La peregrinación salvaje

A raíz de sus opiniones volcadas en libros y artículos, D. H. Lawrence (11 de septiembre de 1885 – 2 de marzo de 1930), un joven y tranquilo estudiante, debió pasar la mayor parte de su vida adulta en un exilio voluntario, que llamó “peregrinación salvaje”.

En esos años, su prestigio literario se reducía al de un pornógrafo, un calificativo peyorativo para todo aquel que conociese a este escritor que puede inscribirse en el marco del modernismo británico.

A pesar de su origen humilde, el joven Lawrence, pudo acceder mediante una beca al Nottingham High School (colegio que hoy lleva su nombre).

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Pupilos del Nottingham High School, 1890.

Pupilos del Nottingham High School, 1890.

Mientras estudiaba magisterio en la Universidad de Nottingham, empezó a escribir su primera novela, The White Peacock. Este escrito y varios poemas lo introdujeron al mundo literario inglés. Los largos períodos de convalecencia por la tuberculosis, que lo llevaría a la muerte, le dieron mucho tiempo para desarrollar sus escritos y, además, esa atención al erotismo, tan propia de los jóvenes tuberculosos. En la Universidad conoció a Frieda, una mujer seis años mayor que Lawrence, casada con un profesor. Huyendo del escándalo, viajaron a Alemania, iniciando la larga “peregrinación”.

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Lawrence y Frieda

Lawrence y Frieda

En Italia redactó una de sus obras más memorables, y a la vez más discutida, señalada como obscena. Durante la Primera Guerra Mundial, fueron acusados de espías y obligados a abandonar su casa de Gales.

El fin de la guerra le permitió desplazarse por el mundo, desde Australia hasta Ceilán y de allí a México y Estados Unidos, donde encontraría cierto reposo y una experiencia póstuma inesperada.

En 1925 sufrió un agravamiento de su condición bacilar, complicada con malaria, que lo mantuvo postrado. La peregrinación había llegado a su fin.

Su persecución en Inglaterra no se limitó a los libros, sino también llegó a sus pinturas, que fueron confiscadas al ser expuestas en Londres.

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Lawrence pintando

Lawrence pintando

Su perspectiva sobre la resurrección de Jesús en “El hombre que murió” no ayudó a calmar su fama.

Fue El amante de Lady Chatterley la mayor fuente de escándalo, por sus descripciones explícitas de sexo. Cuando la editorial Penguin lo editó, con enorme repercusión pública, se intentó prohibir su venta, pero la enérgica y lúcida defensa por parte de la abogada Krishna Menon logró impedirlo. Aún hoy, este alegato es objeto de estudio en los colegios de leyes de Oxford.

Curiosamente, en esta novela se habla de la fertilización in vitro y de la “innecesidad del sexo”.

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Cubierta del libro El amante de Lady Chatterley, edición de Penguin.

Cubierta del libro El amante de Lady Chatterley, edición de Penguin.

Con la muerte de Lawrence, comenzó la revaloración de su obra. E. M. Foster lo llamó “el novelista imaginativo” más grande de su generación, y Leavis lo incluyó entre los grandes de la gran tradición de la novelística británica.

Su muerte por tuberculosis en Francia no puso fin a su peregrinar. El descanso final tardó en llegar.

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Tumba de D. H. Lawrence, en una capilla en las proximidades de Taos, Nuevo México.

Tumba de D. H. Lawrence, en una capilla en las proximidades de Taos, Nuevo México.

Sabiendo que su fin se acercaba, acordó con su esposa Frieda que sus cenizas fueran dispersadas al viento en un rancho que tenían en Taos, un lugar en Nuevo México donde quiso iniciar una comunidad utópica. Más de tres años tardaron en exhumar su cadáver de Vence (Francia) y tres veces se perdió su urna antes de llegar a Taos. Una vez allí, opiniones encontradas condujeron a una insólita decisión. Por un lado, Lawrence había expresado el deseo de que sus cenizas no fuesen enterradas; por el otro, su esposa quería enterrarlo allí. Al final, surgió una solución salomónica. Sus cenizas se mezclaron con cemento para hacer una capilla en su memoria, donde descansa ahora D. H. Lawrence, acariciado por el viento.

Vida de D.H. Lawrence

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