Pasteur nació en Dole, Francia, en 1822. En su infancia, no había dado muestras de mucho interés científico ni aplicación al estudio. Por entonces fantaseaba con ser pintor, pero reorientó su vida al estudio de las propiedades químicas del mundo que lo rodeaba. Si bien fue un hombre conocido y respetado (aunque debió soportar críticas y batirse en largas discusiones), su vida privada no fue fácil. En 1868 murieron tres de sus hijos y él mismo sufrió una hemiplejia.
Casi desde el inicio de su carrera comenzó con la difusión de una serie de descubrimientos que le dieron fama imperecedera. En 1857 demostró que las infecciones están relacionadas con microorganismos. Años más tarde comprobó que es posible protegerse de las enfermedades infecciosas mediante la inyección de gérmenes atenuados (es decir, que han pasado de animal en animal en más de 50 generaciones). En 1880 un veterinario le llevó dos perros rabiosos y Pasteur comenzó a experimentar una forma de tratar esta enfermedad que hacía estragos en la población. Descubrió que el agente patógeno no se desarrollaba en un cultivo para bacterias (efectivamente la rabia es producida por un virus), pero se reproducía fácilmente en el tejido nervioso de un perro. Conociendo el fenómeno de atenuación, Pasteur efectuó sucesivos pasajes del germen de la rabia, llegando a obtener un virus atenuado. Con este virus atenuado inoculó a varios perros y descubrió que ninguno de ellos desarrollaba la hidrofobia (así llamaban a la rabia por la espuma que largaban sus víctimas por la boca durante la evolución de la enfermedad).
Sabía que su método funcionaba en animales, pero ¿sería efectiva en humanos? Eso lo averiguó el 6 de julio de 1885 cuando le llevaron al joven Joseph Meister, quien había sido mordido 14 veces por un perro rabioso. Su muerte era segura en medio de una espantosa agonía. Pasteur no era médico, pero tenía la posibilidad de salvarlo. Y así lo hizo inyectando la vacuna a que había desarrollado. El joven sobrevivió.
Inmediatamente se difundió la noticia. Para tener una idea de cuan extendida estaba la rabia, en menos de un año se inocularon 1.400 personas mordidas por perros. El Dr. Joseph Grancher, médico y amigo de Pasteur, se encargó de estos primeros tratamientos.
En 1886, seguro de la efectividad de su tratamiento y la profilaxis de esta enfermedad, Pasteur pidió la creación de un centro de tratamiento de la rabia, que comenzó en París y se distribuyó en el mundo bajo el nombre del sabio. El primero de estos institutos fue inaugurado en 1888.
El mundo lo aclamaba y reconocía sus méritos, pero no siempre con el mismo consenso. La Academia de Medicina de París, lo aceptó como miembro después de una reñida votación.
La Sorbona, en cambio, le rindió un sentido homenaje al que asistió el presidente de Francia, Marie François Sadi Carnot. En la oportunidad habló el Dr. Joseph Lister, uno de los grandes paladines de la antisepsia.
“Usted levantó el velo que ha cubierto las enfermedades infecciosas – dijo –, usted descubrió su naturaleza microbiana”.
El genio de este hombre se fue apagando con sus achaques. Los accidentes vasculares se sucedieron y al final dejó esta vida el 28 de setiembre de 1895. Antes de morir dio un último consejo a sus seguidores y discípulos:
“Vivid en la serena paz de los laboratorios y bibliotecas”.
Cuentan que el joven Meister, a quien había salvado la vida, se convirtió en su devoto admirador y custodio del monumental mausoleo que alberga sus restos en el Instituto de París que lleva el nombre del gran investigador.