La revolución olvidada

El coronel Roca era hijo de un héroe, el también coronel José Segundo Roca, tucumano y soldado de San Martín. Hizo toda la campaña del Perú, con Sucre y Bolívar. Estuvo en Pichincha y Junín. Volvió con el pecho lleno de medallas para pelear junto a Alvear en Ituzaingó. Después vinieron las guerras civiles, la lucha contra la montonera. El gobernador Heredia lo tomó prisionero. Estaban por fusilarlo cuando el Dr. Juan Bautista Paz pidió por su persona. Un año después se casaba con la hija de Paz, Agustina. Por años se dedicó a cuidar su finca y ver crecer a sus hijos. No fue por mucho tiempo. Caído Rosas comenzaron las refriegas en el Norte y no había muchos jefes como Roca. Cuando empezó la guerra del Paraguay él llevó las tropas tucumanas hacia Corrientes. Allí se encontró con sus hijos, Rudecindo, Celedonio, Marcos y Julio Argentino, todos voluntarios para el frente.

Don Segundo iba con el siglo. Cuando comenzó la guerra andaba por los 66 años, pero todavía formaba al frente de su tropa. Murió poco después de llegar a Corrientes de fiebres. Fue enterrado con honores. El teniente Julio Argentino Roca fue abanderado del regimiento de Salta. Firme y sereno cayeron lágrimas por sus mejillas ante el ataúd de su padre.

Después de años de combate entre Cepeda y Ñaembe, desde Curupaití hasta Pastos Grandes, Julio Argentino Roca, tucumano como Avellaneda, se había convertido en su hombre de confianza del futuro presidente. Le tocaba defenderlo en el campo de batalla.

Después de aprovisionarse y reforzar su tropa, Roca se encaminó a enfrentarse con su compadre y antiguo jefe, Arredondo. En Villa de la Paz, San Luis, se topó con un destacamento revolucionario al mando de Máximo Andrada. Superados en número, ni atinaron a rendirse. Se batieron heroicamente hasta que todos murieron. Era un aviso de lo que les esperaba.

El 29 de noviembre llegaron a “La Dormida”. Allí se les presentó un paisano que decía ser enviado por Civit desde Mendoza. Le entregó un papel a Roca y esperó respuesta. Es un espía coronel. Mire como anda empilchado. Un día de a caballo y mire como llega de fresquito, mi coronel. Nos esta espiando coronel, debe ser hombre de Arredondo” Todos susurraban a su oído. Las palabras le giraban en la cabeza. Roca no era hombre de dejarse influenciar. Pero no quería que jugaran con él a los juegos que les hacía a los otros. Roca miró al paisano de arriba abajo. El hombre era ajeno a lo que se decía. Con un gesto casi indiferente ordenó: “Pásenlo por las armas”.

“Usted se equivoca, coronel”, fue lo único que atinó a decir casi sin emoción. Se dejó matar sin resistirse.

Después se enteraron que era tropa propia, hombre de Civit.

Cosas de la guerra.

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Roca miraba las líneas fortificadas tras las que se había atrincherado Arredondo. Algo había aprendido en Curupaytí. Su compadre ahora era el que cañoneaba las posiciones sin hacer daño alguno. Al menos no había prometido “pulverizar al enemigo” como el mequetrefe de Tamandaré.

Por dos días los ejércitos se miraron como aves de riña, estudiándose antes del primer picotazo. El 3 por la mañana Roca mandó a hacer un reconocimiento de las posiciones. Un batallón de San Juan y otro de San Luis salieron de las trincheras y avanzaron sobre la tropa de reconocimiento, que huyeron entre las hurras de los revolucionarios.

Roca, desde una elevación, miraba el desbande. “Por acá no llegamos”, pensó.

Con la suerte que lo caracterizó en vida, esa misma tarde le llegaban las noticias de “La Verde”. Un portador con bandera blanca, le entregó a Arredondo los documentos sobre la derrota revolucionaria, y le dijo que el nuevo estado de cosas hacía inutil que permaneciera en armas. Lo invitaba al general a una conferencia, para entrar en los arreglos de una capitulación.

