Uno de los principales representantes de la filosofía fenomenológica contemporánea. Nació en Munich; estudió en Eucken, profesó en las Universidades de Jena, de Munich y, a partir de 1919, en la de Colonia, siendo llamado, hacia el final de su vida, a la Universidad de Francfort del Mein, donde murió en 1928. Brillante personalidad, Max Scheler es uno de los pensadores más notables de la primera mitad de nuestro siglo. Se dedicó particularmente a la Ética, pero no dejó de apasionarse y ocuparse con interés de la filosofía de la religión, la sociología, la antropología y la metafísica fenomenológica. Su doctrina representa una importante derivación de la fenomenología de Husserl, autor cuya influencia se deja sentir en Scheler extraordinariamente. Los problemas de la vida, de la cultura y de la historia fueron abordados por este autor con decidida vocación filosófica, siendo de ello testimonio sus numerosas obras.
Se han distinguido tres etapas en la vida de Scheler y en su posición doctrinal. Su primera época, la de la juventud, estuvo dominada por su maestro Eucken. El pensamiento de este autor gira en torno de la vida del espíritu: se trata de una filosofía de la vida (”vitalismo”), pero con predominio de la vida espiritual. Este rasgo y la afición a san Agustín se tema también en Scheler. Después seguirá fundamentalmente a Husserl, sin apartarse de sus aficiones vitalistas y afectivistas, continuando y modificando la fenomenología husserliana en sentido afectivista. Influyen en sus orientaciones vitalistas e historicistas Nietzsche, Dilthey y Bergson. En la etapa de los años de madurez (1913 a 1922), produce Scheler sus obras fundamentales, destacando El formalismo en la ética y la ética material de los valores, aparecida en el “Anuario de Filosofía y Fenomenología”, de Husserl (1913-1916). Hasta bien entrada la madurez se mostraba Scheler autor en lo fundamental personalista, teísta y cristiano; después sufrió una transformación, desprendiéndose de gran parte de sus creencias doctrinales anteriores y hasta de su posición teísta. Hacia el final de su vida, sobre todo en su escrito El puesto del hombre en el cosmos (1928), se advierte la transformación sufrida, sin que se llegue a una doctrina perfectamente elaborada y sistemática. Las principales producciones schelerianas son: El método trascendental y el método psicológico, 1900; El resentimiento en lo moral, 1912; El formalismo en la ética y la ética material de los valores, 1913-16; Esencia y formas de la simpatía, 1923 (con otro título, 1913); Ensayos y artículos, 1915; De la inversión de los valores, 1919; De lo eterno en el hombre, 1921; Sociología del Saber, 1926; El puesto del hombre en el cosmos, 1928; La idea del hombre y la historia, 1929; Concepción filosófica del mundo, 1929 (en que se incluye El saber y la cultura); Muerte y Supervivencia. Ordo amoris, 1933… Quedan todavía escritos inéditos. La mayor parte de las obras han sido vertidas al español, así como a las demás lenguas cultas, alcanzando enorme divulgación.
La filosofía de Scheler considera fundamentalmente tres problemas o cuestiones dobles: el conocimiento y los valores, la vida y el hombre, los sentimientos y Dios. Respecto al conocimiento, entiende el autor alemán que el saber inductivo, el de las ciencias positivas, cuyo objeto es la realidad sensible, se basa en el instinto de dominación; el saber esencial, que pretende penetrar la estructura básica de todo lo que es, o sea, el “qué” de las cosas, tiene por objeto lo “a priori”, constituido por las esencias y no precisamente por los juicios (contra Kant): dicho “a priori” no puede ser “lo racional”, pues, en realidad, toda nuestra vida espiritual posee un contenido “a priori” y, así, el sentir, el amar, el odiar, es decir, lo emotivo del espíritu (sentido agustiniano y pascaliano de la fenomenología de Scheler); el saber metafísico, designado también como “saber de salvación”, tiene por objeto, primariamente, los grandes problemas subyacentes en la ciencia, cuyos resultados requiere, y, después, la metafísica de lo absoluto, o sea, en alguna forma, la “trascendencia”. El camino para tal metafísica no será para Scheler el ser-objeto, sino que arranca de la “antropología filosófica”, que se plantea la cuestión fundamental: ¿Qué es el hombre?
