Una cabina telefónica roja, típicamente inglesa, asciende lentamente desde el sótano invisible de un escenario que es en realidad una plataforma circular, azul, vacía; dentro de la cabina, Peter Gabriel suplica “please, come talk to me”, con esa voz inconfundible y única. Cuando repite la frase por quinta vez, con un estruendo de percusión y cuerdas, llegan al escenario, ascendiendo también y delante de la cabina, el grandioso Tony Levin tocando el stick y el excelente David Rhodes con su guitarra. En el mismo momento, detrás de la cabina se acercan lentamente la batería con Manu Katché, los teclados con Jean-Claude Nimro y el violinista Shankar. Gabriel abre la puerta de la cabina y sale de ella llevando en su mano el teléfono, cuyo cable se extiende más y más mientras Peter avanza por una pasarela hasta otra plataforma circular en la que la vocalista Paula Cole lo espera cantando también “talk to me” y extendiéndole su mano. Cuando Peter llega, ambos cantan, enfrentados, pero no llegan a unirse, ya que Gabriel es arrastrado de nuevo sobre una cinta deslizante hacia la cabina por el tenso cable del teléfono. Peter retrocede inexorablemente alejándose de Paula, a quien mira, hasta que vuelve a entrar en la cabina y la misma se cierra. Fin de un relato dramático sobre la incomunicación de una pareja, resuelto magistralmente. Así empieza Secret World Tour, 1994.
Casi diez años después, en 2003, Gabriel ha decidido un comienzo completamente diferente para sus conciertos de la gira Growing Up Tour. El escenario, de nuevo elevado, consta de tres anillos concéntricos; el anillo externo, el más ancho, es giratorio, y los dos internos suben y bajan. Gabriel sale solo al escenario, instalado en medio del público, vestido con una especie de sotana corta negra. Saluda al público que lo ovaciona y se dirige al piano, ubicado en una consola junto con un monitor y un sistema de sonido digital. Todo está oscuro, el escenario y el público. Sólo él está iluminado. Toca, solo, “Here comes the flood”. Es una canción terrible y oscura, dificilísima para cualquier cantante. Gabriel empieza en un tono grave y pausado, sube dos tonos en una frase, luego vuelve a bajar, canta con la resignación y pena que pide la letra, sube a un cortísimo falsete imposible que sólo a él le queda bien y baja hacia el final del tema. Recién empieza el concierto, que durará más de dos horas, y ya ha hecho todo con su voz, una voz única con mil matices, áspera, natural, que llega a todos lados y a todas las notas, que canta, dice, sufre, actúa, llora y acaricia canciones bellas. Mientras el público aplaude y el escenario sigue oscuro, por una escalerilla lateral suben los músicos, sus amigos Tony Levin y David Rhodes, con el agregado esta vez de Richard Evans en guitarra, Ged Lynch en batería, Rachel Z en teclados y Melanie Gabriel (hija de Peter) en coros, todos vestidos de negro. Sigue “Darkness”, otro tema oscuro y pausado. En el sótano del escenario, los técnicos y miembros del staff trabajan ajustando los dispositivos técnicos que requiere cada canción, todos vestidos con mamelucos color naranja; son enfocados por la cámara y el público puede verlos en pantallas. Empieza “Red Rain”, imponente, con una pantalla roja circular como techo del escenario, desde la que cae una verdadera lluvia roja de luz. El escenario gira y todos pueden ver todo. Sigue “Secret World”, una canción bella y triste con una melodía que emociona. Ahora el escenario es azul marino, el ritmo primero sube, luego el clima se hace íntimo y Gabriel cambia todo en un segundo dentro de la misma canción. El tipo es un monstruo, tiene una voz única y canta como nadie.
Llega “Sky Blue,” otro tema hermoso (¡es que todos lo son!). El escenario ahora es celeste, la pantalla redonda suspendida arriba ahora es el cielo y de él se desprende un enome óvalo, también celeste. La canción incluye un coro vocal que hace reminiscencia al blues y al gospel, y cuando parece que el tema llega a su clímax, ascienden en una plataforma hacia el centro del escenario los fantásticos Blind Boys of Alabama, un cuarteto de ciegos que emociona a todo el mundo, incluidos los músicos, con un impresionante coro in crescendo que desacomoda los huesos. Ya es como mucho, y recién va la cuarta parte del concierto.
Es el turno de “Downside Up”, tema en el que Peter canta con Melanie. Ahora la pantalla da vueltas, el cielo queda abajo y el mar arriba; Gabriel y su hija se suben al anillo interior que se eleva y, asegurados por un arnés, caminan boca abajo en círculos por el mismo mientras cantan. Después viene “The Barry Williams Show”, una sátira a los medios de comunicación audiovisuales, con miles de imágenes de programas de televisión inundando el escenario, y luego “More Than This”, con una bola de fuego sobre el escenario.
En otros conciertos es el momento de “Washing of the Water”, que tiene una primera parte muy poética en la que Gabriel camina lentamente hacia el piano, cantando, con la sola compañía de un violín; con un timing perfecto, Gabriel llega al piano en el momento exacto en que comienza la segunda parte introspectiva y dolorosa en la que la batería, el piano y el bajo dan un sustento imponente a Gabriel, que hace lo que quiere con la voz, desde un bajo hasta un altísimo para terminar nuevamente abajo, diciendo con pena “bring me something to take this pain away”.
