Todo comenzó con una desgracia (como suele acontecer en medicina), que concluyó años más tarde con un éxito resonante. Entre julio y octubre de 1940 un puñado de pilotos de la Royal Air Force enfrentó el embate de la Luftwaffe para doblegar la resistencia británica. Entre los pilotos ingleses, estaba Gordon “Mouse” Cleaver, miembro del escuadrón 601, más conocido como el Escuadrón de los Millonarios, porque la mayor parte de sus integrantes eran miembros de familias acomodadas.
La mañana del 15 de agosto de 1940, Cleaver fue destinado a una misión para detener un ataque alemán, y en el apuro olvidó sus antiparras. Volando sobre Winchester fue interceptado por un Junkers Ju 88 que le disparó desde atrás. Las balas hicieron estallar su Cockpit y una de las esquirlas impactó su ojo derecho y lo dejó enceguecido. Aún así logró eyectarse del avión en llamas.
Horas más tarde fue atendido por el Dr. Harold Ridley a quien le llamó la atención que, a pesar del impacto, el ojo estaba poco congestionado y la astilla en su interior, hecha de un material llamado metacrilato con el que estaban construidos los Cockpit del Hurricane (vale una aclaración: Cleaver piloteaba un Hawker Hurricane y no un Supermarine Spitfire como se suele afirmar), era tolerada perfectamente por su ojo.
Cleaver debió soportar 18 operaciones, pero al final pudo conservar su ojo y cierta visión.
La historia de “Mouse” Cleaver quedó en la memoria del Dr. Ridley quien, años antes, mientras realizaba una operación de cataratas (tiempos en los que solo se sacaba el cristalino y dejaba el globo ocular desenfocado, obligando al paciente a usar gruesas gafas), escuchó una pregunta que en su momento le pareció casi impertinente. Al extraer la catarata, uno de los alumnos presentes, preguntó “¿Y no piensa reemplazar al cristalino?” En ese entonces y desde que se operaban las cataratas (esta cirugía ya se hacía en el tiempo de los babilonios), no se colocaba nada en su lugar. La afaquia inducida (léase falta de cristalino) obligaba, en la mayor parte de los individuos, a usar una corrección óptica de altas dioptrías, incómodas de usar. El problema era saber qué material podía tolerar el globo ocular para realizar las lentes. Ciertos materiales como el hierro y el cobre producen una gran reacción inflamatoria, pudiendo llevar a la pérdida del globo ocular si no se extraen, o peor aún, desencadenar una reacción inflamatoria que puede afectar al ojo sano, llamada oftalmia simpática.
Ridley descubrió que este metacrilato usado en la cabina del avión, era excelentemente tolerado por el globo ocular. Así fue como una pregunta impertinente y una observación pertinente, obraron el milagro. En 1949, Harold Ridley colocaba la primer lente intraocular en el Hospital Saint Thomas de Londres. La técnica se fue perfeccionando, las lentes mejoraron, las incisiones fueron más pequeñas y las correcciones más precisas, pero cada uno de estos pasos tomaron años de desarrollo y cada avance tuvo sus héroes …y villanos.
Hoy, más de 20 millones de lentes intraoculares se colocan al año y entre los beneficiados estuvo “Mouse” Cleaver, quien se operó de catarata con el implante de una lente intraocular, completando ese círculo virtuoso, que se inició cuando “tantos debieron tanto a tan pocos”.