Olegario V. Andrade

Olegario Víctor Andrade nace en Alegrete, Departamento de Río Grande del Sur, el 6 de marzo de 1839. Realiza sus primeros estudios en Gualeguaychú. En 1848 al quedar huérfano Urquiza lo pone bajo su protección, haciéndolo ingresar en el Colegio de Concepción del Uruguay, donde se destaca por su desempeño literario. Colabora en varios periódicos del litoral como “El Mercantil” utilizando diversos seudónimos. En 1864 funda “El Porvenir”, en el que critica vehemente la política porteña y sobre todo la Guerra del Paraguay. El presidente Bartolomé Mitre ordena la clausura del diario “El Porvenir”, lo que motiva a Andrade a mudarse a Buenos Aires para publicar en “El Pueblo Argentino”. Desde 1859 se destaca por su pluma y a los 21 años es nombrado secretario personal del presidente Santiago Derqui. Se desempeña como profesor de Historia del Colegio Nacional, y como secretario de las delegaciones de Paraguay y Brasil. En el periódico “El Pueblo Argentino” publica sus primeras poesías. En 1866 escribe algunos folletos políticos donde plantea la disputa por la renovación presidencial, y escribe “Las Dos Políticas” tratando de explicar los conflictos políticos por razones económicas. Hace una defensa expresa de Urquiza y una argumentación enérgica contra Buenos Aires. En 1881 con el seudónimo de “Gualque” gana los Juegos Florales con su poema “La Atlántida”, donde hace una alabanza a la raza latina y a la unión latinoamericana. Entre sus producciones, encontramos: “El nido de Cóndores”; “Prometeo”; “El Arpa perdida”; “A Víctor Hugo”; “Paysandú”; “La libertad de América”; “La sombra de Grau” y “El astro errante”. Posteriormente escribe y dirige el periódico “La Tribuna”. Muere de un ataque cerebral, el 30 de octubre de 1882, en plena madurez intelectual y actividad política. En el Congreso su banca es remplazada por Apolinario Benítez. Félix Etchegoyen reúne en un volumen denominado “Artículos históricos-políticos” (1919), sus escritos de juventud. En 1924 se inaugura su busto en Los jardines de Palermo (El Rosedal), en el que se puede leer un discurso de Paul Groussac. En 1943 se publica su obra, cuidada y completa, de la serie Clásicos Argentinos.

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Mi patria – Poema de Olegario Víctor Andrade

IL vientos contrarios azoten mi frente:

No quiero ese vago murmurio doliente

Del aura que mece mi pálida sien.

Y unidas al ronco bramido del trueno,

Se agiten soberbias del Plata sereno

Las trémulas olas en rudo vaivén.

Yo entonces, batiendo cual cóndor las alas,

Veré de mi Patria las mágicas galas

Cediendo al impulso de noble ambición.

Y hollando del Andes la frente de hielo,

Que cubre la niebla cual cárdeno velo,

Veré las señales del patrio pendón.

Allí es el columpio del águila inquieta

Que sube atrevida, cual joven poeta,

Buscando los rayos de luz celestial.

Allí se distingue la huella gloriosa

De un pueblo de libres que alzó victoriosa

La patria bandera con gloria inmortal.

Allí, resonando por cóncava grieta,

Se oyó de un guerrero la voz de profeta

Gritando: ¡soldados, vencer o morir!

Y al verlo, entusiastas los hijos de Mayo,

Lanzando sus potros, rivales del rayo,

Supieron cual siempre vencer en la lid.

Después, remontando mi vuelo atrevido.

Me agite el pampero con triste silbido

Rasgando celajes de niebla y vapor;

Y el blanco fantasma de un sueño brillante

Se meza en los aires cual nube flotante

Rozando mis sienes su dulce rumor.

Que arranque del pecho salvaje armonía,

Cual cantan las aves en noche sombría,

Cual brisa que arrulla con trémula voz.

Que tiemble convulsa del niño la frente,

Soñando la gloria, diadema esplendente

Tal vez desprendida del trono de Dios.

No suenen mis cantos cual ¡ay! de venganza,

Respiren tan sólo de paz y esperanza

Los dulces aromas, el grato placer.

Ya basta de sangre, de duelo y de llanto,

Y alzar no quisiera jamás ese manto

Que cubre a mi vista los hechos de ayer.

Yo, joven nacido con alma de fuego,

Levanto a los cielos mi férvido ruego

Mecido en las alas de un sueño de amor:

Y ahogando un instante mi ardiente suspiro,

Repita mi acento con trémulo giro:

«¡Del pueblo de Mayo seré trovador!»

Se agitan, cual las olas de un mar embravecido,

Del mundo las naciones, en débil pedestal;

Ya tiembla su cimiento mil veces carcomido,

Ya rompe sus murallas furioso vendaval.

Del Cáucaso y del Andes las moles de granito

¿No veis que se desploman con ruido atronador?

La humanidad entera, con espantoso grito,

Dirige sus miradas al trono del Señor.

Relámpagos de fuego, confuso remolino

Semejan los horrores del cráter de un volcán;

Se para sobre el mundo la mano del destino,

Sus alas desplegando de lava el huracán.

