Maratón: La carrera que no fue

Filipides corrió y corrió durante 42 kilómetros. Corrió hasta literalmente el último aliento. Según la leyenda (no recogida en los textos de Herodoto), este soldado fue enviado a Atenas para avisar de que los persas habían sido derrotados en la localidad de Maratón y evitar que los atenienses rindieran la ciudad. Nada más entregar su mensaje, y con ello evitar la rebelión en ciernes de los aliados de los persas, cayó muerto Filipides en el sitio. Una anécdota recogida 600 años después, y por tanto probablemente falsa (¿por qué ir andando pudiendo ir a caballo?), pero que advierte de lo mitificado que están todos estos episodios de la Antigüedad. La posterior glorificación de los heroicos «hombres de maratón» en la literatura ateniense escondió el hecho de que su triunfo fue limitado y pospuso el problema solo por unos años.

La guerra de Occidente contra Oriente

Una década antes del sacrificio espartano en el paso de las Termópilas la rivalidad entre el Imperio persa y las polis griegas vivió un primer simulacro de guerra. El rey persa Darío I, padre de Jerjes, organizó en 492 a. C. la invasión de la Grecia Continental como castigo a las polis de Atenas y Eretria, que habían apoyado un levantamiento en las ciudades controladas por los persas en Asia Menor y Chipre. La autoridad persa no resultaba excesivamente opresiva en estas ciudades jonias, aunque la naturaleza autocrática del poder de Darío y los cambios en el sistema de tributos amenazaba con estallar tarde o temprano en una revuelta.

Esta primera parte de la guerra empezó favorable a los intereses del ejército persa, que volvió a subyugar Tracia y obligó a Macedonia a ser vasalla del reino de Persia. Sin embargo, una tormenta sorprendió a la flota del general persa mientras costeaba el Monte Athos y retrasó un año más las operaciones. Todas las partes de Grecia aceptaron someterse ante los enviados persas excepto Atenas y Esparta, las cuales ejecutaron a los embajadores al más puro estilo cinematográfico «This is Sparta!».

Fue a raíz de estas ejecuciones cuando Darío ordenó una segunda campaña militar, dirigida por los generales Datis y Artafernes, que tenía como objeto expreso destruir Atenas y Esparta. Según la leyenda, el rey persa preguntó: «¿Quién es esa gente que se llama atenienses?», a lo que añadió él mismo sin aceptar explicaciones: «¡Oh Ormuz (divinidad persa), dame ocasión de vengarme de los atenienses!». Una flota de casi veinte mil infantes y jinetes se concentró en Cilicia (la zona costera meridional de la península de Anatolia) y fue saltando el terror y la destrucción de isla en isla hasta desembarcar en Eretria, que fue arrasada y sus ciudadanos esclavizados. Finalmente, el ejército expedicionario se dirigió al Ática, desembarcando en Maratón por sugerencia del tirano ateniense Hipias. El otrora dictador de Atenas, que durante unos años impuso un reinado represivo en la polis, se había refugiado en la corte persa de Darío I después de ser derrocado por los espartanos. Cuando Persia amenazó con atacar a Atenas y reponer a Hipias lo hizo sabiendo que el viejo tirano tenía todavía muchos partidarios en la ciudad.

El grito de los atenienses

En su origen los hoplitas eran ciudadanos propietarios de pequeños terrenos agrícolas que, de cara a defender su ciudad, se compraban su propia armadura (grebas de bronce, yelmo, un escudo cóncavo, coraza, jabalina de punta doble y una espada como arma secundaria) y acudían al frente. Su formación en falange permitía que la unión de todos ellos fuera una perfecta arma para la guerra: las apretadas filas establecían un muro de escudos altos y las lanzas salientes de las tres primeras filas los hacían imbatibles frente a la caballería enemiga. El código agrario desaconsejaba las gestas individuales fuera de las filas de la falange y las unidades de arqueros no eran habituales. No en vano, precisamente antes de la batalla de Maratón fueron liberados esclavos atenienses para servir de infantería ligera, honderos y lanzadores de jabalina. Además, un millar de platenses –ciudad bajo la tutela de Atenas– reforzaron en esta contienda a los atenienses.

Por su parte, las fuerzas persas que estaban presentes en Maratón bajo el mando de Artafernes, un sobrino de Darío, estaban compuestas de soldados de diferentes procedencias que no hablaban las mismas lenguas y no tenían la costumbre de combatir juntos. Si bien tenían la superioridad numérica de su parte, su falta de coordinación y su pobre armamento las hacían vulnerables frente a los hoplitas. Los escudos de mimbre y lanzas cortas hacía a la infantería persa vulnerable en el combate cuerpo a cuerpo, mientras que su caballería era débil frente al erizado de lanzas que era la falange ateniense.

