Las tres P de Paco

El 9 de marzo de 1995 falleció en Buenos Aires Paco Jamandreu. El modisto estaba trabajando en el vestuario de la película de José Conrado Castelli Amor de otoño, cuando le sobrevino un ataque al corazón.

Jamandreu había nacido 75 años antes en Mamaguita, una finca que pertenecía al término municipal de Veinticinco de Mayo, en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, si se atiende a lo que cuenta en sus memorias, La cabeza contra el suelo, su vida comenzó verdaderamente a mediados de los años 30, en un cuarto de un séptimo piso de una pensión porteña en las calles Córdoba y San Martín cuando, después de mucho desearlo, por fin se acostó con un hombre.

“Es la primera vez, sabés, nunca había estado con nadie. Ya ves, no sé nada de todo esto”, le dijo ese amante primigenio. “Me pareció tonto e increíble decirle que para mí también era la primera vez”, confiesa en sus memorias Jamandreu que, a continuación, llamó por teléfono a su hermano para contarle la noticia. “A él sí, a él le contaba la aventura. Él la esperaba y se reía de mí que le daba tanta importancia a un paso que al final, decía, ‘lo harás cuando seas un viejo choto y gordo; y entonces, querido, nadie te va a querer acompañar en la caminata'”.

Ese hecho iniciático, fue mucho más que un paso de la adolescencia a la madurez. Según contaba Jamandreu, “ahora sabía que la definición, en cualquier aspecto de la vida, es la base de la felicidad, o de lo que más se le parece: la tranquilidad”. A partir de ese momento, nunca más ocultaría su condición sexual a nadie y en ningún lugar.

Los muñequitos

Los Jamandreu eran tres hermanos, Paco, Jorge y Herminia, que por su educación, buena presencia y su costumbre de ir siempre juntos, eran conocidos en su pueblo como “los muñequitos”. Su padre, Francesc Jaumandreu -posteriormente el modisto eliminaría esa u intermedia en su nombre pero la mantendría en algunas etiquetas de sus diseños-, era director de un periódico local y su madre, Herminia Giogia, maestra de escuela.

La familia Jaumandreu procedía de España, donde la abuela materna era propietaria de una empresa aceitera en Mataró. Cada año, viajaban a Europa y, todas las Navidades, recibían desde España costosos regalos que llegaban siempre a tiempo, costase lo que costase, para el día de Reyes. Al menos, así fue hasta que la Guerra Civil y la muerte de la abuela acaecida poco después, se llevó por delante las industrias familiares y la prosperidad de la que disfrutaban. La herencia que recibieron los Jaumandreu argentinos fue muy escasa y, además, tuvo que ser malvendida para atender a una serie de enfermedades que aquejaron al padre y al pequeño Paco, que obtuvo así la primera de las P que marcarían su vida: la P de “pobre”. Las otras dos serían la de “puto” y la de “peronista”.

La ruina de la familia Jaumandreu provocó que todos, salvo Jorge y Herminia, que eran los más pequeños, tuvieran que colaborar en la economía familiar. Se acabaron los viajes a Europa, los regalos y los lujos, salvo en el vestir. Independientemente del esfuerzo que hubiera que hacer, la madre conseguía, intercambiando publicidad en el diario del padre o incluyendo en él publirreportajes de las tiendas locales, buenos cortes de tela y la confección de trajes y vestidos para sus hijos. Una actitud que reafirmó en el pequeño Francisco la importancia de la ropa en la vida de una persona.

Desde pequeño, Jamandreu era aficionado a dibujar vestidos para las actrices de cine que veía en las películas o de las que oía hablar en la radio. Tanto es así que, con el tiempo, acumuló un considerable número de diseños con los que, un buen día, decidió marcharse a Buenos Aires para buscar trabajo. Al llegar a la ciudad, recaló en una pensión familiar de unas gallegas de Vigo pero, al poco tiempo, cambió esa residencia por otra pensión menos familiar, pero en la que coincidió con varias de las “coperas” -las chicas de alterne- de los clubes más elegantes de la ciudad, como el Tabarís, el Chantecler y el Marabú, con las que hizo amistad gracias a su simpatía y su talento para diseñarles vestidos.

