Desde hace 10.000 años los ovinos acompañaron al hombre ofreciendo alimento y abrigo. No solo le han ofrecido todo eso, también han sido fuente de riqueza, más allá de los beneficios de su crianza. En los arroyos auríferos de Grecia y Asia Menor, los buscadores del precioso mineral, sumergían un cuero de oveja o vellocino, en cuyos cabellos quedaba atrapado el oro que fluía por dichos cursos de agua. Una vez que lo retiraban, quemaban el cuero o se lo peinaba y quedaba el oro disponible.
El vellocino de oro fue el origen del carnero alado de la mitología griega buscado por Jasón y los argonautas. En el siglo XV este vellocino fue elegido como símbolo para la condecoración de la Orden del Toisón de Oro (toisón significa vellón). Esta orden de caballería fue creada por Felipe el Bueno, duque de Borgoña, con la propuesta de reconquistar Jerusalén.
Los ovinos, despreciados, victimizados y usados como sinónimo de sumisión política (Stendhal decía que el pastor siempre persuade a las ovejas de que sus intereses y los suyos son lo mismo), fueron de gran valor en la economía y un elemento que permitió asentar a los pueblos primitivos y, con la agricultura, crear la “cultura” de estos pueblos.
Desde entonces se estableció un vínculo particular entre los descendientes domesticados del muflón salvaje de la antigua Mesopotamia (ancestros de nuestras ovejas) y sus cuidadores: Los pastores. Oficio digno, si los hay, y con una connotación de simpleza y dignidad que también lo convirtieron en un arquetipo religioso: El buen pastor (aunque algunos pastores, según Tiberio, en lugar de esquilar, desuellan a sus ovejas).
Los ovinos se expandieron en el mundo. En el escarpado territorio griego se convirtió en el principal sustento, mientras que los romanos las diseminaron por su imperio.
Plinio el viejo, describió con detenimiento los usos de las ovejas y sus lanas. Para él, eran animales que servían “para apaciguar a los dioses…” de este tradicional sacrificio, común en muchos pueblos mediterráneos, nace el concepto de Cordero Pascual, el animal que, de una forma mágica, nos redime de nuestros pecados.
En Inglaterra, también regía la prohibición de exportación. La fuente de ingresos por los impuestos a la lana era tan importante que el Lord Speaker de la Cámara de Lores, se sienta sobre un cojín de lana, conocido como Woolsack. La rubia Albión estaba bien acomodada sobre su comercio de ovinos…
Gran parte de este mérito se debió a Robert Bakewell quien estableció los criterios de la cría selectiva. Sus trabajos sobre la genética animal, mucho antes que las experiencias de Darwin y Mendel, son modelos de selección para mejorar la especie. Quizás Bakewell no sea ajeno a la elección de Dolly como modelo para la clonación, dado los notables conocimientos de genética ovina.
Colón y Cortés introdujeron la raza “churra” en América, mientras los ingleses recién la diseminaron por América del Norte en 1607. De las 400 cabezas introducidas, en menos de 20 años, cien mil ovinos pastaban en las colonias de América, constituyendo una de las fuentes de riqueza de estas dependencias que, obviamente, no brillaban como oro ni la plata ni las piedras preciosas que buscaban afanosamente los conquistadores… Sin embargo, daban trabajo, alimento, vestimenta y calzado a los sufridos habitantes del Nuevo Mundo.
Fue justamente la ganadería ovina la que generó la riqueza de los márgenes rioplatenses. Mientras las ovejas eran aprovechadas íntegramente (hasta sus tripas sirvieron de primitivos condones), las vacas quedaban expuestas a la putrefacción después de haber sido cueradas. Las cuchillas orientales eran extensos muestrarios de huesos, y la presencia de toros salvajes ponían en peligro a las personas que se aventuraban por rumbos desolados, cosa que no pasaba con los carneros y menos aún con las ovejas, más dóciles para su manejo. Fueron estas ovejas las que se adaptaron a zonas más inhóspitas, las que aceptaron pastos más duros y lugares escarpados, constituyendo la fuente de sustento y progreso de estas tierras.
Las prendas de lana mejoran la sustentabilidad y la carne ovina, al tener menos emanaciones de metano, asisten en menor escala al efecto invernadero que los vacunos.
Las ovejas vuelven a brillar como el vellocino que buscaban los argonautas.