El General Manuel Belgrano fue un constante relator de su campaña por la guerra de la Independencia. Cuando partió de Jujuy en el Exodo, escribió varias cartas al gobierno central detallando lo ocurrido. Las mismas agregan nuevos aportes sobre lo que tuvo que soportar el pueblo jujeño y la manera que se protegió a las familias que se marcharon y las que quedaron en San Salvador de Jujuy. De estas últimas algunas adujeron problemas de salud, otras se internaron en los montes a la espera del paso de los españoles y las que confiaban en ellos.
Belgrano escribe dos cartas el 23 de agosto, una a la mañana y otra cuando comienza su retirada. En la primera hace referencia a las instrucciones recibidas, “…me dice que destruya cuanto pueda ser útil al enemigo para dificultar sus marchas y recursos: bajo estos principios he procedido a dictar todas aquellas providencias que he creído debían llenar las intenciones de V. E., y a mi entender las que parecen muy propias en nuestras actuales circunstancias”.
Luego describe el apoyo brindado, “he franqueado a los comerciantes todos los auxilios que he podido para retirar sus haciendas y, aunque les dije que quemaría todo lo que quedase, fue ad terrorem para obligarlos a sacarlas”. Estas líneas confirman la teoría de que no hubo incendio de casas, pero si es arrasado y quemado el forraje para los animales, los moldes de madera para la construcción de cañones y todo que pudiera ser útil a los españoles.
Más adelante destaca que “el dolor es, según mi concepto, que no se haya podido arrastrar con todo, y V. E. puede creer que es una de las miras del enemigo, al adelantarse a esta provincia, el proveerse de esos renglones de que carece”. Luego justifica la partida de “emigrados”, como los llamaba y aporta un dato hasta ahora desconocido. La existencia de rehenes que habían partido días antes.
Belgrano señala que, “en cuanto a las personas que he mandado salir, no me ha llevado otro objeto que el tener rehenes para que los enemigos ni hagan mal a la familias adictas que se quedan, ni las contrarias, de temor, cooperen en nuestro perjuicio; todas estas medidas no las han llevado a mal, según yo veo, los amantes a la Patria, y a los que no lo son, tan enemigos serán con ellas como no habiéndolas tomado, y estoy cierto que, por lo que hace a los europeos que han salido y muchos de los paisanos, lo son tantos como los que nos persiguen”.
LA RETIRADA
Al atardecer del 23 de agosto ya anuncia “voy a dar principio a mi retirada: pues las avanzadas del enemigo están en Humahuaca, y según me ha asegurado un soldado que se ha pasado, el intento es mantener allí una fuerza para, con los superiores, bajar por el Toro a Salta para cortarnos; ni mi situación es para sostener un choque general, según ya lo sabe V. E. ni aun cuando lo fuera, tengo lo que necesito”. Los realistas utilizaban mucho el camino del “despoblado” (ahora conocida como Ruta 40) para el paso de los espías a la ciudad de Salta donde tenían apoyo.
El día 24 de agosto, ya en Monterrico, donde estaba una de las postas, describe su partida a “las 12 y media de la noche tomé el camino y me incorporé con el ejército a las 3 de la mañana, pues su marcha había sido rápida” llegando al mediodía. El grueso de las tropas había utilizado el camino de “las postas” saliendo por la Almona ya que llevaban carretas y cañones.
Belgrano debió acortar el camino utilizando el que iba por el Comedero. El general Díaz Vélez queda a cargo de la retaguardia y junto al capitán Zelaya sufre el fuego del enemigo. Es un cuerpo de doscientos hombres el que frena su avance. La tropa marcha a pie debido la “dificultad de los caballos que, a más de estar flaquísimos, son escasos, me tiene en los mayores apuros, conociendo la importancia de aquella medida para sostener la retirada”.
Díaz Vélez, integró su batallón con gran parte de la tropa del Regimiento de Decididos, que se habían formado con el aporte de jóvenes quebradeños, de San Salvador y varios tarijeños. Estos tenían la misión de “retardar la marcha del enemigo mediante ataques de flanco que no comprometan su tropa”.
El 26 de agosto vuelven a ser atacados, con el refuerzo de dos piezas de artillería y sus efectivos rechazan esta intentona realista, luego de tres horas de combate.
