La culpa que Jorge Luis Borges heredó

Somos genes azarosamente combinados en tiempo y circunstancias. Un coronel oriental que se enamora de una gringa de ojos azules defendiendo una patria ajena (que haría propia), luchó una guerra de otros: la sublevación de Ricardo López Jordán cuyos discursos eran escritos por un tal José Hernández.

Somos esos infinitos senderos que se bifurcan, esas bibliotecas eternas, esos espejos de nuestros ancestros, esas glorias cansadas y muchas veces ignoradas por nosotros. Nuestros antepasados se pierden en el lento crepúsculo del ayer, apenas conocido por unos pocos.

Borges pertenecía a ese grupo de individuos conscientes de la infinidad de variables que nos acosan para ser nosotros mismos.

Francisco Borges.

 

Francisco Borges. El abuelo del escritor

 

Francisco Borges. El abuelo del escritor

 

 

Está conciencia, en su caso, llevaba oculta una culpa. Una culpa heredada que solo existía en los misteriosos circuitos de su mente.

Silvano Acosta era un hombre atrapado entre lealtades, en la imprecisa fidelidad a la patria grande y el orgullo de la patria chica, el terruño propio.

Las guerras que asolaron la nación en ciernes traían muchos Silvanos Acosta, hombres arrastrados por la furia de las pasiones desatadas, de las venganzas arteras y un esquivo código de honor concebido en una ética kantiana, el deber por el deber.

María Kodama y el retrato del abuelo de Borges.

 

María Kodama y el retrato del abuelo de Borges.  La viuda de escritor reveló el texto que él le dictó en 1985
María Kodama y el retrato del abuelo de Borges. La viuda de escritor reveló el texto que él le dictó en 1985

 

 

El coronel Francisco Borges era un hombre de palabra, víctima de sus convicciones que lo llevaron a una muerte lindante con el suicidio en los campos de la Verde.

Allí, montando un caballo blanco y un poncho del mismo color, recibió dos balas que pusieron fin a sus desvelos. En sus momentos finales, mientras recordaba a su esposa de ojos azules y sus hijos aún pequeños, no habrá imaginado que su nieto cantaría sus cansadas glorias y el inútil coraje que lo empujó a la entrega final.

Y menos aún pudo intuir en esos momentos que ese nieto, que aun ni había sido concebido, se haría cargo de la muerte de un hombre que ordenó fusilar por traición y cuyo nombre había olvidado o quizás nunca supo.

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