Juan Chassaing nació en Buenos Aires, el 15 de julio de 1839. Era hijo de don Juan Chassaing, francés emigrado, y de doña Catalina Girondo, porteña. Hizo sus estudios en el Colegio Republicano Federal de esta ciudad, donde conoció el latín de los clásicos bajo la dirección del jesuita Francisco Majesté.
Con el doctor Alberto Larroque adquirió buena cultura humanística. En 1853, ingresó a la Universidad sin abandonar por vocación las agitaciones de la política, que tenía para él, revelaciones extraordinarias.
Apenas contaba 19 años, cuando fue premiado en el Teatro Colón, con medalla de oro por su Canto a la instalación del Ateneo del Plata, el 11 de septiembre de 1858, durante la presidencia de Juan María Gutiérrez.
Soldado de línea en las luchas de la Confederación y Buenos Aires, fue capitán de Cepeda, y después de Pavón, donde figuró con honor, pidió la baja el 23 de octubre del 1861, fundándola en su mal estado de salud. A Mitre le tocó acceder a esa baja, con la constancia de la gratitud a que se había hecho acreedor el combatiente por los buenos servicios prestados en la campaña.
Periodista en la primera juventud, hizo sus armas en La Espada de Lavalle, de tendencia liberal, donde escribió con el pseudónimo de “Aristarco”.
En 1862, el poeta se graduó de abogado en la Facultad de Derecho de Buenos Aires, con una tesis sobre el Derecho Sucesorio.
Consagrado al periodismo, nutrió su espíritu en la filosofía liberal de su tiempo; redactó El Nacional, hoja de pasiones encendidas, y fundó El Pueblo, en cuya dirección iba a morir.
Después de Pavón, en San Nicolás de los Arroyos, escribió las estrofas A mi bandera, que todos aprendimos de memoria en los bancos escolares, lo evocará siempre, como la bandera misma. Aquella “Página eterna de argentina gloria…” es la gloria eterna del poeta. En esas cuatro estrofas, con mucho de canto y de himno, existe la interpretación de un instante y de una emoción que luego se ha de convertir en algo definitivo.
Era una figura típica del porteño de su generación; era un tribuno y un poeta. Seducía con el atractivo de su palabra fuertemente persuasiva y con la elocuencia que arrancaba el aplauso sin buscarlo.
Obtuvo una banca de diputado al Congreso de la Nación, y en ese cargo le sorprendió la muerte, el 3 de noviembre de 1864, a los 26 años de edad. Su desaparición conmovió a Buenos Aires. José María Gutiérrez le dedicó un artículo necrológico, aparecido en La Nación, que era una viva expresión de cariño. Santiago Estrada, Manuel Argerich, Fermín Ferreira, Francisco López Torres y Francisco Bilbao, hablaron en el sepelio.
“El Correo del Domingo”, publicó el retrato de Chassaing como demostración de la trascendencia lograda por el joven inspirado. Los poetas de su edad le consagraron elegías, anunciadoras de la perpetuidad que ganaría su renombre, y años más tarde, Nicolás Avellaneda lo evocaba con sentida emoción desde las columnas de El Nacional. Alguien agregó que “…ninguno de sus contemporáneos lo igualaba en los acentos de su elocuencia arrobadora ni en la nerviosa inspiración de sus escritos”, mientras era unánime la admiración que aquel fuego juvenil provocaba en su medio.
Las horas más agitadas del poeta fueron las que precedieron a su muerte. La propaganda política que lo hizo aplaudir en las tribunas populares como en el Saint Just del Plata, lo mostró a través de un ademán que parecía la afirmación de un temperamento excepcional.
Llenó y desbordó de acción y de energía la brevedad de su jornada, por eso ganó la voluntad de todos. El pueblo de Buenos Aires y la Municipalidad construyeron el sepulcro que guardan sus restos en el Cementerio del Norte. El amor y el dolor de sus contemporáneos, grabaron en su tumba estas palabras: “Poeta, legista, militar, tribuno; como él, otros habrá, mejor, ninguno”, pero nada iguala en su obra tan extensa, tan activa, tan nuestra, el destino permanente de aquella “Página eterna de argentina gloria…”.