Legión Cóndor: pilotos alemanes para Franco

Berlín, 6 de junio de 1939. Marciales y circunspectas, varias unidades militares desfilan por su principal avenida, la célebre Unter den Linden, hasta llegar al Instituto Superior de Ingeniería. Allí rinden honores al Führer, situado en una tribuna dispuesta al efecto. Los soldados prosiguen su marcha hasta el Lustgarten, donde serán revistados y tendrá lugar un acto en su honor.

Sin embargo, aunque hablan alemán, el corte y color caqui de la mayor parte de sus uniformes no pertenecen a ninguna unidad del ejército germano. Es más, por lo que se oye en los parlamentos, estas tropas provienen de un frente en donde han sufrido numerosas bajas, simbolizadas por las individuales cartelas en las que figura el nombre de cada uno de los caídos. Pero Alemania tampoco se halla oficialmente en guerra con nación alguna.

Hay una explicación. La mayor parte de estos soldados pertenece o ha pertenecido a la Legión Cóndor, la unidad militar con la que Alemania ha materializado su ayuda al bando nacionalista en la Guerra Civil española.

Negativa oficial

Al poco de producirse el levantamiento militar que desencadenaría la Guerra Civil, en 1936, los generales Franco y Mola se dieron perfecta cuenta de que la contienda iba a ser larga, y su desenlace dependería en gran medida de los medios materiales con que contaran. Por ello, al igual que el gobierno de la República, decidieron buscar ayuda en el exterior.

La predisposición de los mandatarios del Frente Popular francés a favor de su homónimo español y la indecisa postura británica hicieron que el futuro generalísimo dirigiera su mirada hacia Roma. Sabedor de las buenas relaciones existentes entre el gobierno de Mussolini y algunos de los sublevados, despachó a Italia al periodista Luis Antonio Bolín con una nota manuscrita en demanda de ayuda. Pero la tardanza en recibir una respuesta –que acabaría siendo afirmativa– le movió a explorar la vía alemana.

Lo hizo por mediación del entonces teniente coronel Beigbeder, dados los excelentes contactos que el antiguo agregado militar en Berlín mantenía en la capital del Reich. El encargo no llegó a fructificar. Se opuso el jefe de la Cancillería. Lo mismo ocurriría más tarde con la comisión enviada por el gobierno republicano con idéntico fin, aunque esta vez la negativa corriera a cargo del ministro de Asuntos Exteriores alemán. Se temían las consecuencias diplomáticas de una directa implicación en el naciente conflicto.

Ayuda oficiosa

Pero al tiempo que exploraba la vía oficial, Franco decidió tantear las posibilidades que le ofrecía Johannes Bernhardt, un reputado comerciante prusiano que, instalado en el protectorado español en Marruecos, mantenía unas amistosas relaciones con la oficialidad allí destacada. Tras sostener dos entrevistas con Franco, este miembro de la Auslandsorganisation (el organismo nacionalsocialista que atendía las necesidades de los alemanes en el extranjero) acabaría aceptando el encargo de viajar a Berlín en busca de una ayuda militar que se hacía cada vez más perentoria.

Lo haría en compañía de un enviado personal de Franco y del jefe del partido nazi en Tetuán, quienes revestirían la misión de un carácter más oficial. Tras varias escalas a bordo de un requisado Junkers Ju 52 de pasajeros de la compañía Lufthansa, la embajada llegó a la capital germana. Los dos alemanes, que no consideraron conveniente la presencia del oficial español, acudieron a las oficinas de la Auslandsorganisation para exponer a su jefe el motivo de su viaje.

Este, lejos de informar al Ministerio de Asuntos Exteriores, con el que mantenía una enconada rivalidad, decidió telefonear a Rudolf Hess. La respuesta del lugarteniente de Hitler fue inmediata. Dio instrucciones para que los emisarios fueran trasladados a su residencia en Turingia, donde se hallaba, para lo que les brindó su propio avión personal.

Convencido por las explicaciones de Bernhardt –y atisbando las posibilidades geopolíticas de un posicionamiento favorable a Alemania al otro extremo de la frontera francesa–, Hess, probablemente el único con autoridad para hacerlo, estableció inmediata comunicación telefónica con Hitler.

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Hitler, Göring, Goebbels y Rudolf Hess durante un desfile militar

Hitler, Göring, Goebbels y Rudolf Hess durante un desfile militar

Este se encontraba en Bayreuth asistiendo a una ópera en el marco de los festivales anuales dedicados a Wagner. Una breve conversación fue suficiente para que el Führer ordenara que los valedores de Franco fueran llevados a su presencia. El encuentro duraría unas tres horas. Se entregó al canciller la carta en que el general pedía aviones de transporte y material militar, que al estar en castellano fue traducida pausadamente por Bernhardt.

