Se abría así una nueva situación política y terminaba una época durante la cual China calificó a EEUU como “el peor enemigo de la gente y de todo el mundo”, mientras que EEUU se negaba a reconocer la existencia de la República Popular China, proclamada al mundo por Mao Tsé Tung en 1949.
Claro que todo tiene sus motivaciones, y el creciente antagonismo entre China y la Unión Soviética era una motivación más que lógica, tanto para China como para EEUU. El clásico “los enemigos de mis enemigos… podrían ser mis amigos”.
Pekín había comenzado a suavizar su oposición y encono hacia Washington en 1969, después de los serios incidentes fronterizos entre China y URSS. En marzo de 1969 había detonado un conflicto en el que URSS y China se acusaron mutuamente, cuando tropas chinas se enfrentaron con tropas fronterizas soviéticas en la isla de Zhenbao, muriendo 59 soviéticos y 71 chinos. Días después la URSS bombardeó el asentamiento chino en Zhenbao y provocó la retirada de las tropas chinas. En agosto hubo más incidentes en la frontera chino-soviética en Xinjiang, con penetración de tropas chinas. Estos incidentes hacían aumentar el temor sobre una guerra entre China y URSS, siendo ambas potencias nucleares, lo que magnificaba el calibre del problema.
Además, EEUU recelaba del interés soviético por un eventual ataque a las instalaciones nucleares chinas, y a su vez URSS recelaba sobre algún eventual plan norteamericano sobre las instalaciones nucleares chinas. Guerra Fría en su máxima expresión. Antes que EEUU se metiera de lleno en un problema entre ellos, Moscú y Pekín comenzaron negociaciones sobre sus problemas fronterizos aunque sin llegar a una solución; los reclamos de uno y oro lado continuaban.
Así las cosas, los chinos pensaban que mejor acercarse a los EEUU antes de que los norteamericanos “se acercaran de prepo” a ellos y de otra forma…
En abril de 1971, China invitó al equipo norteamericano de tenis de mesa de EEUU que estaba en Japón jugando el torneo mundial. La invitación fue con apenas unos días de anticipación; sin embargo, nueve jugadores y cuatro dirigentes llegaron a China (parecía evidente que el gobierno norteamericano tuvo ingerencia directa e inmediata para la aceptación de dicha invitación) para jugar varios partidos amistosos contra el equipo chino. Este fue el primer “quiebre” de un bloqueo que llevaba más de dos décadas, desde que EEUU se había negado a reconocer a la República Popular China de Mao. Los jugadores norteamericanos fueron, jugaron y perdieron contra sus pares chinos. Todo muy conveniente.
Esta incursión de los deportistas norteamericanos y lo que vino después se denominaría “la diplomacia del ping-pong”, ya que este acercamiento convenció a muchos norteamericanos de que el comunismo no era monolítico (si China y URSS se pelean y se temen…), lo que de alguna manera ayudó a cambiar en parte lo que era por entonces el pensamiento predominante. De esta manera, el presidente Richard Nixon, un “duro”, pudo explotar la situación sin ser acusado de ser “blando” con los comunistas.
“Pekín nos necesita para romper su aislamiento”, declaraba Henry Kissinger, que viajó en secreto a China en julio de 1971. ¿O sería al revés? ¿No necesitaría EEUU a China para meterle presión a la URSS? Guerra Fría, otra vez.
La ONU (éramos pocos,y llegó la ONU…), quizá motivada por la misión de Kissinger –que se había hecho pública a su regreso– admitió a China en el megaclub de las naciones, a través de la Resolución 2758 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobada el 25 de octubre de 1971 (rápido para los mandados, Henri). La Resolución dice entre otras cosas que reconoce a la República Popular China como “el único representante legítimo de China ante las Naciones Unidas” y expulsó “a los representantes de Chiang Kai-shek del puesto que ocupan en las Naciones Unidas”, cambiando totalmente la postura de la ONU, que hasta entonces reconocía al régimen nacionalista de Chiang Kai-shek (que sostenía su “gobierno” en el exilio desde Taiwan, hacia donde había huido tras ser derrotado por Mao) como el verdadero gobierno de China.
Endulzada por tantas atenciones previas, China recibió la llegada de Nixon a China como si se tratara de un encuentro de amigotes. El resultado de la visita fue “el comunicado de Shanghai”, en el cual los dos países reconocen sus diferencias básicas y anuncian el deseo de mejorar sus relaciones. Hubo intercambio de regalos, incluso: los chinos le regalaron a Nixon dos pandas gigantes y los norteamericanos retribuyeron con dos bueyes. Practiquísimos, los regalos.
“Ha nacido una pareja”, diría alguien.