La verídica muerte de Salvador Allende

¿Cómo murió Allende?

Suicidándose, declaró la Junta Militar al día siguiente, el 12 de septiembre de 1973.

Como una “gloriosa figura… acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile”, escribió Pablo Neruda el 14 de septiembre en su lecho de muerte.

Disparándose “con una metralleta que le había regalado su amigo Fidel Castro”, afirmó su viuda Hortensia Bussi desde la embajada de México en Santiago el 15 de septiembre.

“Bajo las balas enemigas como un soldado de la revolución”, dijo la misma Hortensia Bussi cuatro días más tarde en México “en base a una nueva información”.

La versión del ametrallamiento desplegará las alas en el discurso que pronunciará Fidel Castro en la Plaza de la Revolución de La Habana el 28 de septiembre de 1973, 17 días después de la muerte del mandatario chileno.

Fidel Castro dirá que el Presidente, “avanzando hacia el punto de irrupción de los fascistas, recibe un balazo en el estómago, pero no cesa de luchar… hasta que un segundo impacto en el pecho lo derriba y ya moribundo es acribillado”.

Gabriel García Márquez añadirá una pincelada tropical al escribir que Allende murió en un “intercambio de balazos” con la patrulla del general Javier Palacios, y que “luego todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo”.

Así, a tres semanas de la tragedia, la figura del derrotado que se suicida presentada por los militares ha perdido vigencia y la idea de una muerte heroica bajo las balas de los sublevados satura el imaginario mundial. Múltiples cronistas espontáneos agregarán brochazos truculentos a la escena del Presidente cosido a tiros.

Desde el campo allendista solo un hombre, un médico desconocido y sin militancia en un partido, el doctor Patricio Guijón, ha declarado a los militares el primer día y seguirá declarándolo públicamente a lo largo de 37 años, que desde la puerta abierta del Salón Independencia “yo vi cómo Allende se pegó el balazo… fue desconcertante para mí porque se estaba sentando en el momento de dispararse”.

Por haber sostenido con tozudez esta versión que contradecía la “verdad” mundialmente aceptada, el doctor Guijón fue denigrado y tachado de “traidor”. Pero curiosamente, uno primero y otro después, los demás médicos que permanecieron junto al Presidente durante las siete horas que duró la Batalla de La Moneda irán ratificando a media voz el relato de su colega.

Finalmente, a partir del 4 de septiembre de 1990, fecha en que se realizó el funeral oficial de Salvador Allende bajo la presidencia de Patricio Aylwin, el suicidio será admitido, aunque a regañadientes, por los deudos y partidarios de Allende.

En el año 2007 entrevisté a los doctores Guijón, Arturo Jirón, Hernán Ruiz Pulido y José Quiroga, quienes me aseguraron haber presenciado el suicidio en medio del humo, a través de la puerta abierta del salón. En declaraciones separadas, coincidieron en la versión sin fisuras de que el Presidente se quitó la vida disparándose bajo la barbilla con la metralleta que tenía entre las piernas.

Quiroga me dijo que junto a los médicos presenciaban la escena alucinante el intendente de palacio Enrique Huerta y el subsecretario general de gobierno Arsenio Poupin, que después de ser detenidos morirán a manos de los militares. Todos coinciden en que solo el doctor Patricio Guijón entró y permaneció junto al cadáver.

Pero el agua ha seguido corriendo. El investigador Hermes H. Benítez, desmenuzando el acta levantada por los peritos de Investigaciones y el informe de la autopsia realizada en el Hospital Militar, y considerando el número de impactos de bala, el calibre de las vainillas y otros factores, ha expresado dudas sobre aspectos esenciales de aquella versión.

En 2008, el médico forense Luis Ravanal, tras analizar minuciosamente el acta de la autopsia concluyó que el cadáver presentaba dos impactos de balas de calibres diferentes y que las lesiones no eran de tipo suicida. El periodista Camilo Taufic ha sembrado nuevas dudas al formular la hipótesis del “suicidio asistido”: Salvador Allende se habría disparado con pistola y Enrique Huerta le habría dado el tiro de gracia con metralleta.

Todo suicida teme sobrevivir. “Si yo quedo herido, pégame un tiro”, había pedido Allende al doctor Danilo Bartulín. Hipotéticamente al menos, la eventualidad del tiro de gracia que un colaborador da al líder que no quiere caer malherido en manos del enemigo tiene verosimilitud. Si nos ponemos en la piel de los presentes en la escena de un drama de ese tipo, podemos incluso comprender un pacto colectivo de silencio. Pero en el caso de Allende, el testimonio del suicidio lo han dado varios médicos, cuya misión es la de preservar la vida y certificar la muerte, no la de encubrir a quienes la quitan por motivos piadosos.

En 2008, el ministro Mario Carroza encargó a un equipo del Servicio Médico Legal un análisis del controvertido protocolo de autopsia y se dispone a interrogar como primer testigo al doctor Patricio Guijón, que permaneció junto al cuerpo ensangrentado de Salvador Allende hasta que ingresaron los militares.

Pero el tiempo ha desgastado las evidencias, los informes de la época son poco fiables, varios testigos han muerto, hay confusión en la memoria, los recuerdos de los sobrevivientes se tornan cada vez más borrosos…

¿Logró el ministro Carroza desentrañar toda la verdad del drama, digno de la pluma de Shakespeare, que se desarrolló en el Salón Independencia de La Moneda el 11 de septiembre de 1973, a las dos de la tarde?

Cabe la duda. Los magnicidios siempre albergan misterios indescifrables que ofrecen terreno fértil a la fantasía y a la leyenda.

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