Llega “Mercy Street”, y ahora la bola de fuego es la luna; este tristísimo tema comienza con todos los músicos cantando en coro “a capella” y sigue con David Rodhes tocando sentado con las piernas cruzadas y Melanie en un bote mientras el escenario gira.
Luego es el turno de “Digging in the Dirt”, y ahora la luna es una esfera que destella permanentemente mientras Gabriel logra que una canción dramática haga bailar a la gente. Gabriel no baila. Nunca baila. Hace coreografías con sus músicos que consisten en dar un paso aquí y otro allá, no mucho más; lo hacen muy bien y lo disfrutan.
Ahora viene “Growing Up”. La esfera ahora desciende y Gabriel se mete dentro de ella. La enorme bola va rebotando en el piso porque Peter salta dentro de ella mientras canta, y luego empieza a rodar por el escenario con Peter caminando dentro de ella mientras canta. Demasiado. En el siguiente tema, “Animal Nation”, Gabriel canta irónicamente “intelligent life is around us”; el tema tiene toques de ritmos africanos y todos terminan susurrando “we are in communication with the animal nation”, mientras Gabriel le hace un guiño a su baterista que está acostado sonriente sobre la batería.
Arranca “Solsbury Hill”, una canción inolvidable e inoxidable, una especie de himno de su propia identidad que Gabriel canta en cada concierto. En este caso se le ocurre cantarla mientras anda en bicicleta en círculos por el escenario, mientras lo enfoca una cámara en el manubrio de la bicicleta. Gabriel y sus músicos parecen tener una especial alegría cada vez que tocan esta canción. Todo el público salta, todo es una gran fiesta emotiva y divertida a la vez. El público delira durante la canción, y más aún al final de la misma. Pero delirará aún más, porque tras una intro interesantísima, casi jazzeada, llega inmediatamente “Sledgehammer”, una aplanadora rítmica que te pasa por arriba. Gabriel ahora tiene un pesado traje de luces; bah, no son luces, son faroles; enormes círculos que se prenden y se apagan anárquicamente. Esta canción exige mucho de la voz de Peter, es en un tono más alto que la mayoría y ya hace una hora y tres cuartos que está cantando, pero ni se nota. Una exuberante demostración de talento enloquece a todos los presentes.
Después, todo cambia: el escenario oscuro y sonidos guturales envuelven a “Signal to Noise”; Gabriel canta en un tono severo, con un clima casi siniestro y con la plataforma superior descendiendo lentamente. Cuando el tema se va apagando los acordes se mantienen en un crescendo grave. Peter Gabriel desciende del escenario por el centro; luego lo harán uno por uno los músicos, menos el baterista, que sostiene el final junto con una música de violines dramáticos de fondo mientras un juego de luces sobre la oscuridad acompaña el descenso de la plataforma circular. Cuando ésta llega al piso del escenario, todo termina. Se acaba la música y todo es oscuro. Es el final. Lúgubre, inesperado, brusco, rotundo.
El silencio final no dura casi nada, porque el público aplaude de manera estremecedora.
Los finales de los conciertos de Peter Gabriel, sencillamente, no pueden predecirse. En Secret World Tour, casi diez años antes, el concierto se cerraba con el tema “Secret World”: una serie de valijas llegaban por la cinta transportadora, Gabriel tomaba la más grande, caminaba con ella, la acostaba en el suelo, la abría y cada uno de los músicos entraba en ella hasta desaparecer. Gabriel cerraba la valija, caminaba solitario con ella unos pasos y una enome cúpula azul bajaba hacia él, como si fuera un plato volador, y lo abducía. Impactante.
Ahora, casi diez años después, los músicos han vuelto para el bis: “In Your Eyes”, una bellísima y perfecta canción de amor en más de una forma; con todos los músicos en ronda y mirando al público, el gran Tony Levin introduce su gutural “in your eeeeyes…” y el piano toma el comando con esos acordes que taladran el cerebro, la mente, lo que sea que haya dentro de uno. Los músicos levantan sus brazos, dan un paso a un costado y al otro acompasadamente, celebran, disfrutan; se agregan músicos invitados con instrumentos exóticos orientales, una cantante grita, dulce y afinada, como fondo de la voz de Gabriel y en una armonía perfecta. El crescendo instrumental estremece.
Es el final perfecto. Pero, quedó dicho, Peter Gabriel es impredecible. Se queda solo en el escenario, en el piano, como en el comienzo, y regala una gota más de su talento: canta “Father, Son”, una bellísima canción en homenaje a su padre. “I could hold back the tide with my Dad by my side”, dice Gabriel, y es imposible contener la emoción. Un bis impresionante, un bis conmovedor; así es Gabriel: impresionante y conmovedor.
Es muy difícil describir un concierto con palabras, es muy difícil describir música con palabras, es muy difícil describir arte con palabras mientras el cuerpo entero, de pies a cabeza, de adentro hacia afuera, siente que está presenciando algo único e inolvidable.
Quizá esa sea la mejor manera de definir un concierto de Peter Gabriel: indescriptible.