El 28 de agosto Pio Tristán ingresa a la ciudad de Salta donde la primera medida que toma es la conformación de un gobierno adicto, algo que le había costado integrar en Jujuy debido al escaso apoyo recibido. Belgrano no confía en los españoles, ni en los sacerdotes radicados en Salta “no lo queremos creer, y aún estamos en la persuasión de que se debe proceder con suavidad, con dulzura y, si es posible, adular a nuestros enemigos para atraerlos; y yo estoy persuadido de que es el mayor engaño que padecemos: no tardarán mucho en que sepamos que los europeos que ha quedado en Salta, forman un cuerpo y toman las armas contra nosotros, a la par con los clérigos que no han querido salir y que hacen la guerra todavía más a su salvo y con más ventajas porque dirigen sus conciencias”, escribe Belgrano el 30 de agosto desde el Rio Pasaje.
Este pensamiento del prócer se ve ratificado cuando se queja de los caballos y mulas que le fueron vendidos “pagándoles a diez pesos por cada una de las últimas, que al tiempo de servirnos de ellas han salidos chúcaras”,
enterándose que en el oeste está” lleno de caballadas buenas, de inmenso número de mulas y de ganado, cuando se me decía que no había un caballo” Belgrano continua su relato y demuestra su dolor porque, “los enemigos han hallado caballadas muy buenas, y que los cuatrocientos hombres que han venido persiguiendo mi retaguardia del modo más eficaz, según me dice el mayor general, están bien montados”.
Los hacendados -reclama el General- venden su ganado “cuyo valor, como sucede en todo el universo, prefieren al bien general de la Patria: siempre los ricos han sido egoístas, y son tan raros los que no lo son como el ave Fénix”.
Belgrano debe utilizar toda su dureza y personalidad para lograr que se impongan la disciplina. Dos los soldados son descubiertos cuando pretendían desertar y de inmediato son fusilados.
Un oficial negligente (Clemente Medina, sargento mayor del Regimiento de la Paz) que “por descuido” permite la explosión de dos cajas de municiones es enviado preso a Buenos Aires, junto a otro oficial que abandonó Salta sin enfrentarse a las tropas invasoras.
LAS PIEDRAS
El tres de septiembre los españoles atacan a las tropas patriotas y se produce el Combate de Las Piedras, donde se vuelven a destacar las tropas de Díaz Vélez, que en un primer momento retrocede y luego con el apoyo de la artillería dirigida por el Barón de Holmberg, la compañía de Cazadores, dirigidos por el capitán Forest, el batallón de Pardos y Morenos con su comandante Miguel Araoz, los Dragones de Lamadrid y el resto de la caballería vencen a sus perseguidores.
Belgrano se destaca en este combate “corriendo como una exhalación a todas partes y atrincherando su línea, ya en las carretas, ya en los barrancos, ya en los árboles y tupidos bosquecillos, arengado y dando valor a sus tropas “consigue un triunfo importante que le permite recuperar a varios soldados, como de dos carretas de los comerciantes”.
Al anochecer “el brujo rubilingo” como lo solían llamar, felicitó a todos dando las gracias y nombró a cada uno de los muertos en un claro homenaje al valor demostrado.
Según señala el coronel Lugones, acompañante de Belgrano, “emigrados de Jujuy y Salta, peones de servicio, comerciantes y cuantos más venían a la par del ejército, todos tomar parte en aquel glorioso lance que dio vida a la Patria”. Este respiro y el triunfo abren las posibilidades de hacerse fuerte en Tucumán, por lo que abandona el camino de las Postas, que iba a Santiago del Estero en forma directa, y utiliza el de las carretas. Manda el General Balcarce a Tucumán para ver la posibilidad de hacer base y poder enfrentar a los españoles.
Ya cerca de Tucumán, en otra carta enviada a Buenos Aires, hace una nueva reflexión sobre la necesidad de dirigirse a esa ciudad, “no habiendo otro punto en que nos podamos situar para los trabajos de parque y maestranza, para la enseñanza de la tropa y para todos los objetos que son precisos; pero han de ser en la inteligencia de que el ejército no se mueva para subir hasta que no esté en estado de llevar la victoria por delante; pues todo lo demás es perder tiempo, perder armas, y , lo que es peor, la opinión, como nos sucede ahora, que me consta que aun los que han dado pruebas de patriotas están en contra nuestra en todo Salta y sus alrededores, y lo mismo sucederá por todo el territorio que no pisen las armas de la Patria”