Coubertin, padre de los Juegos Olímpicos modernos

El barón Pierre de Coubertin, nacido Pierre de Fredy, creó de la nada el movimiento olímpico. De linaje aristocrático, renunció a una carrera militar hacia la que le inclinaba la tradición familiar y se dedicó a la pedagogía, su principal pasión, interesándose por el papel del deporte en la educación de la juventud.

Sus viajes por Estados Unidos e Inglaterra le llevaron a la conclusión de que el ejercicio físico constituía un elemento de gran valor en el desarrollo intelectual de los jóvenes. Sin embargo, sus intentos iniciales para lograr el interés de Francia, su patria natal, hacia el deporte no fueron acogidos con demasiado entusiasmo.

Aún así, no desistió de su empeño. En 1892, en la reunión de la Unión Deportiva en París, presentó por primera vez la idea de reinstaurar los Juegos Olímpicos y tuvo que volver a insistir en 1894 en el Congreso Internacional de amateurismo, celebrado en la Sorbona. Coubertin consiguió entonces un voto unánime para la recuperación de los Juegos.

Guiado por su entusiasmo y tesón, su idea se materializó en 1896. 750.000 espectadores presenciaron en el estadio Panathinaikos de Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la nueva era con la participación de 241 atletas de 14 naciones. Dos años antes había fundado el Comité Olímpico Internacional en París, entidad que presidió hasta su dimisión en 1925, cuando fue nombrado presidente de Honor.

Gran humanista, publicó extensamente a lo largo de su vida y se centró en desarrollar su filosofia entorno a la pedagogía del deporte, el olimpismo y el movimiento olímpico. En 1931 a los 69 años publicó sus “memorias olímpicas”.

Coubertin no vio cumplido su sueño de crear un Museo Olímpico Internacional y fue Samaranch quien lo llevó a cabo. El museo se inauguró en Ginebra el 23 de junio de 1993, casi cien años después de la inauguración del COI. Tras una vida personal difícil – sus dos hijos murieron jóvenes en una sanatorio mental – y al haber perdido casi toda su fortuna en la noble causa del olimpismo, falleció el 2 de septiembre de 1937 en Ginebra y fue enterrado en Lausana. Siete meses más tarde, cumpliendo su propia petición, su corazón fue transportado hasta la antigua ciudad de Olimpia, donde una estela de mármol conmemora la restauración de los Juegos Olímpicos.

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