Los valores constituyen, para este autor, el “a priori” de lo emotivo, los objetos intencionales del sentir. No son, propiamente, inteligibles –al modo de las “ideas” de Platón–, sino que se dan de inmediato al sentir intencional. El nominalismo valorativo o axiológico (empirismo y psicologismo) es rechazado por Scheler, así como el formalismo ético (kantismo y logicismo intelectualista). Los valores no dependen de los fines, sino que radican en los objetos de nuestro entender, sirviendo de base a las tendencias y objetivos humanos. El valor fundamental deber ser ideal, de lo que surge un deber normativo o preceptivo; la Ética no se funda en este último deber ser, sino que se apoya en los valores como realidad material, existente, objetiva. Ellos son absolutos, nunca relativos, perteneciendo a la categoría de la “cualidad”. Es nuestro conocimiento de los valores que es relativo; es el subjetivismo pues los reduce a la vida que descubre la relatividad histórica de los valores. La jerarquía de las modalidades del valor se constituye así: a) valores del sentir sensible: lo agradable y lo desagradable; b) valores del sentir vital: lo noble y lo común; c) valores espirituales: bello y feo, justo e injusto, verdadero y falso; d) valores religiosos: lo sagrado y lo sacrílego. La verdad, en sí, no es ningún valor (en el sentido indicado). Atendiendo a sus soportes, los valores pueden ser de persona y de cosa; los primeros son superiores a los segundos, destacando entre ellos, por su excelencia, los valores morales (V. VALOR, VALORES).
La persona es, para Scheler, esencialmente espiritual. El espíritu no es, propiamente, ni la inteligencia ni la voluntad: es un principio nuevo. El acto de separar la existencia y la esencia constituye la característica diferencial del espíritu humano. En conjunto el espíritu es objetividad. Por otra parte la persona es individual, opuesta a lo general aunque no a la totalidad. A cada persona corresponde un mundo y a cada mundo una persona. La realidad personal individual está articulada en una realidad personal plural; es decir, la persona-individuo se articula en una comunidad. Scheler establece tipos de unidades sociales. Los dos tipos de personas plurales puras son la Iglesia y la nación o círculo cultural.
El hombre como realidad natural no escapa de su animalidad, de su integración en la vida, que es un “todo” en constante evolución. Pero el hombre tiene también otro sentido: es el ser que ora, que aspira a trascender; es el buscador de Dios. Posee una experiencia religiosa original, puesto que lo divino se da primordialmente a la conciencia. Dios es un ser vivo y personal: es persona suprema, eminente. El Dios de los panteístas no precisa la divinidad (no se personaliza), deja escapar la realidad viva de lo divino, confundiéndola con la realidad inferior. Todo espíritu infinito cree en un Dios o en un ídolo. Por otra parte, a la fe corresponde la revelación, por el lado de Dios, dándose la religión y la fe gracias a la acción de un Dios personal. La metafísica es una etapa previa del conocimiento religioso. El Dios filosófico viene a ser solamente un rígido fundamento del mundo. Todo saber acerca de Dios ha de ser un saber a través de Dios. Este saber es fundamentalmente un acto religioso. Y Dios se da como correlato del mundo, como la persona correspondiente al macrocosmos. Por amor –el cual, si es genuino, tiene que ver siempre con un valor, aunque no es de un valor en cuanto tal– llegamos a Dios, porque cree Scheler que amar es siempre amar a una persona y el punto cimero del amor es la persona divina. Así Dios es el centro supremo del amor. Y presta a la persona el fundamento de su sentido, que no es otro que su propio amor.
Scheler renunció a muchas de estas doctrinas, en los últimos tiempos de su vida, para sostener –equívocamente– que las etapas superiores del ser son más débiles que las inferiores. Lo más poderoso son los centros de fuer<a del mundo inorgánico, que tienen sentido teológico capital. Aparte de ello, inaceptable, debe notarse que la fenomenología de Scheler no constituye todavía una metafísica del ser real, a pesar de su interés descriptivo. La persona queda aún reducida a centro de actos intencionales; los valores requieren de una auténtica fundamentación en el ser. La filosofía scheleriana es, pues, una doctrina de transición. Los últimos escritos antropológicos resultan peligrosos y panteísticos.
Texto extraído del sitio: https://www.filosofia.org/enc/erc/t6c1117.htm