“El dinero para conseguir el poder, y el poder para guardar el dinero”
Este lema de los Médicis bien podría aplicarse a nuestros tiempos, ejemplo lo tenemos en el sucesor de la Casa Blanca de los Estados Unidos, Donald Trump, pero no hablaré del magnate inmobiliario, sino de esa poderosa e influyente familia de banqueros de Florencia y concretamente de uno de sus miembros, Lorenzo de Médici, conocido popularmente como el Magnífico.
El sobrenombre no procede precisamente por su habilidad como economista, su gestión brilló más bien por su ausencia, sino por encarnar al hombre perfecto del Renacimiento. Muchos de vosotros ya sabéis que no me gusta dar fechas que se olviden fácilmente y siempre que presento algún personaje histórico que se tercie me gusta hacerlo por el final, es decir, por su muerte, que en ocasiones ilustra muy bien lo que fue en vida. Este es el caso de Lorenzo el Magnífico, que murió en Careggi, el mismo año que Colón descubrió América, a la edad de 43 años.
Seductor, filósofo, poeta, cazador, experto en armas, inteligente, conciliador y muy diplomático, gastó gran suma de dinero en obras de arte y en fiestas populares, que sirvieron para mantener contento al pueblo y equilibrar las distensiones existentes entonces entre los Estados italianos. Se casó con una de las mujeres más nobles de la aristocracia romana, Clarisa Orsini, con la que tuvo diez hijos, entre ellos, Juan, el futuro papa León X y adoptó a su sobrino Julio, que se convertiría en el papa Clemente VII, y como buen Médici que era, tuvo grandes y temidos adversarios, saliendo ileso en más de un atentado.
El Quattrocento, iniciado por su familia durante el siglo XV, se caracterizaría por el surgimiento del taller del maestro, quien recibiría los trabajos de sus clientes. Las obras dejarán de ser meros encargos y con la única propiedad de quienes las financian, para pasar a ser del artista, quien adquirirá la importancia que merece y la libertad de movimientos necesaria para crearlas. Lorenzo se convertirá en protector y amigo de Sandro Botticelli, mecenas de Leonardo da Vinci y de muchos otros grandes genios. Pero la importancia de su mecenazgo no se reduciría en financiar grandes obras de arte, sino en enviar a los propios artistas a las cortes europeas divulgando así el arte renacentista.
Su interés no se redujo solo al arte en sí sino que recuperó gran cantidad de obras clásicas que copiaría en sus propios talleres para difundirlas por toda Europa, se rodeó de grandes intelectos tanto en el campo del arte como la filosofía y la ciencia, y apoyó el Humanismo en todas sus vertientes. Fundó la escuela del jardín de San Marcos, antecedente de la Academia de 1561, donde se formaría su artista preferido, Miguel Ángel, en definitiva, con Lorenzo el Magnífico el arte adquiriría otra dimensión que superaría la simplemente estética para convertirse también en una actividad política, económica y diplomática, algo que supo rentabilizar mejor que sus otros negocios.
Comenzaba hablando de su muerte y con ella terminaré, porque hasta el lugar donde reposan sus restos son dignos de su apodo. La basílica de San Lorenzo de Florencia se construiría como principal parroquia de los Médicis, encargando el trabajo al escultor y arquitecto Filippo Brunelleschi, y en ella han trabajado Donatello, Fra Filippo Lippi, Verrocchio… Dentro se encuentran los restos de muchos ilustres miembros de la familia, y por supuesto, Lorenzo, que se encuentra en la nueva sacristía, diseñada parcialmente por el último y más gran maestro del Renacimiento, Miguel Ángel.