Los años narcóticos de Sigmund Freud

Hay pocas cosas más conocidas en el mundo occidental que el nombre de Sigmund Freud (6 de mayo de 1856 – 23 de septiembre de 1939). Sus teorías sobre el psicoanálisis cambiaron la forma de entender las dolencias psíquicas y gracias a sus estudios hoy es muy común hablar de la libido, de perversiones y de fijaciones.

Sin embargo, mucho antes de publicar sus teorías sobre la sexualidad o la interpretación de los sueños, como todo pionero Freud fue un hombre que decididamente tuvo que hacerse un lugar en el mundo.

Criado en la Viena en la segunda mitad de fines de siglo XIX en el seno de una familia judía, no es sorpresivo que tuviera que lidiar con todo tipo de penurias y de actos antisemitas. Quizás el más famoso de estos eventos sea uno que él mismo citó como un momento formativo en su vida: el día en que, con sólo 12 años, contempló atónito como su padre no reaccionó cuando un hombre le arrancó el sombrero y lo insultó por ser judío.

A pesar de todo esto, Freud pronto se perfiló como un estudiante brillante. Se destacó tanto en la secundaria, de la que se graduó con honores, como en la universidad, dónde se formó como médico, llegando a tomar cursos de más para satisfacer su curiosidad. Fruto de esta ecléctica educación se desprenden algunos de los trabajos más curiosos de la bibliografía de Freud, como un artículo de 1877 sobre la morfología de las anguilas.

Una vez que se graduó en 1881, el joven doctor empezó a asistir a la clínica psiquiátrica del doctor Theodor Meyer, donde conoció a Joseph Breuer, quien luego sería su mecenas. Si bien esta es la rama que luego sellaría su destino, en paralelo estaba a la caza de algún tipo de novedad o descubrimiento que ayudara a ponerlo en el mapa.

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Es en este momento, dentro de estos, podría decirse, dubitativos años iniciales de su carrera, que aparece el que sería probablemente el evento más escandaloso de la vida académica de Freud: su trabajo con la cocaína. Luego de leer un artículo sobre la droga, se interesó por las posibilidades de su uso y escribió al laboratorio que la producía. A pesar de que hoy resulta muy llamativo, es importante recordar que aquél era un momento en el que la droga todavía no era una sustancia ilegal. A inicios de la década de 1880 se la había comenzado a publicitar como una especie de cura milagrosa y, de hecho, era sumamente fácil de conseguir. Es en este contexto que Freud fue invitado por la empresa productora, la compañía Merck, a realizar una investigación sobre la sustancia. Con este auspicio, él desarrolló todo tipo de teorías al respecto de la droga, llegando al punto de experimentar él mismo con la cocaína para poder dar cuenta exactamente de sus efectos.

Gran parte de sus apreciaciones se pueden leer aún hoy en un artículo que Freud publicó en 1884 titulado “Über Coca” (Sobre la Coca). En este curioso trabajo, el joven doctor se muestra muy entusiasmado acerca de las posibilidades de la cocaína. Describe con gran detalle las sensaciones de euforia producidas por su consumo y se muestra sorprendido por la forma en la que aumenta la eficiencia sin percatarse, siquiera, “de que uno está bajo la influencia de una droga”. Al mismo tiempo, Freud sugiere que la droga puede ser sumamente efectiva a la hora de resolver diferentes tipos de problemas, a tono con la idea de “droga milagrosa”, pudiendo curar dolencias gástricas e impotencia sexual. Fascinado por los efectos, afirma que la cocaína es un gran estimulante, y asegura, no sin polémica, que es “mucho más potente y mucho menos nocivo que él alcohol”.

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Quizás porque no llegó a experimentar los síntomas de la adicción, concluyó que la cocaína no generaba dependencia y que, por el contrario, podía ayudar a curar a pacientes adictos a la morfina. En este alusión, simplemente sugerido en el artículo pero no del todo explicitado, está el caso de su amigo, el fisiólogo Ernst von Fleischl-Marxow. Éste último, adicto al opiáceo luego de sufrir una infección, recibió un tratamiento con cocaína que, Freud consideró, reducía el dolor y mitigaba los efectos de la abstinencia. Sin embargo, la experiencia fue un fracaso rotundo. A pesar de los auspiciosos primeros síntomas de recuperación, Fleischl-Marxow se terminó volviendo adicto a la cocaína y murió luego de un largo sufrimiento a los 45 años, sin percibir ningún tipo de mejora.

Más allá de esta mala experiencia, las investigaciones de Freud sobre esta sustancia fueron de gran importancia y podrían haberle dado algún tipo de reconocimiento en ese campo, si no fuera por el hecho de que decidió abandonarlas. Hacía dos años que no veía a su prometida, Martha Bernays, quien se encontraba en Hamburgo. Deseoso de reencontrarse con ella y finalmente casarse, decidió cerrar sus investigaciones y dejarlas en manos de su colega, el oftalmólogo Carl Koller. Fue este doctor quien luego descubrió las propiedades anestésicas de la droga y cosechó algo de fama en el mundo científico.

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A pesar de todo, en los escritos de Freud no quedaron demasiadas pistas que nos indiquen si él hubiera preferido ser reconocido por este tipo de trabajo con drogas. Lo que queda claro, en todo caso, es que a muy poco de abandonar sus investigaciones sobre la cocaína, Freud obtuvo una beca para estudiar con Jean-Michel Charcot en París. Las métodos empleados por este médico en sus prácticas psicopatológicas lo impactaron fuertemente y lo inspiraron a abrir un consultorio propio en 1886. Durante estos años comenzó a experimentar con la hipnosis y, luego de atender a la famosísima “Anna O.”, Freud descubrió las posibilidades del tratamiento de problemas psicológicos a través de la palabra, reencausando toda su carrera médica.

Se sabe que, aunque alejado de la investigación formal sobre los narcóticos, Freud continuó consumiendo cocaína y recomendándosela a amigos y pacientes. No fue sino hasta el año 1896, luego de la muerte de su padre, que Freud decidió abandonarla.

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