Naufragio del trasatlántico Monte Cervantes (22/01/1930)

Mientras navegaba por el “Canal de Beagle”, naufragó el transatlántico alemán “Monte Cervantes “, cargado de turistas y este accidente se cuenta entre los más dramáticos de la historia naval argentina. El “Monte Cervantes”, construido en 1928, era uno de los buques más modernos de la flota de la empresa “Hamburgo Sud Americana”. Había salido del puerto de Buenos Aires, con 1180 pasajeros (la mayoría procedentes de ese puerto) y una tripulación de 380 hombres, para realizar una excursión de turismo que durante quince días debía visitar la zona sur del país. Después de hacer escala en distintos lugares de la costa patagónica, el barco arribó a Ushuaia, última parada del recorrido y el 22 de enero emprendió el regreso.

Era un día claro y radiante y la mayoría de sus pasajeros se hallaba sobre cubierta en la tarde de ese día. Nadie quería perderse el maravilloso espectáculo que se ofrecía a medida que la nave avanzaba hacia el Este, proa al faro de Les Eclaireurs, cuando un fuerte golpe conmovió la nave, que se sacudió violentamente y su estructura comenzó a crujir. Una fuerte detonación seguida de espesa humareda, al estallar el tanque de combustible de proa, hizo cundir el pánico. La proa se levantó y comenzó a inclinarse a babor. Aparentemente, una roca había producido un profundo rumbo en el casco, pero las causas del accidente nunca quedaron aclaradas por completo. En cuestión de minutos, el paquebote, orgullo de la industria naviera alemana, se transformó en un infierno y los pasajeros corrían desesperados por cubierta.

El capitán THEODORE DREYER, con total dominio de la situación, ante el naufragio inminente, ordenó una arriesgada maniobra: procurar que el barco calzara en las rocas para dar tiempo al salvamento. La maniobra dio resultado, e inmediatamente los botes insumergibles y las lanchas a motor de que estaba provisto el buque, fueron alistados. Mientras el barco continuaba inclinándose en las heladas aguas, los pasajeros y los marineros lograron subir a los botes salvavidas y llegaron a Ushuaia, todos a salvo. Los primeros en advertir el naufragio fueron los presos de la cercana prisión de Ushuaia, quienes trataron de dar aviso a los gritos, pero los carceleros no les prestaron atención pensando que se trataba de un motín, hasta que uno de los vigías del presidio observó lo que estaba pasando en aguas cercanas. Pronto el telégrafo vibró llevando la noticia y pidiendo auxilio. En Buenos Aires la angustia llegó a centenares de hogares y toda la ciudad vivió horas de tremenda incertidumbre, apenas atenuada cuando se supo que el transporte “Vicente Fidel López”, había llegado al lugar llegado al lugar y estaba recogiendo a los últimos náufragos. Finalmente, la consoladora noticia: «No hay víctimas entre los pasajeros». En ese mismo momento, el Monte Cervantes, con sus hélices fuera del agua y con grandes rumbos en la quilla, agonizaba lenta­mente. El suntuoso palacio flotante iba desapareciendo para convertirse en tumba del capitán Dreyer. El bravo marino, ya salvados todos, pasajeros y tripulantes, cumplió el código de honor de los hombres de su estirpe, prefiriendo perecer con su barco. Más tarde, la ciudad alborozada recibió a los que habían sido rescatados de una muerte casi segura. Pero aquel sacrificio no fue olvidado. Y hasta esa mole gigante sumergida en las profundidades del mar, llegaron manos piadosas para rendir homenaje al valor de su capìtán y al heroísmo de su tripulación Agradecemos esta colaboración del señor ENRIQUE OSCAR SCHÄFER, que fue protagonista del naufragio cuando tenía nueve años.

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