Durante varios días, ambos ejércitos permanecieron en actitudes defensivas. La distancia entre los dos ejércitos era de 1.500 metros, lo que permitía a los persas escuchar con nitidez el grito de guerra de los atenienses: «Ελελεσ! Ελελεσ!» (Eleleu, Eleleu). Los persas no se atrevían a desalojar a los griegos de su ventajosa posición, situados en un terreno consagrado a Heracles; mientras que los atenienses no se atrevían a descender a la llanura, donde quedarían a merced de las flechas de los persas. Y de nuevo la versión mitificada presenta a Milcíades como el defensor de atacar cuanto antes a los persas, frente a otros oficiales más conservadores. Lo más probable es que los mandos griegos apuraron el máximo no por excesiva prudencia, sino con la esperanza de que pudieran llegar los refuerzos espartanos a tiempo.

El 11 de Septiembre del 490 a.C. (según el calendario griego) se impuso el plan del estratega y mandó que el cuerpo de hoplitas atacara a la carrera para cubrir rápidamente el terreno que les separaba y esquivar las flechas, lo cual era otro de los puntos fuertes de la infantería griega: su velocidad. En este sentido, autores modernos cuestionan que los hoplitas pudieran desplazarse tan rápido con un armamento tan pesado durante tantos metros y exponiéndose a perder su preciada formación.

La verdad detrás del mito

Los persas tenían su fortaleza invertida en sus arqueros, que no tuvieron ocasión de actuar debido a la sorpresiva iniciativa ateniense, y en la caballería, que en Maratón estaba ausente porque Datis, el otro comandante persa, había zarpado con todos los jinetes para emplearlos en la llanura de Falero.

Las infanterías enfrentadas en el centro mostraron vencedor a los persas en un principio, mientras que en los flancos los atenienses destrozaron a los persas sin que cupiera respuesta. La táctica de Milcíades consistía en atacar por los flancos, de modo que la maniobra envolvente fuera engullendo a los persas y dejando a su centro aislado como un islote rodeado de miles de hoplitas. Su plan fue un éxito. Los atenienses aprovecharon la jornada para masacrar a los persas, que en su huída acabaron atrapados en tierras pantanosas. Herodoto estima en 6.400 las bajas persas, frente a las exiguas 192 muertes griegas. No en vano, Datis todavía conservaba fuerzas suficientes para dirigirse en barco hacia Atenas. Sabía que, con las tropas fuera de la ciudad, bastaba la llegada de la flota persa para que los partidarios del tirano Hipias iniciaran una revuelta y entregaran la ciudad.

Un hemerodromo (los corredores profesionales de Atenas) corrió desde Maratón hasta Atenas, 42 kilómetros sin pausa, para advertir de la victoria ateniense y de la llegada de los persas, cayendo muerto nada más pronunciar estas palabras en su último aliento: «Hemos ganado». Más una leyenda que una realidad… pues Herodoto (para el Filipides fue un atleta que recorrió 200 kilómetros para pedir la ayuda espartana) no recogió esta historia; mientras que otros autores no se ponen ni siquiera de acuerdo con el nombre del atleta: Luciano de Samósata le llama Filipides, y Plutarco le nombra como Tersipo. El filólogo Michel Bréal se inspiró en su historia para proponer a Pierre de Coubertin la celebración de una carrera llamada maratón dentro del programa de los modernos Juegos Olímpicos.

Finalmente, Datis se retiró a Falero con unos 10.000 hombres antes de volver a casa y los partidarios de Hipias no levantaron Atenas. ¿Fue el atleta el que evitó con su gesta maratoniana la caída de Atenas? ¿Por qué renunció Datis a atacar la ciudad con los enemigos a más de 40 kilómetros de distancia? Lo cierto es que los textos más mitificados se cuidaron en ocultar que el mismo día de la batalla un ejército de 2.000 espartanos se dirigió a Atenas tras recorrer en dos días más de 200 kilómetros. Los atenienses preferían la inverosímil historia del heraldo heróico antes de reconocer los méritos de sus vecinos, ahora aliados, en otro tiempo rivales.

Para los persas la derrota de Maratón fue solo el prólogo de la invasión de dimensiones bíblicas que estaba por llegar. Convencidos como estaban de que podían someter la Grecia Continental, los persas prepararon una nueva intentona una vez se lamieron las heridas internas. Tras la sublevación de Egipto (486 a. C.) y la muerte de Darío (486 a. C.), Jerjes I preparó la madre de todas las flotas y el padre de todos los ejércitos de « inmortales». En tanto, los atenienses ensalzaron esta victoria a niveles legendarios, disimulando en sus textos que los persas seguían siendo un imperio impenetrable y que Maratón no había sido una lucha entre un puñado de griegos y un ingente número de bárbaros, sino un triunfo a raíz de un error táctico de los orientales.

Poseído por los elogios, Milcíades intentó atacar la Isla de Paros en el 489 a.C aprovechando la supuesta debilidad persa. Sin embargo, pronto Milciades tuvo que volver sin la victoria prometida, muriendo poco después por una herida de guerra. Una cosa era defenderse y otra muy distinta trasladar la guerra al terreno persa. Grecia todavía no estaba preparada para esa guerra.

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