Luis I «El Breve», la desgracia del Rey borbón que reinó solo siete meses

La locura forzó a Felipe V a abdicar a favor de su hijo mayor, Luis, en 1724. El Rey tomó aquella decisión porque veía que los estragos de su enfermedad, probablemente un trastorno bipolar, no le permitían seguir en el trono más tiempo o porque, tal vez, el Monarca albergaba la ambición secreta de reinar en Francia si fallecía prematuramente Luis XV. La locura nunca estuvo reñida con la ambición. No obstante, la brevedad y las complicaciones del reinado de Luis echaron al traste los planes del Rey padre, cuya enfermedad entró en caída libre tras aquella abdicación en falso.

Luis I, llamado «el Bien Amado» o «el Breve», fue el primer Borbón nacido en España y uno de los frutos del primer matrimonio de Felipe V con María Luisa Gabriela de Saboya. Huérfano de madre desde la tierna infancia, el Príncipe de Asturias creció bajo la rígida tutela de la princesa de Ursinos y la alargada sombra de su madrastra, Isabel de Farnesio. Y es que la segunda esposa del Rey era de carácter fuerte y nunca mantuvo buenas relaciones con Luis y Fernando, a la postre Reyes de España.

En 1709, Luis fue proclamado Príncipe de Asturias y en 1722 se casó con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe de Orleans, regente de Francia. Y aquí aparece la primera pata de la desgracia del joven. La esposa de Luis apenas recibió educación, siendo el único interés de sus padres el que se casara lo más pronto posible. Como consecuencia del desapego paterno, su personalidad era la de una niña caprichosa y extravagante. Escribiría el embajador inglés Stanphone: «No hay nada que justifique la conducta inconveniente de Luisa Isabel. A sus extravagancias, como jugar desnuda en los jardines de palacio; a su pereza, desaseo y afición al mosto; a sus demostraciones de ignorar al joven monarca, responde el alejamiento cada vez más patente de Luis hacia ella».

Un reinado adolescente

Mientras Luis se afanaba en comprender qué ocurría en la cabeza de su esposa; otro loco, su padre, arrojó inesperadamente su Corona sobre él en enero de 1724. Con diecisiete años, el Príncipe de Asturias era un inexperto, carecía de los conocimientos para reinar y tenía ya bastantes preocupaciones con contener a su extravagante esposa. Así y todo, el 9 de febrero de 1724 Luis I fue proclamado Rey, cuatro semanas después de la renuncia de Felipe V a la Corona, dando pistoletazo de salida al reinado más corto en la historia del Reino de España.

El pueblo, no en vano, dio la bienvenida con estusiasmo a este joven que las crónicas presentan como alguien «con cierta gracia y un donarie en sus modales y en su porte; siendo afectuoso y franco en su trato, sin amenguar por esto su continente grave y digno; y se le reconocía capacidad y aplicación en el estudio de las ciencias y las artes». Sus talentos y popularidad dieron lugar al apelativo del «Bien Amado».

En cualquier caso, el mayor obstáculo que se encontró Luis a su llegada al trono fue descubrir que, si bien Felipe V había abdicado de buena gana, no era de la misma opinión Isabel Farnesio (Felipe V tenía 40 años y la Reina 32), que mantuvo una oreja en el Palacio Real y la otra en el Palacio de la Granja de San Ildefonso, donde se había retirado el Rey padre buscando tranquilidad. Tampoco Felipe V terminó de soltar el cetro. Tras visitar al Monarca en San Ildefonso, el Mariscal Tessé alardeó de que «el Rey no ha muerto, ni yo tampoco», en referencia a que seguía siendo él el que realmente mandaba y sus hombres de confianza no estaban dispuestos a dar un paso atrás.

Buscando reivindicar su poder, Luis se rodeó de una serie de tutores alejados de la influencia de los anterior Reyes, dando un giro a la política exterior del reino, lo que se tradujo en más medios para América y el Atlántico y menos para la recuperación de las posesiones italianas perdidas en la Guerra de Sucesión. Además, se vivió un descenso en la influencia francesa en la Corte.

Pero tuviera o no grandes planes para el Imperio español, las políticas de Luis I quedaron inéditas. Su reinado estuvo marcado, casi exclusivamente, por la creciente locura de Luisa Isabel. La actitud de su esposa llevó a Luis I a buscar consuelo en numerosas correrías nocturnas por Madrid y en la caza. De hecho, la imagen que ha trascendido hoy es la de un Rey juerguista de vida relajada. «En cuanto ha almorzado se va a jugar a la pelota; el resto del día, bajo un gran calor, se va de caza y camina como un montero; por la noche, sin trabajar eficazmente, creemos que se excede y, sin embargo, no le gusta su mujer ni a su mujer él», escribía en esas fechas el Mariscal Tessé sobre las rutinas y aventuras de Luis I.

Finalmente, el Rey ordenó el encierro de su esposa en el Palacio Real. Como relata Alejandra Vallejo-Nágera en «Locos de la Historia» (La Esfera de los Libros, 2006), el hartazgo tuvo lugar tras una recepción pública en la que la soberana se desnudó y empleó su vestido para limpiar los cristales del salón. «No veo otro remedio que encerrarla lo más pronto posible, pues su desarreglo va en aumento», escribió el joven Rey a su padre.

La viruela termina con el joven Rey

El encierro de casi dos semanas hizo recapacitar a la joven, que envió varias cartas a Luis pidiéndole perdón. Su arrepentimiento quedó patente cuando la pareja real enfermó de viruela, a mediados de agosto. Luisa Isabel de Orleans sobrevivió a la enfermedad y permaneció al lado de su marido hasta su último suspiro. Siete meses después, con su repentina muerte el 31 de agosto, terminó el reinado de Luis I.

A pesar de que parecía haber corregido su comportamiento, la Corona reservaba pocas expectativas para las reinas viudas. Felipe V devolvió a Francia a la joven, como quien descambia un aparato defectuoso en la tienda de electrodomésticos.

El punto más polémico del testamento de Luis fue el nombramiento de su padre como heredero universal, lo cual contravenía los términos de la abdicación de Felipe V, que especificaba que de morir sin herederos la Corona pasaría a su siguiente hijo, Fernando, de once años. Frente a aquella incertidumbre legal, la rápida actuación de Isabel de Farnesio devolvió las riendas del reino a Felipe V. La Reina convenció a su marido de que siguiera el criterio del Papa, quien respaldaba que el juramento de abdicación no le obligaba a renunciar a la Corona ahora. Todo ello haciendo frente a las críticas de ciertos sectores de la nobleza castellana, que argumentaba que no cabía la marcha atrás en la abdicación de un Rey.

Si bien su locura iría en aumento en los siguientes años, fue Isabel de Farnesio quien se hizo realmente cargo de las responsabilidades de la Corona.

En cuanto a reyes breves. Luis I es superado por Felipe I de Castilla, conocido popularmente como «el Hermoso», que estuvo en el trono apenas dos meses antes de sufrir una enfermedad súbita. Por su parte, Amadeo de Saboya reinó tres años, siendo que su suerte estaba sellada incluso antes de desembarcar en España en 1870.

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