Maurice Béjart: el coreógrafo rupturista

Nacido en Marsella, Francia, el 1 de enero de 1927, bajo el nombre de Maurice Jean Berger, abandonó sus estudios de Filosofía para dedicarse al baile, el cual practicaba desde los 14 años cuando su médico se lo aconsejó para “fortificar su cuerpo enclenque”. Siguió una formación clásica en Paris y Londres y fue alumno de personalidades tales como Madame Egorova, Madame Roussane y Leo Staats. A los 18 años debutó en el Teatro Municipal de Vichy y se rebautizó Béjart como la esposa de su admirado Molière. A continuación, formó parte de los Ballets de Roland Petit y del Real Ballet Sueco. En 1952 firmó su primera coreografía para una película sueca “El pájaro de fuego”, de la cual fue el primer intérprete. En 1953, en París, cofundó con Jean Laurent la compañía “Les Ballets de L´Etuile” junto a la cual, en 1955, estrenó su primera obra importante, “Sinfonía para un hombre solo”, con la que rompió los esquemas hegemónicos e inventó su propio universo sonoro para evocar la soledad, el amor y a los otros, y revolucionó el vestuario para acercar los bailarines al público (cambió las mayas y los tutús por jeans). “Quería simplificar y limpiar la danza; redescubrir y vivificar la tradición coreográfica universal: que la gente vea una danza y proyecte en ella su propia vida“, escribió en sus memorias décadas más tarde. En 1957 la compañía se transformó en el “Ballet Théâtre de París” y presentó “Sonate á trois” y “Orphée” al año siguiente.

Sus innovaciones coreográficas suscitaron problemas en Francia, por lo que en 1959 se trasladó a Bélgica, al Teatro Real de la Moneda en Bruselas, donde estrenó “Le Sacre du printemps” interpretada por bailarines de tres formaciones diferentes, los cuales pasarían a formar la genial compañía “Ballet del Siglo XX” en esa ciudad, y con la que escenificó sus maravillosas coreografías: “Bolero“, “Canto del compañero errante” (creada para Nureyev), “Nijinski” (para Jorge Donn) y “Gaité parisienne” (para Víctor Ullate), entre muchas otras. Durante 27 años, entre 1960 y 1987, Béjart revolucionó el mundo de la danza (belga en particular, pero europea en general) con espectáculos multimedia a gran escala, utilizando bailarines con formación clásica junto a efectos coreográficos basados en la danza moderna, la acrobacia y el teatro del absurdo, actuado en escenarios no convencionales y bailando ante multitudes en palacios de deportes y circos. “Saqué el baile de las salas de ópera para implantárselo a los estadios, a los Juegos Olímpicos, al Festival de Aviñón”, solía declarar orgulloso ante la crítica especializada y el periodismo del espectáculo.

En 1987, tras serias desavenencias con los directivos del teatro de La Moneda, decidió trasladarse a Lausanne, en las colinas de la meseta norte de Suiza, en la ribera del lago Léman, disolver el “Ballet del Siglo XX” y crear la compañía “Béjart Ballet de Lausanne”. En septiembre de 1992, secundado y capitaneado por su inseparable discípulo desde 1979, Gil Roman (su director asistente desde ese año hasta el 2007 cuando, tras la muerte del coreógrafo, devino director general de la compañía), Béjart creó tres excepcionales coreografías inspiradas en temas españoles protagonizadas por los españoles Ruth Miró, Víctor Jiménez y Elisabet Ros, que fueron aclamadas internacionalmente (Europa, Asia y América). Con la misma compañía, la cual dirigió por dos décadas, también llevó a escena sus últimas creaciones coreográficas: “La Route de la soie” (1999), “Manos” (2001), “Mère Teresa et les enfants du monde” (2002), “Ciao Federico” (en homenaje a Fellini) (2003), “L’Amour – La Danse”(2005), “Zarathoustra” (2006) y “Le Tour du monde en 80 minutes”(2007), la cual no llegó a ver estrenarse debido a su muerte, a los 80 años, el 22 de noviembre de 2007.

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“La danza permite mezclar un placer estético, un placer dinámico y un placer emocional; con un mínimo de explicaciones, un mínimo de anécdotas y un máximo de sensaciones”, “Mis ballets son, ante todo, encuentros con la música, con la vida, con la muerte, con el amor […], seres cuyo pasado y obra se reencarnan en mí, igual que el bailarín que ya no soy se reencarna una y otra vez en unos intérpretes que lo rebasan”, escribió Béjart. “Si pocas veces puede emplearse con justicia el término de genial aplicado a un artista, no cabe duda que en el caso de Béjart, tal concepto deja de tener significación adjetiva para convertirse en definición. Desde la aparición de Serge Diaghilew y sus ballets russes, el más importante creador que Europa ha dado en el mundo de la danza es Maurice Béjart. Creador inagotable que, a través de los años, no cesa en su invención, ni agota su capacidad de sorpresa. Béjart es la danza. No pura, sino en su posibilidad de síntesis de otras muchas manifestaciones: la música, el teatro, la mímica, la luz, la geometría y la expresión. Posee, además, la extraña condición de poner en orden lo revolucionario de manera que, una vez que las concepciones han quedado planteadas, su realización se nos presenta con tal dominio de naturalidad que no parece, sino que las cosas hubieran sido así siempre. […] Si al genio se une la perfección, lo genial se multiplica. Y en el ballet de Béjart todo es perfecto: la calidad de los bailarines, la del conjunto, el dominio del siempre renovado repertorio de pasos y actitudes, el estudio detallado del gesto, la manipulación de la intensidad luminotécnica, la sobriedad del vestuario. Todo, en una palabra”, escribió el periodista español Enrique Franco para el diario El País.

El coreógrafo Maurice Béjart es uno de los artistas más luminosos del siglo XX. Revolucionó el arte de la danza y conquistó a decenas de miles de espectadores de todo el mundo, muchos de ellos hasta entonces indiferentes al ballet. A lo largo de una dilatada carrera en la que no dejó de superarse a sí mismo, creaciones como “Le sacre du printemps”, “IXe Symphonie”, “L’oiseau de feu”, “Boléro”, “Le Presbytère” … son hitos que quedarán en la memoria y en el corazón del público y que pertenecen ya al repertorio clásico universal. Su espíritu abierto y curioso, en la mejor tradición ilustrada, su inspiración pujante y magnífica nos hace sentirnos admirados por la vieja Europa, que sigue dando estas muestras de genialidad imperecedera.

 

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