El siguiente paso fue comenzar a escribir una sección de moda en revistas como Tiempo Argentino, Selecta o El hogar y, poco después, entrar en el mundo de la industria cinematográfica argentina. “Un día, al entrar en la pensión, sonó el teléfono. Yo mismo lo atendí: [el productor de cine] Bayón Herrera me llamaba. Me citó para el día siguiente a las tres de la tarde. Sin dar muchas vueltas me dio el libreto de un film. Era la próxima película de Carlos Schlieper, El misterioso tío Sylas. ‘Léelo y trae los dibujos. Las estrellas serán la [Elisa Christian] Galvé y la [Elsa] O’Connor. Te compadezco. Tú sabes lo que haces al meterte en esto. Los vestidos se harán en el taller de la casa'”. Recordaba en sus memorias Jamandreu que, a partir de entonces, vivió una de sus mejores épocas profesionales.

Con apenas 17 años, colaboraba en programas de radio, diseñaba el vestuario de las estrellas más famosas de Argentina, salía por las noches, cenaba en restaurantes, acudía a fiestas, tenía multitud de amantes con los que se paseaba en su automóvil convertible y su bonanza económica era tal, que logró adquirir un pequeño edificio con más de 20 habitaciones en la capital porteña. Lo decoró en violeta y negro, lo llenó de espejos, de muebles franceses y llevó a vivir en él a su padre, su madre, sus hermanos y otros familiares.

Sin embargo, esta vida de ensueño acabó por agriarle el carácter, le convirtió en una persona soberbia, caprichosa y le hizo perder los papeles en mas de una ocasión. “Mis desplantes cada día eran más arbitrarios. Una noche hice desalojar el auditorio de Radio Belgrano porque mi contrato establecía ‘audiciones en estudios privados’. Otra noche le apagué un pucho en la cara al locutor porque pronunció mal mi nombre”, recordaba Jamandreu en La cabeza contra el suelo.

El hombre que diseñó a Evita

“Vivía aún en Billinghurst y Santa Fe, la primera casa que tuve en Buenos Aires, cuando recibí un llamado: Eva Duarte. En un principio no le di mayor importancia al asunto. Estaba acostumbrado a que día a día me llamaran las grandes estrellas y las damas de la sociedad. El llamado de una actriz, a quien conocía como figura de radioteatro, no me atrajo mucho”, recordaba Paco Jamandreu sobre su primer contacto con la que sería la mujer más importante de la República, y del que incluso llegó a afirmar: “El llamado de Eva Duarte, a un hora tan temprana, me pareció una insolencia”.

A pesar de esa primera mala impresión y aconsejado por una de sus clientas, la también actriz Nélida Bilbao, Jamandreu devolvió la llamada a Eva Duarte y quedaron en verse al día siguiente. Ella lo recibió en su apartamento, que al diseñador le “hizo recordar a las casas burguesas de mi pueblo (…). No había detalles de buen gusto. Pero ella lo llenaba todo con su atracción. A los pocos minutos todo me pareció muy lindo”.

Tras las cortesías de rigor, Eva Duarte fue muy directa: “He visto sus dibujos en Mundo Argentino. Me gustan mucho. Ahora voy a precisar ropa para mi trabajo de actriz, ¿me entiende?, en cine y radio. Me tiene que crear un estilo. Porque voy a hacer cine, ¿sabe? Por otra parte necesito ropa sport, de calle, muy sencilla para mi trabajo al lado del coronel. Usted se imagina: concentraciones, colectas, visitas a los barrios pobres, a los hospitales. Usted me asesorará de todas maneras”.

A continuación, Perón, que también estaba en el apartamento, pidió conocerlo. “Recostado en la cama, comía sándwiches de chorizo y tomaba vino. Confieso que de entrada me deslumbró su gran simpatía, con su enorme sonrisa. ‘¿Así que vos sos el famoso Paco? Pero sos un pibe y haces modas para las mujeres. Mira que te elegiste una muy difícil, ¿eh? ¿Qué te parece, Eva? Con ella podrás lucirte, ¿no es cierto?'”. A Jamandreu, que, según relató, en ese momento no estaba viendo al líder político sino a un hombre campechano que le trató de modo afable desde el primer momento, no se le ocurrió mejor cosa que comentar que resultaría más fácil lucirse como diseñador si Eva perdía un poco de peso porque “tenía pancita”. “¿Ves, Eva? No solo yo te lo digo”, añadió Perón.

