Los viajes de Freya Stark

Freya había nacido en París, pero vivió durante su infancia en Italia de donde era oriunda su madre. Nació prematura y pasó muchos de sus primeros años en la cama, tiempo que aprovechó para leer intensamente. Fue en su noveno cumpleaños que recibió como regalo el libro que le cambió la vida.

Visitando una de las fábricas textiles de su padrastro sufrió un accidente poco habitual, sus cabellos quedaron atrapados en una rueda de acero. Para salvarla, su padrastro le arrancó el cuero cabelludo. Como el cráneo quedó al descubierto le hicieron un injerto de piel del muslo para cubrir la sien y la oreja. Por esta razón, Freya, a lo largo de su vida, debió usar sombreros para cubrir la cicatriz que le dejó este accidente. A pesar de su salud y sus sombreros, Freya continuó con su sueño árabe y culminó sus estudios en la Universidad de Londres.

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Durante la Primera Guerra Mundial sirvió como enfermera en Italia, donde se enamoró del Dr. Quirino Ruata. Estaban por casarse cuando este decidió romper el compromiso, un golpe devastador para Freya, quien decidió entonces dar rienda suelta a sus sueños y visitar el Medio Oriente. Sin embargo, la adversidad la perseguía. Su hermana falleció por una complicación en el embarazo. Según Freya “Murió por dejar a otros decidir cómo tenía que vivir”. Justo antes de embarcarse a Beirut sufrió una úlcera gástrica que la obligó a someterse a una operación de urgencia. Apenas recuperada, puso rumbo a los países lejanos que habían alumbrado su imaginación, en busca de la fascinación de “descubrir cada mañana una nueva tierra”.

Durante la guerra había seguido de cerca las aventuras del coronel Lawrence y quería conocer los lugares que habían Sido testigos de su campaña heroica. Por otro lado, también quería seguir la peregrinación del primer traductor de “Las mil y una noches”, el capitán Richard Burton, el primer europeo en conocer La Mecca. Esta aventura no la emprendió sola, sino en compañía de su amiga Venetia Buddicom, con quien se alojó en los barrios marginados de Damasco, rehuyendo de las comodidades de los hoteles europeos y, a su vez, escandalizando a las delegaciones diplomáticas quienes temían por la integridad de las señoritas. En la oportunidad, las jóvenes se entrevistaron con el jeque Ahmed Al Hajar, un alto sacerdote druso quien se mostró sorprendido por esta inusual visita, a la que trató amablemente, pero sin acercarse, por cuestiones religiosas.

Freya mantenía una nutrida relación epistolar con su madre, pero a la vuelta de esta experiencia comenzó a escribir artículos basados en sus cartas para distintos medios bajo el pseudónimo de “Tharaya”, el nombre de una estrella.

Ya las ansias de viajar se habían desatado y la necesidad de nuevas aventuras la empujaba a extraños destinos. En 1929 se dirigió a Bagdad. Una vez más rehuyó de las comodidades europeas y vivió entre los lugareños. Bagdad era la ciudad espléndida descripta en “Las mil y una noches” cuando fue gobernada en el siglo VIII por el califa Harún al-Rashid. Ya poco quedaba de esos antiguos esplendores, pero sí la mística del exotismo. Muñida de una pistola, algunos mapas imprecisos (que frecuentemente se vio obligada a corregir) y el libro de los viajes de Marco Polo, salió en busca del castillo de Qasi Khan, sede de la famosa secta de los hashashins, o los consumidores de hachís que usaban durante los asesinatos selectivos de enemigos políticos. Su experiencia en este remoto paraje y la historia de los hashashins la volcó en un libro que le ganó prestigio al punto que la Royal Geographical Society – sociedad vedada a las mujeres – quedó fascinada por su relato.

Agotada y con la salud quebrada por su constante peregrinar, volvió a Europa a descansar, pero por poco tiempo ya que en 1931 navegó por el Mar Rojo hasta Adén, la ciudad que su ídolo Lawrence de Arabia había conquistado durante la Primera Guerra Mundial, y de allí a Shabwa (en Yemen), la legendaria capital de la reina de Saba. En este viaje conoció de primera mano el mercado de esclavos que existía en los países árabes, al que denunció en los medios.

Este viaje duró 2 años debido a las enfermedades que complicaron su salud. Durante la Segunda Guerra no dudó en ponerse al servicio del gobierno británico que aprovechó el conocimiento de sus lenguas orientales. En cierto momento quedó cautiva de las autoridades iraníes pero logró escapar. Entonces creó “La Hermandad de la Libertad”, a fin de distribuir información sobre las condiciones de igualdad entre las mujeres árabes.

En 1947 la Srta. Stark se convirtió en la Sra. Perowne al casarse con un diplomático británico, también arabista. Parecía que la existencia de la exploradora había llegado a su fin, pero la vida de Freya nunca fue fácil, la relación se complicó por la homosexualidad de Stewart Perowne y la pareja terminó separándose 5 años más tarde.

Freya siempre había querido casarse y tener hijos pero ante este nuevo desencanto, reinició sus viajes y con ellos la escritura de los libros que describían sus viajes, especialmente los derroteros seguidos por Alejandro Magno.

A los 75 años inició un viaje a Afganistán para visitar el minarete de Jam, en el remoto distrito de Shahrak. Esta es una columna de 65 metros de alto, construida entre 1163-1202, a casi 600 km de Kabul. La erosión, las inundaciones y las guerras han puesto en peligro estas construcciones declaradas Patrimonio de la Humanidad.

En 1972 su intensa tarea fue reconocida al ser nombrada Dama de la Orden del Imperio Británico. Esta “nómade apasionada” se retiró a su casa en Asolo, Italia, donde había pasado gran parte de su infancia. Allí vivió hasta los 100 años. Entonces, solía decir que conocer lugares extraños y civilizaciones remotas había sido la mejor forma de conocer al ser humano.

A lo largo de sus viajes sufrió todo tipo de afecciones que, en varias oportunidades, pusieron en peligro su vida, como la vez que contrajo sarampión en Shiban (“la ciudad con rascacielos más antigua del mundo”) y debió ser evacuada por un avión de la RAF a un hospital de Adén. Esta dama británica mostró desde el inicio de su vida un ansia de superación, una capacidad de soportar la adversidad y recuperarse para la próxima aventura. Una vida – para Freya Stark – es una concesión absurdamente pequeña para conocer a este mundo…porque la curiosidad es una fuerza invencible de la Naturaleza”.

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