La muerte de Napoleón

Napoleón, poderoso sonámbulo del sueño desvanecido

Victor Hugo (Los miserables, 1862)

 

Mucho se ha especulado sobre las causas de la muerte de Napoleón Bonaparte. Las circunstancias que la rodearon se prestan a las más diversas hipótesis. El tema, fuente permanente de debates, ha revivido últimamente debido a que nuevas técnicas permiten confirmar o negar algunas versiones, aunque persistan varias especulaciones. De hecho, en Internet, hay mucho más de 9.510.000 sitios que hablan de la muerte de Napoleón, cifra solo superada por la muerte de Cristo.

Tantas citas pueden catalogarse bajo dos grandes títulos. Por un lado, los “sustitucionistas” y, por otro, “los envenenadores”. Entre estos últimos, se distinguen tres tipos: los que sostienen que fue envenenado por los ingleses, los que sostienen que fue asesinado por su compañero de exilio, el general Montholon, respondiendo al mandato de los Borbones y, por último, los que sostienen la teoría de que fue el mismo Montholon, aunque actuando por motu proprio. Al general no le faltaban motivaciones para asesinar al ex emperador: su esposa Albine fue la amante de Napoleón durante el largo exilio; relación íntima de la que, se comenta, nació la última hija del matrimonio Montholon. La niña en cuestión se llamaba, curiosamente, Josefina y murió a muy corta edad.

Los “sustitucioncistas” sostienen que Napoleón no se encuentra en el lujoso sarcófago de Les Invalides, reemplazado por quien fuera su valet, Cipriano. Los ingleses habrían desenterrado a Napoleón hacia 1825 y llevado su cadáver a Londres, donde descansaría en una bóveda secreta de la abadía de Westminster. ¿Por qué razón? Sencillamente porque así nadie podría demostrar el envenenamiento del Gran Corso (por “Gran Corso” nos referimos a Napoleón, porque el tal Cipriano también lo era). Para preservar hasta el último detalle, se tomaron la molestia de vestir el cadáver del valet con el uniforme verde de coronel de la Guardia Imperial, el mismo que usaba habitualmente Napoleón.

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Les Invalides
Les Invalides

 

Otra versión, más imaginativa, afirma que Napoleón no murió en Santa Elena y que, también reemplazado por Cipriano, aprovechó las circunstancias para escaparse hacia Estados Unidos, según algunos, o hacia Austria, según otros, donde se reencontró con su hijo.

Otros pocos autores abrazan la hipótesis del “envenenado sustituido”, es decir, envenenado por los Borbones y reemplazado con Cipriano.

Asimismo, podemos aventurar que Napoleón murió naturalmente y que yace en Les Invalides, teoría demasiado simple, que privaría al lector del placer de barajar otras versiones conspirativas, tan del gusto de estos tiempos.

Justamente, para confirmar la hipótesis del envenenamiento, se recurrió a uno de los muchos mechones del cabello del emperador que pululan por allí. De hecho, existen tantos que, según Jerónimo Bonaparte, se podría hacer una alfombra con ellos. Se tomó como muestra para este estudio los cabellos que poseía Paulina Bonaparte, la devota hermana del emperador. Curiosamente, en el palacio que habitaba Paulina en París, y que es actualmente la embajada inglesa, se encuentran expuestos tanto los mechones de cabello de Napoleón como los de Wellington, confrontados en un silencioso Waterloo capilar.

A favor de la teoría del envenenamiento con arsénico, algunos refieren que Napoleón presentaba, ya en vida, muchos de los síntomas y signos de esta intoxicación, con excepción de la más característica: las líneas de Mees (estrías blanquecinas en las uñas). Su ausencia no descarta la intoxicación, aunque sí es muy sugestivo que, cuando se exhumó al cadáver en 18401, el cuerpo estaba muy bien conservado. ¿Cuál es uno de los productos que utilizan los taxidermistas para la conservación de un cadáver? Justamente, el arsénico.

Cabe detenernos unos instantes en este retorno póstumo de Napoleón. ¿Qué impulsó a Louis Philippe, el Rey Burgués, a traer nuevamente a Francia al enemigo de los Borbones? La profunda crisis política de ese año había empujado al rey a “legitimizar” su poder sobre las cenizas de un gran hombre. Napoleón simbolizaba la grandeza que Francia había perdido en esos veinticinco años. Durante la revolución de 1830, muchos de los antiguos soldados de la Guardia habían salido a la calle vestidos con el uniforme del Grande Armeé. Para adueñarse de ese espíritu es que Louis Philippe se interesó en la repatriación de los restos de Napoleón. Financió generosamente, con un millón de francos, el colosal espectáculo de su retorno y la construcción del enterratorio en Les Invalides. En el poema que Victor Hugo compusiera para la ocasión, este compara la vuelta de Napoleón con la de Alejandro Magno. Fue este solo uno más de los muchos traslados funerarios que pretendieron captar la mística de un gran hombre para apaciguar una crisis interna.