Le deben haber desconfiado a Roca, porque sus oficiales le sugirieron a Arredondo que no asistiera en persona. Envió entonces a Benjamín Sastre a dialogar con Roca. Llevaba precisas instrucciones. El ejército de Roca retrocedería hasta Villa de la Paz, así Arredondo podría comunicarse con el Comité Revolucionario para recibir instrucciones sobre el arreglo. En segundo lugar el gobierno debía reconocer los gastos de guerra. Y por último la reposición en sus puestos de los gobernadores revolucionarios.

Roca envió el telegrama con las propuestas al Dr. Avellaneda, que puso solamente reparos para con la tercera condición.

Ante la negativa Arredondo decidió concluir las negociaciones. Sastre así lo comunicó y terminó diciéndole a Roca: “Bueno, Coronel, pronto se arrepentirá”.

“Faltaba más” saltó Roca. “Dígale a su general que mañana a más tardar, será él el arrepentido”.

Durante la noche y en el mayor de los silencios, las tropas gubernamentales cruzaron el río Tunuyán para aparecer durante la madrugada del 6 de diciembre en la retaguardia de Arredondo. No estaba desatento el general. Un sargento del 9 de infantería extraviado durante la marcha a ciegas, fue a dar con los centinelas del ejercito revolucionario. Arredondo se había imaginado algo así y tenía dispuestas sus tropas de forma semejante a como habían enfrentado a Catalán semanas atrás. Roca debería maniobrar por la única calle que permitía el desplazamiento de la infantería. Los batallones de San Luis, San Juan y el 3ro de línea -el legendario batallón que en Curupaytí comandara Alejandro Díaz[1] estaban dispuestos a repeler este ataque. Comenzada la batalla, la infantería de Roca no podía avanzar un paso. Sobre ellos caían las balas de los defensores

En esta situación Arredondo ordena a los comandantes Lafuente y Loyola[2] cargar a la cabeza de sus regimientos sobre la caballería enemiga. Fue entonces que se entera que el batallón Rosario mandado por el mayor Vázquez acababa de rendirse al jefe del 3 de línea- el comandante Joaquín Montaña[3].

A la voz de ¡Pasados!, las tropas del Rosario penetraron las líneas revolucionarias. Montaña, pensándolos desertores, los recibió estrechando la mano de Vázquez. Les dijo: “Muchachos, no tengan cuidado que aquí está el 3 de línea”. Al acercarse a la tropa, el coronel Carlos Paz se dirige a Montaña: “Comandante, es usted mi prisionero de guerra”. Sin darse cuenta de lo que pasaba, Montaña retrocedía hasta su batallón, seguido por Paz que descarga un golpe sobre la cabeza de este. Fue entonces cuando los soldados del 3ro de línea disparan sobre Paz, matándolo instantaneamente. Doce balas atravesaron su cuerpo.

Rodeados y ante esta dramática situación, los bravos del 3 de línea se rinden. Las tropas del gobierno traspasan las líneas defensivas.

Fue en este momento cuando Arredondo se encuentra con el coronel Roca. Este, tendiéndole la mano le dice: “General, usted es mi prisionero”. Por un instante Arredondo se queda mirando a Roca. Sin hablar. Mira la mano extendida. Se detiene en su barba entrecana. Según sus cálculos, Roca debería ser su prisionero. La bayonetas del 9no. de línea lo convencen de lo contrario.

Arredondo acababa de ser derrotado, por una treta de zorro, en la segunda batalla de Santa Rosa.

[1] Alejandro Díaz fue el único oficial argentino educado en la cadena militar de Saint Cyr. Murió en dicha batalla

[2] Oficial que peleara contra Peñaloza y Lanza Seca Saa

[3] Montaña con los años sería Jefe de la policía de Buenos Aires

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