Las hermanas Van Gogh toman la palabra

La vida y distinta suerte de Anna, Elisabeth y Willemien van Gogh, las tres hermanas de Vincent, el famoso pintor neerlandés, ha pasado casi desapercibida debido a la potencia arrolladora del legado fraterno. Aunque el artista dependió económicamente de su hermano Theo, que siempre dijo que su obra sería reconocida, y así ocurrió a su muerte. Mucho antes de que su firma bastara para valer millones, sus cuadros sirvieron para auxiliar a Willemien, la pequeña de las tres. Los problemas mentales afectaron a varios miembros de la familia, y la venta de parte de los 17 cuadros que ella tenía en casa permitió sufragar su ingreso en 1902 en un centro especializado, donde estuvo 39 años internada. En cierto modo, fue como si Vincent (1853-1890) hubiera conseguido al fin devolver la ayuda que él recibió en vida.

Gracias al estudio de las 900 cartas conservadas de Vincent van Gogh parece saberse casi todo del artista. Menos conocida es la correspondencia entre sus hermanas, formada por centenares de misivas guardadas en el archivo del museo del pintor, en Ámsterdam. Al estar escritas en lengua neerlandesa no han despertado el interés internacional de las de su hermano, que se expresaba también en inglés y francés, pero muestran a unas mujeres con personalidad propia marcada por las convenciones sociales y el paso del siglo XIX al XX. En una de ellas Anna, la mayor, que mantuvo una relación distante con Vincent, admite en 1909 su asombro ante el precio obtenido por la venta de uno de sus lienzos para pagar los cuidados de Willemien. Se lo dice a su cuñada, Jo Bonger, viuda de Theo van Gogh, con estas palabras: “Vaya cifra. Quién podía imaginar que Vincent contribuiría de esa forma al sostén económico de Wil [el apodo familiar de la pequeña]. Theo siempre dijo que esto pasaría, pero qué sorpresa”, escribe. Le dieron por la pintura 600 florines de la época, unos 6.800 euros de 2016, según cálculos del International Institute of Social History, de Ámsterdam. Muy lejos todavía de los 13 millones de euros pagados en París este jueves en una subasta de Sotheby’s por Scène de rue à Montmartre (Escena callejera en Montmartre).

Willemien nació en 1862 y murió en 1941, y su destino parecía sellado: se ocupó de sus padres y hubiera podido hacer carrera como enfermera, pero quería darle un toque religioso a su trabajo social. Lo mismo que hacía Vincent cuando intentó ser predicador, y tal y como reflejó luego en sus cuadros sobre la dureza de la vida campesina. La joven estudió Religión y dio clases en una escuela, y en el mejor momento de su vida, fue alabada en público por su buen trabajo en la comisión ejecutiva de la Exposición Nacional del Trabajo de la Mujer. Celebrada en 1898, en La Haya, coincidió con la coronación de la reina Guillermina, bisabuela de Guillermo, el rey actual. El bajón llegó poco después, en 1902: Willemien tenía 40 años e ingresó en el centro para dolencias mentales donde acabó sus días, a los 79.

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Recuerdo del jardín de Etten (1888), vendido para pagar el tratamiento de la hermana de Van Gogh

Recuerdo del jardín de Etten (1888), vendido para pagar el tratamiento de la hermana de Van Gogh

Las cartas han sido analizadas por el historiador del arte neerlandés Willem-Jan Verlinden en su libro De zussen Van Gogh (Las hermanas Van Gogh), cuya traducción al inglés será publicada este abril por Thames & Hudson en el Reino Unido y Estados Unidos. Las considera un tesoro porque las hermanas habían estado eclipsadas. “Son unas mujeres muy interesantes que en cierto modo no encajaron al estar sujetas al qué dirán”, según explica, en conversación telefónica. En su opinión, Vincent y Willemien fueron pioneros en el enfoque social de su labor y, además, ambos escribían y tenían dotes artísticas. También defiende que tenemos una imagen equivocada de esta familia. “En realidad, el padre era un pastor protestante liberal y junto con su esposa, Anna Cornelia Carbentus, educó a todos sus hijos para que pudieran valerse por sí mismos”. Sí es verdad que los problemas del pintor “les abrumaron y restaban autoridad al progenitor con su congregación”, añade.

Verlinden recupera también la biografía de Elisabeth, la segunda hermana, nacida en 1859, que es un ejemplo de todo lo que pudo ir bien y acabó malográndose por culpa de las presiones sociales. Obtuvo el diploma de maestra, pero aceptó ser la dama de compañía de una señora de buena familia que estaba enferma y tenía cuatro hijos. Elisabeth y Jean Philippe, el marido de su patrona, acabaron enamorándose y tuvieron una hija a la que llamaron Hubertine.

El drama de Elisabeth

Para evitar habladurías, Elisabeth dio a luz en Francia, pusieron a la niña el apellido Van Gogh y la dejaron con una viuda que recibía por ello un estipendio. Nunca vivió con sus padres, a pesar de que se casaron cuando él enviudó y tuvieron otros cuatro hijos. Su madre quiso adoptarla, pero el padre prefirió no arriesgarse a las murmuraciones. Hubertine tenía 35 años cuando, en 1922, Elisabeth le propuso regresar a Países Bajos; demasiado tarde. Su existencia fue descubierta por un periodista francés en los años sesenta porque vendía postales de puerta en puerta diciendo que era sobrina del pintor. Aunque recibió ayuda de la familia holandesa a partir de entonces, murió sola a los 83 años.

La más independiente, a la vez que responsable con su familia, fue Anna, la hermana mayor, que vino al mundo en 1855. Dio clases de inglés y francés y ejerció en una escuela privada en Welwyn (Reino Unido). Se ocupó de los suyos a la muerte del padre y llevó a Willemien al hospital mental, donde la visitaba. Casada y con dos hijos, Anna admiraba el trabajo del pintor, pero decía que él no le gustaba porque les humillaba con su actitud. Sin embargo, cuando Vincent ya había fallecido, ella invitaba a expertos a su hogar para que le explicaran su obra pictórica. Según Verlinden, era su forma de compensar la difícil relación que tuvieron.

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