Eran apenas 1.500 soldados del ejército nacional enfrentando las hordas bárbaras de 5.000 centauros rebeldes que desafiaban el ordenamiento de la Nación. Al frente de ellos se hallaba la figura romántica del coronel Felipe Varela, y sus “colorados” que se oponían a continuar la guerra del Paraguay. El presidente Mitre no podía permitir esta rebeldía y envió a los hermanos Taboada a acallar la sublevación. Las fuerzas nacionales rodearon el Pozo de Vargas a las afueras de La Rioja, siguiendo al general Antonino Taboada, secundado por su hermano Manuel, jefes santiagueños que defendían la tarea unificadora de su amigo, el general Mitre.
Atrás habían quedado los sinsabores de la campaña de Lavalle y la derrota de Quebracho Herrado, las luchas contra Rosas, la cárcel y el exilio. Los hermanos Taboada eran hombres de un nuevo país que pensaba en progreso. Todo lo habían dado por esa palabra, hasta la vida de su hermano Felipe, el joven pintor que abandonó los pinceles para pelear contra el despotismo rosista. Prisión, pobreza y ostracismo había sido el cursus honoris de Antonino para elevarse como jefe de los naciones y enfrentar a los rebeldes con sus bravos santiagueños bajo ese solazo del 10 de Abril de 1867. La astucia adquirida en mil batallas y entreveros lo hizo tomar como sitio privilegiado la aguada del tal Vargas. Allí centró sus defensas.
Los colorados de Varela venían huyendo, el coronel Arredondo los había vapuleado en la batalla de San Ignacio. Para colmo de males, los Taboada habían tomado La Rioja. Varela volvió precipitadamente, y en el apuro olvidó aprovisionarse de agua. Era menester atacar a los santiagueños para proveerse del líquido elemento; la sed apretaba a hombres y bestias por igual.
Los riojanos casi duplicaban a las tropas del Ejército Nacional y le tienen fe al coronel Varela, pero la desesperación nunca fue buena consejera. En el centro de la batalla, defendiendo el pozo, Antonino contempla el terreno irregular que impedía maniobrar a la caballería de Varela (justamente el pozo de Vargas era un horno de ladrillos). Varela y los suyos, ardidos de venganza y sed, intentan sobrepasar a los Taboada emperrados en su posición. Los santiagueños ordenadamente soportaron el hostigamiento, hasta que escuchan los sonidos de una zamba ejecutada por la banda del Regimiento, que agrega entusiasmo al coraje. Así lo relató el capitán Ambrosio Salvatierra cincuenta años después de la batalla: “Las tropas electrizadas con los acentos del baile, prorrumpieron en gritos y en vivas al general, mientras todos los soldados comenzaron a bailar”… “En el entrevero se armó esta zamba, llevando en sus notas al alma.”
Los riojanos insisten y atacan a los santiagueños. El caballo del coronel Varela cae bajo una lluvia de plomo; solo el coraje de “la Tigra”, la montonera Dolores Díaz, lo salva de caer prisionero.
Huye Varela y con esta derrota desfallece la revuelta colorada y se inicia la unificación nacional. La Zamba del Pozo de Vargas sirvió de canción de cuna a la Patria Grande.
Algunos hechos curiosos rodean esta mítica batalla. El general en jefe era el general Antonino Taboada, aunque en los cantos figure su hermano Manuel con ese cargo. Poca es la diferencia porque la historia los unió en carne y hueso. Más extraño aún resulta que en el lugar donde se peleó la batalla, actualmente un barrio a las afueras de La Rioja, solo existe un busto del coronel Varela. Nadie recuerda la gesta unificadora de los Taboada. ¿A que debemos esta afinidad argentina por la exaltación de la rebeldía? ¿Cuál hubiese sido el futuro de una revuelta separatista? El país estaba en guerra y resistirse al alistamiento era traición, aunque le quieran buscar otro nombre. La guerra al Paraguay no era una guerra popular pero a pesar de todo lo que se pueda argumentar fueron los paraguayos quienes invadieron Corrientes produciendo una infinidad de desmanes (desde 1940 en la Costanera de dicha ciudad hay una estatua que recuerda a las cautivas correntinas, víctimas de la brutalidad de las tropas de Solano López). La primera piedra del conflicto la tiró Paraguay, y el gobierno de Mitre cumplió con su misión de defender la soberanía nacional.
Personajes históricos como los hermanos Taboada que creyeron en un país grande surcado de canales, caminos y una administración justa, son sistemáticamente olvidados en beneficio de huestes montoneras que sembraron la anarquía más allá de las intenciones idílicas de algunos jefes. El revisionismo se va en utopías porque se resisten a entender los estrechos límites para construir la patria posible que hombres como los Taboada supieron crear para la posteridad, mientras sus soldados bailaban una zamba al son del bombo y las balas.