Aunque T.S. Elliot opine que es abril, noviembre el mes más cruel. Comienza con el día de todos los Santos, destinado a honrar a los difuntos que han superado el purgatorio y que han de pasar el resto de la eternidad junto a Dios. Para los primitivos cristianos era muy complicado conmemorar cada una de las muertes de los santos mártires, por ser muchos los asesinados por los romanos. A tal fin, el papa Gregorio III consagró una capilla de la Basílica de San Pedro y fijó la fecha del primero de noviembre para honrarlos.
En el siglo IX Gregorio IV propuso que el 31 de octubre fuese la víspera de todos los santos, el 1º de noviembre, el día de todos los santos y el 2º el día de los fieles difuntos. Pero a fin de cuentas el primero de noviembre se acostumbra visitar los cementerios. En España se dejan velas en las lápidas de los seres queridos, y el segundo día del mes se reza por aquellos que aún están en el purgatorio por pecados veniales y estos rezos asistían a “limpiar” sus almas a fin de ascender al cielo.
Pero, ¿por qué estas fechas?
En Europa en esta fecha se celebraba el final de las cosechas (los celtas lo llamaban Samhain), el comienzo de la temporada de frío y el momento para deshacerse de los animales que no podrán pasar el invierno. Este exceso de muertes convertía a estos tiempos en una fecha algo macabra, y de allí que también se hablara de “noche de brujas”, en vísperas del día de todos los Santos: el famoso “Halloween” para los sajones.
Cada país o región agrega sus costumbres para estás celebraciones. Por ejemplo, en España se comen castañas asadas. En México, siguiendo prácticas de los habitantes precolombinos, se decoran las tumbas y mausoleos y se organizan desfiles con calaveras. Las distintas prácticas varían según la zona del país.
Como Argentina no podía ser ajena a estos ritos mortuorios, se visitan las tumbas de los familiares, se rezan misas y se dejan flores. También se han heredado costumbres de los ancestros europeos. De hecho, es común decir que a cada chancho le llega su San Martín, aunque nada tenga que ver con el padre de la patria, sino con San Martín de Tours, un obispo católico nacido en Hungría, militar convertido en defensor de la fe, célebre por haber partido su capa para aliviar el frio de un mendigo. Así suele representárselo en la iconografía cristiana. A su muerte, en el año 397, se levantó una capilla sobre su sepulcro. Su celebración, el 11 de noviembre, coincide con la época del año en que en España se matan los cerdos para curar los jamones, porque necesitan del frío para este proceso. “A cada chancho le llega su San Martín” es una manera de hablar de la muerte, la llegada de ese final inexorable.
Pero no se agota en los chanchos la importancia de San Martin, porque para los porteños también es el patrono de la ciudad. Cuando se sorteó cual sería el patrono de la ciudad que se acababa de fundar, se puso el nombre de varios santos en el sombrero y se extrajo uno al azar, pero al salir éste -que era considerado un santo francés y España había estado varias veces en conflicto con sus vecinos- se prefirió descartar a San Martín de Tours y buscar un santo más castizo. Al parecer no hubo suerte, ya que se dice que el santo francés -que en realidad era húngaro- salió favorecido en las siguientes tres extracciones del sombrero, aunque aún no hay información sobre cuáles eran las otras opciones. Ante semejante insistencia, el Cabildo, reunido el 20 de octubre de 1580 dejó en actas que “por suerte cupo a esta ciudad por patrón al señor San Martín”.
Desde entonces, cada 11 de noviembre se organizaban en la ciudad porteña corridas de toro, torneos ecuestres y una procesión precedida por el alférez Real, encargado de portar el estandarte del Reino. Los cabildantes y el pueblo lo seguían hasta la Catedral. Después de 1816, eso de sacar el estandarte de una nación en la que se estaba en guerra quedó mal visto y Francisco Belgrano -hermano del prócer- tuvo la gran idea de reemplazar el estandarte por la bandera, creada por don Manuel.
Tanta muerte y rito mortuorio hace de noviembre este mes tan cruel, aunque también hay fechas que celebran la vida, como la del 10 de noviembre, día de la tradición en homenaje al nacimiento de José Hernández. Curiosamente, la ciudad de la tradición, consagrada como tal en 1975, es la ciudad de San Martín -nombrada así por el prócer y no por el santo- por ser el pueblo donde José Hernández llegó a este mundo.