Hitler aceptó dar curso a la petición, ordenando la inmediata presencia de las máximas autoridades militares del Reich: los ministros de Defensa y Aire, Von Blomberg y Göring, que también asistían al festival, así como un oficial de la Kriegsmarine (la Marina) en representación de su ministro.

El Führer instó a los presentes a tomar las disposiciones oportunas para poner en marcha la que sería conocida como operación “Fuego Mágico”, en alusión a una escena del último acto de La Valkiria, la ópera que había visto aquella noche.

Antes tuvo que vencer las reticencias del jefe de la Luftwaffe , a quien dolía desprenderse de todo aparato que debilitara la fuerza aérea que estaba forjando.

Eso sí, temerosos aún de la reacción internacional que pudiese despertar semejante ayuda, acordaron envolverla de la más absoluta discreción, otorgándola única y exclusivamente a la persona de Franco. De ahí que la respuesta dada a la petición oficial del general Mola quedara reducida a cierta cantidad de fusiles y su correspondiente munición, que este tuvo que pagar en divisas.

La operación “Fuego Mágico”

Göring, nombrado máximo responsable, y sus colaboradores acordaron la creación de varios organismos a través de los cuales canalizar la ayuda alemana a los nacionales. Serían la Plana Mayor especial “W”, que desde el Ministerio del Aire se encargaría de los temas técnicos y militares, y las empresas Hisma y Rowak, creadas más tarde para vehicular los aspectos financieros de la operación, que incluía la pretensión de hacerse con la explotación de diversas minas españolas.

Mientras tanto, la embajada de Franco regresó a Tetuán en el mismo aparato utilizado para la ida, que fue añadido a los escasos aviones españoles encargados del transporte de tropas desde el Protectorado hasta la península.

A ellos se unirían otros tres Junkers 52 llegados los siguientes días en vuelo directo desde Alemania (con sus distintivos borrados) y los enviados por Mussolini. Comenzaba el que habría de ser el primer puente aéreo militar de la historia. En sus tres meses de duración transportaría a más de 13.000 hombres del Ejército de África, básicamente legionarios y regulares.

Fue una baza fundamental para emprender el rápido avance de las tropas nacionales en dirección a Madrid. Sin embargo, la llegada de los aparatos no pasó desapercibida. Un corresponsal del rotativo parisino L’Intransigent informó a su periódico de lo que estaba ocurriendo. Enterado el gobierno republicano, exigió aclaraciones al Ministerio de Asuntos Exteriores de Berlín, pero la respuesta nunca llegó.

El primer envío, integrado por 16 aviones y diverso material militar (incluido el armamento, embalado como si de mobiliario se tratara, de otros Junkers que iban llegando a Marruecos desde Alemania), salió del puerto de Hamburgo a bordo de un carguero. El buque transportaba también a 86 especialistas con una doble misión: pilotar, mantener los aparatos y adiestrar a las tripulaciones españolas que deberían hacerse cargo de ellos, para lo que les acompañaban cinco civiles que actuarían como intérpretes.

Esta tropa, formada por voluntarios que permanecerían en España un tiempo para ser relevados después, estaba mandada por el comandante de la Luftwaffe, Alexander von Scheele.

Para no levantar sospechas, sus componentes, que habían sido dados de baja en la Wehrmacht (las Fuerzas Armadas), vestían ropas civiles y estaban registrados como turistas de “A la Fuerza por la Alegría”, la organización nacionalsocialista que atendía el ocio de los trabajadores alemanes. Tenían prohibido mencionar su destino, y se había preferido a solteros con pocos lazos familiares. Debían dirigir su correspondencia a una dirección ficticia, desde donde las cartas eran reenviadas con sobre y matasellos distintos.

Los cañonazos disparados por un acorazado republicano contra el carguero alemán a su llegada al puerto de Cádiz hicieron ver a los visitantes que se hallaban en un país en guerra. Trasladados a Sevilla, los aparatos fueron montados y dedicados de lleno a su cometido. Pero a pesar de que las tripulaciones alemanas tenían prohibido participar en combate, a menos que fuese en defensa propia, no tardaron en implicarse en el conflicto.

Dos Junkers Ju 52 adaptados como bombarderos atacaron al acorazado español, obligándole a buscar refugio en la base naval de Cartagena.