¿Qué es esto? . . . ¿Acaso el ruido de ronco terremoto

Que mueve las entrañas del orbe sin sentir,

O un rayo de las nubes en espirales roto,

Que anuncia a los mortales sangriento porvenir?

No: es la lucha a muerte de un siglo en agonía

Con otro que se ostenta con noble majestad,

Mostrándole a los hombres, como la luz del día,

Sus leyes, sus principios de unión y de igualdad.

Son vanos los esfuerzos, las locas convulsiones

Que opone el moribundo, luchando con ardor;

Que al siglo que amanece bendicen las naciones

Cual astro de esperanzas, de gloria precursor.

De América los pueblos, con fuerzas de gigante,

Responden a su acento gritando libertad,

Cual suele a los suspiros del céfiro ondulante

Los truenos sucederse de negra tempestad.

Miradlos cómo trepan al alto Chimborazo,

Venciendo a los sonidos del bélico clarín;

Y al lánguido destello del sol en el ocaso

Mirad esos guerreros. . . Bolívar, San Martín.

Los leones de Castilla se lanzan a los mares

Cual hojas que se lleva bramando el aquilón,

Y el pueblo americano, con plácidos cantares,

Camina entre victorias al humo del cañón.

¿Dó están los vencedores de Pavia y de Lepanto?

¿Dó están los oue arrasaron el trono de Boabdil?

¡Ay! huyen presurosos con indecible espanto,

Dejando en Ayacucho la espada y el fusil.

¿Dó están los que más tarde vencieron en Torata,

Los hijos de Pelayo, terror del musulmán?

Decidme, ¿por qué temen las márgenes del Plata

Los viejos veteranos de Osorio y de Tristán?

Ya un pueblo se levanta cubierto de laureles,

Cual astro que colora del Avila la sien;

¿No veis como a la sombra de espléndidos doseles

Se agitan las llanuras del argentino Edén?

Si allá en el Chimborazo, rival del Himalaya,

Supieron entre nubes de bombas y metralla

Los héroes de la patria clavar su pabellón,

y en vagoroso encaje de plata y esmeralda

Miraron tras la niebla, cual pálida guirnalda

De gloria y esperanza, la mágica visión;

Si alzando sus miradas al Sér Omnipotente

Bajaron igualando la furia del torrente

Que rueda despeñado con ímpetu veloz,

Ser libres, repitiendo, y el grito sacrosanto

Rasgando los vapores del azulado manto

Subía hasta el alcázar magnífico de Dios, —

¿Por qué de su reposo la turba degradada

Se burla pisoteando la sangre derramada

Mil veces en el llano y al lado del volcán?

¿Por qué se ven de nuevo los campos de batalla,

Y al brillo de la lanza, silbando la metralla.

Se olvida el juramento, quizá, de Tucumán?

Callemos el recuerdo que agita nuestra mente,

Dios quiera no pronuncie mi labio balbuciente

Sino de la esperanza los cánticos de paz.

Cerremos esas hojas del libro de la historia

Con sangre señaladas, que empañan nuestra gloria.

No vuelvan esos tiempos de lágrimas jamás.

Hay épocas marcadas de Dios en los arcanos,

Y envueltas en el velo de negra obscuridad;

Hay horas en la vida que tiemblan los tiranos,

Callando estremecida la pobre humanidad.

¡Misterios insondables, abismos tenebrosos

Que el hombre no se atreve jamás a penetrar!

Y en cantos de amargura, cual lúgubres sollozos.

Dirige sus plegarias al trono de Jehová.

Un día de mi Patria, postrada y expirante,

Miróse en las llanuras el libre pabellón,

Y un héroe levantando su brazo de gigante

Se alzara revelando divina inspiración.

El ángel del futuro tendió sus blancas alas,

Rasgándose la bruma con súbito fragor;

Los pueblos, admirados al desplegar sus galas,

Soñaron un destino de gloria y esplendor.

Rodó del despotismo la espada ensangrentada,

Cesaron las discordias de muerte y destrucción,

¡Y, en medio de laureles, la oliva suspirada

Se viera dominando los campos de Morón!

¿Quién era ese guerrero, quién era ese gigante

Que admiran las naciones del mundo de Colón,

Y al ruido de las armas, lanzándose arrogante,

Quebró de las cadenas el último eslabón?

¡Urquiza! de la historia las hojas esplendentes

Que brillan en los siglos que ruedan sin cesar,

Su nombre sublimando, cual céfiros rientes,

Dirán a nuestros hijos: «¡Su gloria es inmortal!»

Los héroes que corrieron del Plata al Amazonas,

Bordando con victorias la América del Sud,

Le ofrecen de la tumba sus mágicas coronas,

Y un coro se levanta de noble gratitud.

¡Miradlo! cómo eleva su frente majestuosa,

Cual genio que protege la paz y libertad;

¡Miradlo! es el emblema de una época gloriosa,

Blasón inmarcesible de la futura edad.

Texto extraído del sitio: https://apym.hcdn.gob.ar/biografias/1271

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