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Volviendo al cabello del Gran Corso, todos los análisis realizados en Grenoble, Lausanne, Glasgow, incluso por el FBI, coinciden en mostrar niveles muy altos de arsénico. Pero esto no es un signo inequívoco de envenenamiento ya que el agua de la isla también tenía altas concentraciones de este elemento. ¿Cómo saber si no era una intoxicación colectiva de todos los habitantes de Longwood? En el año 2000, se consiguieron mechones del cabello de Albine Montholon. ¡Qué mejor que el cabello de la amante de Napoleón para compararlos! Pues bien, la concentración de arsénico en Albine era casi normal. Conclusión: a Napoleón lo estaban envenenando.

Ahora bien, ¿cómo se lo envenenó? Se sospecha que Montholon introducía el arsénico en el vino reservado del emperador, un vino sudafricano de Constanza que Montholon hacía traer especialmente para Napoleón, el único que lo bebía.

Curiosamente uno de los pocos libros que poseía Montholon en su biblioteca de Santa Elena era Les causes célèbres, texto que relata el famoso caso de Brinvilliers, la joven heredera que se deshizo de sus molestos familiares administrándole dosis mínimas de arsénico. Este elemento administrado, sumado al calomel que el doctor Antommarchi le daba al emperador, se combinaron para producir cianuro de mercurio, sustancia que daña inexorablemente al aparato digestivo. Vale aclarar que, en los mechones del emperador, también se encontró cianuro.

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En la autopsia que se realizó el 6 de mayo de 1821 sobre la mesa de billar de Longwood, se extrajo el estómago y el corazón de Napoleón, que fueron preservados en alcohol. El corazón debía ser entregado a su esposa, María Luisa; pero la joven, por entonces, estaba muy entusiasmada con el conde de Neipperg. A este apuesto galán, la corte austríaca le había dado expresas órdenes de “entretener” a María Luisa, función que al parecer el conde cumplía diligentemente. El corazón de Napoleón terminó en el sótano del palacio, donde supuestamente sirvió de alimento para las ratas. Cuando se lo debió enviar a Les Invalides, para no denotar el inexcusable descuido, dicen que el corazón del gran Napoleón fue reemplazado por el corazón de un carnero (de haber sido así, hubiesen elegido un animal más dócil). Otros sostienen que el corazón quedó en un recipiente dentro del féretro y que, curiosamente, al exhumar el cadáver en 1840, este había cambiado de lugar. También faltaban sus condecoraciones, cordones y espuelas. Además, las botas se habían abierto y exhibían los dedos de sus pies, sin las medias que el Gran Corso siempre usaba. ¿Dónde fueron a parar las medallas, espuelas y medias? Menos pregunta Dios y perdona. Los franceses habían ido a buscar un cadáver y allí tenían uno para mostrar al pueblo francés. No valía la pena entrar en detalles técnicos que hubiesen sido muy embarazosos.

Más allá de las piezas que se había llevado como souvenirs el padre Vignale y que habían dado lugar al mito de la escasez amatoria del emperador, se atesoraron dos nuevas e insólitas reliquias. En primer lugar, el instrumental con el que se realizó la autopsia fue conservado en la Escuela de Medicina de París en una vitrina, en donde también se expone el bisturí con el que Luis XIV fue operado de su fístula anal (génesis del “Dios salve al rey” británico)2.

En segundo lugar, el paño de la mesa de billar fue sustraído por oficiales británicos, que se lo vendieron a madame Tussauds y su famoso museo de muñecos de cera, muñecos que había aprendido a hacer sobre el rostro de los guillotinados.

Para terminar con el emperador y sus partes, vale la pena comentar la suerte de uno de los caninos de Napoleón (aclaremos que nos referimos a los dientes del Gran Corso), que había pertenecido al general Maceroni. La familia de este, después de casi ciento setenta años de tenerlo en su haber, decidió ofrecerlo al mejor postor. Así fue como la pieza dental cambió de mano por veinte mil euros en noviembre de 2005. A título de comparativo (y digamos odiosamente comparativo), la bolsa verde que lucía el almirante Nelson al momento de su muerte, durante la batalla de Trafalgar, fue adquirida por 423.000 euros, infligiendo de esta forma una nueva humillación, no frente a las costas de España, sino en la sala de ventas de Sotheby´s en Londres.

No terminan aquí, sin embargo, las vanidades de este mundo, y mucho menos las del más allá: el vestido que luciera Marilyn Monroe cuando le sopló la velita a John F. Kennedy después de cantarle el Happy birthday Mr. President, fue rematado en Christie´s en 1999 por la friolera de 1.200.000 dólares. La sugestiva blonda derrotó así al almirante tuerto y al emperador enano en esta estúpida competencia de veleidades póstumas.

 

1- En esta oportunidad, el general Gourgand estaba presente en la exhumación, por lo que reconoció a Cipriano.

2- Para más información, véase la nota “Las fístulas del rey”: https://historiahoy.com.ar/las-fistulas-del-rey-sol-n260

 

Texto extraído del libro TRAYECTOS PÓSTUMOS (Olmo Ediciones)

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