En el mundo del cómic es raro encontrar a alguien que se dedique a un único personaje o a una única historia por toda su vida, pero ese es el caso de Morris y Lucky Luke.
Nacido el 1 de diciembre de 1923 con el nombre de Maurice de Bévère en Courtai, Bélgica, desde muy chico él se había interesado por el dibujo y por la animación. Era un gran admirador de Disney y su Mickey Mouse y de Hergé, y durante su infancia y adolescencia llenó cuadernos enteros con copias de sus personajes favoritos, pero sus sueños de dibujante debieron esperar un poco para formalizarse. En 1942, a los 19 años, en la Bélgica ocupada por los nazis, para dejar contentos a su padre, dueño de una fábrica de pipas, y para salvarse del trabajo obligatorio en Alemania, se dedicó a estudiar derecho en la facultad de Louvain. Mientras tanto, practicaba su arte como podía, aprendiendo de un curso por correo del maestro francés pionero del rubro animado, Jean Image, y estaba atento a cualquier dato que pudiera servirle para entrar a ese mundo.
Afortunadamente, en 1945 la suerte llamó a su puerta y se enteró de que en el estudio belga de animación Compagnie Belge d’Activités (CBA) estaban buscando personal. La experiencia en sí es casi anecdótica, ya que entró al departamento de entintado con un rol bastante menor casi justo cuando la empresa cerró, pero allí pudo dar sus primeros pasos y conocer a artistas que luego serían próceres del género como André Franquin, Eddu Paape y Peyo.
Por eso, casi inmediatamente después de su paso por CBA, comenzó a trabajar para ediciones Dupuis, editores de la revista humorística Le Moustique, para la cual desarrollaría unas 200 tapas, y el semanario Spirou. Fue en este momento que, a pleno en su trabajo, Morris hizo uso por primera vez de su famoso pseudónimo y, en 1946, creó a su mítico héroe: Lucky Luke. Aparentemente, él siempre había sentido una afinidad especial por las historias del Viejo Oeste y sus habitantes más destacados, los cowboys. Estas figuras solitarias, independientes, resonaban muy bien con Morris, un tanto retraído por naturaleza, pero, a través de Luke, él podría también explorar el mundo de la aventura.
De este modo, habiéndose ganado un lugar privilegiado en el anuario Almanach Spirou de 1947, el vaquero de Morris salió a la luz con gran éxito en el marco de una historia titulada “Arizona 1880”. Rápidamente, atrayendo al público con su grafismo simple y expresivo y con unas tramas que resultaban una mezcla perfecta de parodia y homenaje a los westerns, la historia se ganó un lugar permanente en la revista Spirou y allí el dibujante, oficiando entonces también de guionista, dio rienda suelta a su imaginación. A los personajes originales del protagonista solitario, noble y justiciero – famosamente “más rápido que su sombra” – y su compañero Jolly Jumper (“el caballo más inteligente del mundo”) se fueron agregaron otros como Rantanplan (“el perro más estúpido del Oeste”), Billy the Kid, Calamity Jane y los memorables malvados hermanos Dalton.
Para 1948, quizás sintiendo que ya no podía inventar más sobre lo desconocido, Morris partió a Estados Unidos a embarcarse en un extenso road trip con los dibujantes Franquin y Joseph Gillain, conocido también como Jijé. Realmente recorrieron grandes porciones de ese país y de México, algo que sin dudas habrá resultado inspirador, pero el viaje sería clave en la carrera del dibujante belga en un sentido mucho más importante. En 1949, Morris se instaló en Manhattan, dónde pasaría los siguientes seis años, y allí pudo entrar en contacto con figuras destacadas como Jack Davis, William Elder, John Severin y Harvey Kurtzman, los fundadores de la revista MAD, y con un joven llamado René Goscinny. Este último, especialmente, lo impactó con intelecto y su capacidad para pensar historias originales y, a partir de 1955, año de su retorno a Europa, las tareas se dividieron y Morris dejó el trabajo de escritura de Lucky Luke al joven guionista francés.
De ahí en más, hasta la muerte de Goscinny en 1977, la operación básicamente fue llevada adelante por ellos dos. Sin ánimo de desestimar el trabajo previo de Morris en soledad o su desarrollo posterior con una veintena de guionistas distintos, muchos dirán que este fue el mejor momento de la serie. Basta con acercarse a alguno de los casi cuarenta álbumes elaborados por la pareja para encontrar un perfecto maridaje de experimentación visual novedosa sobre los temas trillados del western – puro Morris – con el humor de Goscinny, destacado por balancear un respeto obsesivo por la veracidad histórica con cientos de referencias a la cultura popular contemporánea.
Lucky Luke sin dudas trascendería su época y, además de aparecer en películas y en series animadas de diferentes décadas, se transformaría en uno de los productos culturales belgas más importantes. Algo que tristemente no podemos decir de su autor. Quizás por su existencia un tanto ermitaña y por su desinterés hacia la crítica, aunque hoy es considerado como un artista gráfico excepcional, la estrella de Morris jamás llegaría a brillar tanto como la de otros de sus contemporáneos. No habría para él decenas de premios ni homenajes y, más allá de recibir un premio de sus colegas en el festival del comic de Angulema en 1992 y de ser nombrado oficial de la Orden de Artes y Letras de Francia en 1998, Morris siempre bromearía con que el premio que más lo enorgullecía había sido el que le entregó la Organización Mundial de la Salud en la década del ochenta por haber dejado de dibujar a su vaquero con un cigarrillo en la boca.
Al día de hoy, mientras Lucky Luke continúa siendo escrita y dibujada por nuevos artistas que tomaron el relevo luego de la muerte de Morris el 16 de julio de 2001, la memoria del dibujante se preserva en silencio. Sin embargo, aún con sus fanáticos reclamando la escritura de un libro que haga justicia de la vida de este gran hombre, su creación más importante – ese trabajo al que dedicó su vida porque, como gustaba decir, ya con Lucky Luke tenía suficiente -es el mejor homenaje que tiene. Así, a través de unas noventa aventuras propias (y un “spin off” de Rataplan hecho a finales de los ochenta) traducidas a una veintena de idiomas y con más de 300 millones de ejemplares vendidos, Morris, ciertamente, no nos ha abandonado del todo.