Deseoso de conocer de primera mano el desarrollo de las operaciones y evaluar la situación militar, el Alto Mando alemán envió a España al teniente coronel Walter Warlimont como sustituto de Scheele, con instrucciones para remitir informes periódicos. Desde su primer escrito, el recién llegado advirtió la falta de elementos blindados y artillería antitanque que padecía el Ejército nacional.

Para subsanar la deficiencia, Berlín envió un nuevo contingente de tanques y piezas anticarro, que configurarían la base del Gruppe Imker (Apicultor). Su principal unidad sería el Panzergruppe Drohne (Zángano), cuyas tropas llegarían al puerto de Sevilla en poco tiempo. Sin embargo, ante la internacionalización que experimentaba el conflicto, en Berlín se dudaba entre enviar a España unidades regulares de la Wehrmacht o seguir la línea utilizada hasta el momento, aunque incrementando su fuerza e implicándola decididamente en la guerra.

La intervención en este último sentido de Warlimont resultó, al parecer, decisiva. Para implementarla, Wilhelm Canaris, jefe de la Inteligencia alemana, se desplazó a Salamanca con el encargo de entrevistarse con Franco. Según el acuerdo, el nuevo contingente, que integraría a las tropas germanas ya en suelo español, sería mayoritariamente aéreo, recibiría el número 88 en el organigrama de la Luftwaffe y estaría mandado por un oficial alemán.

Este oficial debería coordinar sus acciones no solo con el Estado Mayor español, sino también con la jefatura de las tropas italianas del Corpo Truppe Volontarie que ya combatían en España, aunque solo acataría las órdenes directas de Franco.

También se incrementaría el envío de material para las tropas españolas, siempre por vía marítima y escoltado por navíos de guerra germanos –cuyo flujo, con altibajos, se mantendría durante toda la contienda–, y se seguiría formando a mandos y tropas españolas en el uso de los nuevos materiales. Había nacido la Legión Cóndor.

La fuerza de Sperrle

El 11 de noviembre de 1936 llegaban por mar a Sevilla los primeros 697 hombres de la Legión Cóndor. Estarían bajo las órdenes del general de la Luftwaffe Hugo Sperrle. Su número aumentaría hasta formar una fuerza permanente de unos 6.500 soldados y 100 aviones. Al llegar se les otorgaba un grado más del que tenían en Alemania y dependían orgánicamente de la Jefatura del Aire dirigida por el general Kindelán.

En líneas generales, sus relaciones con sus camaradas del Ejército nacional fueron buenas, a pesar de las muestras de superioridad de las que hacían gala los germanos con frecuencia. Existieron también situaciones de extrema tirantez motivadas por desacuerdos operativos, dado que los alemanes consideraban al mando español poco contundente, lo que a su entender alargaba una contienda a la que querían poner fin con rapidez.

Las tropas de la Legión Cóndor estuvieron presentes en casi todos los frentes de batalla mostrando notables cualidades militares: no en vano sus integrantes eran especialistas. Pero su actuación irá siempre unida a una lamentable página de nuestra historia: el bombardeo de Gernika, que además de provocar cerca de trescientas víctimas mortales destruiría casi por completo la población, anticipando el sufrimiento que iban a padecer un gran número de ciudades, no solo europeas, en los años siguientes.

Sin embargo, la conmoción causada por el episodio no supuso ningún cambio en la situación de la Legión Cóndor, que siguió actuando como hasta entonces en los campos de batalla. Sí sufrió dos reorganizaciones con relevo en la jefatura, el primero forzado por el propio Franco, molesto por las constantes injerencias de Sperrle y del embajador alemán Wilhelm Faupel en cuestiones de índole interna.

La cada vez menor oposición de la aviación republicana permitió que las unidades de la Legión Cóndor (ahora dirigidas, como las del resto de la aviación nacional, desde un puesto de mando móvil, en un tren que seguía los vaivenes del frente) actuaran más a sus anchas.

Monopolizaron los vuelos nocturnos y las grandes formaciones de bombardeo, como la que, integrada por 34 aparatos, atacó los puertos de Cartagena y Almería, vías de entrada de la mayor parte de los suministros a la República, o los de Barcelona y Tarragona. Pero también habría que señalar que cada vez más aparatos de la unidad eran tripulados por pilotos españoles.

Finalizada la guerra, y tras una despedida oficial, los integrantes de la Legión Cóndor embarcarían en varios buques de pasajeros de “A la Fuerza por la Alegría” en el puerto de Vigo con destino a Hamburgo. Los soldados se reintegraron a los destinos de donde procedían y la unidad quedó disuelta tras el homenaje, aunque su nombre lo heredarían diversas secciones de la Wehrmacht.

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