“Mis primeros dibujos nunca se han mostrado en una exposición de dibujos infantiles. Me faltaba la torpeza de un niño, su ingenuidad. He hecho dibujos académicos a la edad de siete años, con una precisión de la que me asusto”, declaraba Pablo Picasso.
Su precocidad debe achacarse a las enseñanzas de su padre, profesor de Bellas Artes por diversas ciudades de España tras ser cesado como conservador del Museo de Málaga, lo que obligó a la familia a emigrar. Después de pasar por A Coruña se instalaron en Barcelona, donde Picasso estudiaría también Bellas Artes, destacando pronto como un alumno muy brillante. A caballo entre Barcelona y Madrid (a cuyo Museo del Prado acudía frecuentemente en busca de inspiración), Picasso realizará su primera exposición individual con diecinueve años, momento en que también logra un contrato con un marchante catalán, que le ofrece ya una asignación mensual por toda su producción anual. Es por entonces cuando inicia su periodo azul, así llamado por el color dominante en sus telas.
El joven Pablo, atraído por el ambiente artístico de París, adonde había viajado en varias ocasiones, acabaría por instalarse allí en 1904. Ocupó un taller en Montmartre y entabló contacto con el mundo bohemio de los artistas y escritores, y frecuentaba los cabarés y el circo. Todo ello le aportó nuevas ideas temáticas y abrió la puerta al periodo rosa, en el que buscó dar un salto en su creatividad dominando el volumen de la materia (la carne, los rostros, la sensualidad…), para presentar todo ello con más fuerza en sus cuadros.
El cubismo y la evolución constante
Llevado por una indesmayable capacidad de trabajo, su dominio de la pintura en su faceta más clásica es patente ya por entonces. El genio Picasso se ve impulsado a dar un nuevo salto mortal y se adentra en el cubismo. El punto de partida de esta nueva etapa es una obra maestra, Las señoritas de Avignon, que desmonta todas las convenciones de siglos de arte realista. Fue mal recibida y peor comprendida; la aceptación del cubismo, movimiento que desarrolló junto a Georges Braque, no sería fácil en su momento, pero la posteridad lo ha elevado a un hito en la Historia del Arte.
Pero ahí no pararía su evolución, con una nueva vuelta de tuerca que fue la etapa del surrealismo. Al mismo tiempo, la pintura de Picasso iría reflejando en todas estas épocas una vida sentimental muy tumultuosa, ya que tuvo dos esposas y hasta otras cinco parejas más o menos estables, además de muchas otras relaciones pasajeras. La primera de sus esposas fue Olga Khokhlova, a la que conoció mientras diseñaba el decorado para los Ballets Rusos, una célebre compañía que giraba por las grandes capitales europeas.
Una vida sentimental complicada
Su relación con las mujeres nunca fue sencilla y en su obra reflejó tanto la inspiración que le suponían como las tensiones. Esta tensión fue manifiesta sobre todo a partir de los problemas conyugales con Olga derivados de su relación paralela con Marie-Thérèse Walter, una chica francesa que, con sólo diecisiete años, se convirtió en su amante y que durante ocho años sería su modelo para sensuales representaciones de la belleza y el cuerpo femenino. De sus sucesivos amoríos, Picasso tendría un total de cinco hijos.
El Guernica, su obra más conocida
Ya en los años 30, Picasso lograría su mayor reconocimiento mundial con una obra de encargo, toda una paradoja, ya que era reacio a aceptarlas. Fue el Guernica, producto de una solicitud del gobierno de la Segunda República para exhibir internacionalmente el apoyo del artista a su causa durante la Guerra Civil. Pintó un enorme tríptico lleno de figuras simbólicas que es considerado un hito final del surrealismo, además de una metáfora de los desastres de la guerra con la que Picasso actualizó magistralmente el mensaje de Goya un siglo antes, adaptándolo a las guerras masivas del siglo XX.