la obra tal como la conocemos hoy, como el matrimonio secreto, el exilio del personaje principal, el casamiento forzado de la protagonista y el ardid del veneno.
Sin embargo, la versión definitiva finalmente llegó de la mano de Luigi da Porto que para 1524 realizó un texto llamado Giulietta e Romeo que tomaba mucho de las versiones previas y sumaba sus propias desventuras personales. En esta adaptación ya era posible reconocer la forma moderna de la historia, que incluía no solo los nombres de los protagonistas, sino que también ahora estaba situada en Verona, con dos familias enemistadas llamadas Montecchi y Capuleti (nombres a su vez sacados del canto 6 del Purgatorio en La Divina Comedia de Dante). En cuanto a los detalles de la trama, en este punto ya era posible reconocer muchas situaciones famosas como la escena del balcón, la muerte de Teobaldo, el primo de Julieta, los suicidios (él con veneno, ella con la daga de Romeo) y la reconciliación de las familias luego de la muerte de los jóvenes.
Esta misma historia luego fue readaptada con gran fidelidad por Matteo Bandello en 1554 y, una traducción de esta al francés realizada por Pierre Boisteau en 1559, fue a su vez la base de un poema dramático elaborado por Arthur Brooke llamado The tragical history of Romeus and Juliet (1562). Este, junto con otra adaptación realizada para una colección de novelas italianas llamada Palace of Pleasure (1567) demuestran con creces la presencia y popularidad de esta historia en la Europa del siglo XVI.
Aprovechando este auge de las novelas italianas, no llama la atención que Shakespeare se apropiara de ella y, luego de su adaptación teatral, sellara su destino. Lo interesante es que, del mismo modo que él la tomó y la modificó, en los siguientes años la obra no se mantuvo fija e inalterable. La versión más o menos definitiva recuperada en la segunda edición del texto en 1599 se interpretó a lo largo del siglo XVI con gran éxito, aunque con variaciones. Sabiendo esto, no resulta sorprendente encontrarse en los siguientes 200 años con cambios en el lenguaje, en los temas e incluso en la trama, hallando versiones en las que los amantes sobrevivían y vivían felices para siempre o, incluso, con una exitosísima adaptación que trasladó la trama a la antigua Roma.
Recién para el siglo XIX, en plena época victoriana, se instaló la idea de que era deseable ajustarse al texto de Shakespeare y desde entonces se comenzó a apreciar la fidelidad histórica que hoy se reconoce como una marca clara en las puestas más clásicas de sus obras. Con la llegada del nuevo siglo, en los 1900 convivió la línea más tradicional con la de la experimentación, de alguna forma más afín al espíritu shakesperiano. Especialmente a partir de la década del sesenta, con la adaptación “joven” de Franco Zeffirelli, surgieron incontables versiones que ponían a dialogar la obra con el mundo moderno, ya sea situando la trama en la Sudáfrica del apartheid o en el conflicto palestino-israelí.
En definitiva, este proceso demuestra que, no importa la época, el desencuentro de dos jóvenes amantes, por melodramático que sea, sigue siendo una historia con la que todos, en cualquier parte, pueden identificarse y conmoverse.