La siguiente vez que acudió a la casa de la actriz, Jamandreu se la encontró haciendo ejercicio con un instructor alemán. “Esta es su obra. ¿Quién le mandó a usted hablar? Usted, usted es el que tiene que hacer ejercicios a ver si crece. Usted le metió en la cabeza a ese mequetrefe que yo tengo que hacer ejercicio y para colmo con este alemán que no habla ni mu de español”, le espetó Eva Duarte.

Amigos, en la medida de las posibilidades

A pesar de ese difícil comienzo, Eva Perón comenzó a encargarle “vestidos a granel”. Entre ellos “un tailleur a cuadros Príncipe de Gales con un pequeño cuello de terciopelo con el que posó para su foto que más tarde sería la más difundida a través de años y años”. Además, surgió entre ellos una muy buena relación que Jamandreu calificaría de amistad, “en la medida en que se podía ser amigo con ella que, si bien era cordial y amable, cuando se enojaba empleaba un vocabulario muy duro e inspiraba un muy especial respeto”.

En una de las ocasiones que Jamandreu acudió a la residencia presidencial de Olivos a probarle un vestido, Evita se quejó de que el modisto había llegado tarde. Eran las 20 y ella le esperaba desde las 18. “Vengo de lo de Zully Moreno -se excusó y, para quitarle hierro al asunto, añadió-. A propósito, Zully le envía saludos”. “¡Que se los meta en el culo! Fue su respuesta delante de todos”, recuerda Jamandreu.

Durante el comienzo de sus respectivas carreras, Paco Jamandreu y Evita se ayudaron mutuamente, se trataron con cariño pero, con el tiempo, la primera dama prescindió de sus servicios para comenzar a vestir las creaciones de modistos franceses, principalmente Christian Dior. A este respecto y no sin cierta maldad, Jamandreu contaría que “muchas veces tuve que arreglarle trajes hechos por esos couturiers franceses”.

A consecuencia de este cambio de gustos, durante varios años Jamandreu no volvió a recibir encargos importantes de Evita. Sin embargo, Juan Domingo Perón lo mandó llamar de nuevo en 1952. “Eva se muere. Tengo que apelar a tus sentimientos. Aunque no te hemos visto últimamente te recordamos con mucho cariño. Lo que te voy a pedir es muy importante para mí: quiero hacerle creer a Eva que preparamos un largo viaje y que vos le estás diseñando ya la ropa. Si vos me hicieras en seguida, para hoy mismo (eran las dos de la mañana) unos dibujos en colores yo haría que abrieran sederías para que puedas elegir las telas. Aunque no será fácil hacérselo creer. Pero tratemos de levantarle su ánimo. ¿Te das cuenta? Una piadosa mentira”, le dijo Perón.

Al día siguiente, Jamandreu tenía los bocetos, que le fueron presentados a la enferma. Evita, muy debilitada, se mostró contenta e incluso advirtió al diseñador que había que tener cuidado con las tallas porque, en los últimos meses, había adelgazado mucho. Cuatro días más tarde, el 26 de julio de 1952 a las 20:25 horas, la llamada “jefa espiritual de la Nación pasó a la inmortalidad” a consecuencia de un agresivo cáncer de cuello de útero. Pocos días después, desde la residencia de Olivos, Perón le enviaba de vuelta a Jamandreu los bocetos acompañados de una carta de agradecimiento y la orden de que se pasase por el concesionario oficial Fiat de la ciudad de Buenos Aires. Allí le hicieron entrega a Jamandreu de un lujoso automóvil del cual solo había dos unidades en la Argentina. La otra era la del propio presidente.

“Se te dio vuelta la taba”

En 1955, los militares de la autodenominada Revolución Libertadora derribaron a Juan Domingo Perón del poder, para lo cual no escatimaron medios, como bombardear Plaza de Mayo a plena luz del día. Tras forzar el exilio del presidente argentino, sus opositores comenzaron una tarea de depuración que comenzó por prohibir la mera mención del nombre Perón y Evita -a los que se debía llamar “el tirano depuesto y su esposa”-, continuó con la eliminación de cualquier imagen o representación de la pareja en calles, edificios e incluso en domicilios particulares y, finalmente, con la persecución de aquellos que habían sido sus amigos o colaboradores, como Paco Jamandreu.

“A partir de 1955 tuve miles de pleitos (…). A partir de 1956 me llovieron las cédulas de embargo, las demandas, los juicios, las notificaciones, las inhibiciones”, recordaba el modisto que, a pesar de esas dificultades, se empeñó en seguir sacando sus colecciones. Para ello, se vio obligado a acudir a prestamistas y usureros que, no solo le apremiaban y amenazaban para que pagase, sino que se acabaron quedando con gran parte de sus propiedades, especialmente los automóviles, los cuadros de pintores famosos, las pieles y las joyas.

A esa crisis financiera se sumó poco después otra, provocada por los gastos médicos de una grave enfermedad. Un tumor en la columna vertebral lo tuvo postrado en una silla de ruedas durante una temporada y le hizo tener que convivir varios meses con un corsé que le cubría desde el cuello a las caderas.

Ante semejante situación, Jamandreu se vio en la necesidad de aceptar todo tipo de trabajos. Por ejemplo, programas de televisión y largas giras por diferentes países de Latinoamérica con un espectáculo de variedades que ya había cosechado un gran éxito en Buenos Aires y en el que mostraba sus diseños y dibujaba en directo.

A pesar de que muchos de los contratos estaban bien pagados, la necesidad de Jamandreu de recuperar su situación económica anterior hizo que en ocasiones se embarcase en giras improvisadas que, en más de una ocasión, no salieron tan bien como se esperaba. Ese fue el caso de las actuaciones en Cali, donde comprobaron que los billetes de avión de toda la compañía para regresar a Argentina habían caducado y no disponían de los 1.500 dólares necesarios para comprar otros. Para resolver la situación, decidieron vender todo el vestuario creado por Jamandreu a las trabajadoras de un prostíbulo de la ciudad, que se quedaron con todos los diseños por el precio de los pasajes.

Isabel Sarli, al rescate

Después de esa época difícil, en la que incluso llegó a estar en la prisión de Villa Devoto por una pelea con unos prestamistas, la fama de Paco Jamandreu como diseñador resurgió de la mano de Isabel “la Coca” Sarli, “la gran diva argentina” en palabras del modisto, que llegó a decir de ella que no era actriz, “sino estrella”.

Aunque la gran diva del cine erótico argentino pasaba la mitad de sus filmes semi desnuda, Jamandreu creó el vestuario de títulos emblemáticos de la cinematografía del país como Carne y Embrujada. Años después, incluso llegaron a aparecer juntos en una de las películas de la actriz, Una viuda descocada, en la que Jamandreu se interpretaba a sí mismo.

En esa nueva etapa de esplendor, el modisto, que en los años 40 había probado suerte en París, volvió a intentar una aventura internacional, esta vez en Estados Unidos. En Nueva York presentó su gaucho-look con bastante éxito aunque, como sucediera con su aventura francesa, prefirió regresar a Argentina donde, en 1976, lo sorprendió el golpe de Estado que daría lugar a la dictadura cívico militar encabezada por el general Videla.

A pesar de su adscripción peronista y su homosexualidad nunca ocultada, la dictadura no tomó represalias contra él. Durante ese tiempo oscuro el modisto se limitó a organizar desfiles y trabajar en el mundo del espectáculo sin hacerse notar más allá de esos escándalos provocados por su soberbia y que habían marcado toda su carrera, como aquél que aconteció durante un desfile para la alta sociedad sanjuanina a principios de los setenta. En esa ocasión, a Jamandreu no se le ocurrió mejor cosa que presentar su desfile dirigiéndose a las distinguidas damas allí presentes con las siguientes palabras: “Señoras, los vestidos de mi show son para ver. Son moda espectáculo. Ustedes tienen que mirarlos como yo puedo ver el fútbol, porque me gustan las gambas de [Roberto] Perfumo o las piernas de otros muchos jugadores y no sé jugar como ellos: O como cuando voy a ver El lago de los cisnes aunque no sé bailar, o como cuando voy a ver un cuadro famoso y no puedo comprarlo. Ustedes son gordas, bigotudas, tiene varices (…). Miren todo esto como un regalo para la vista y olvídense, mis queridas. No se los pueden poner“.

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TEXTO EXTRAÍDO DE: https://www.revistavanityfair.es/cultura/entretenimiento/articulos/paco-jamandreu-el-disenador-que-vistio-a-evita/43832

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