La muerte de la razón pura

Thomas de Quincey (1785-1859) escribió “Los últimos días de Immanuel Kant dando por sentado que “toda persona instruida confesaría cierto interés por la historia personal del filósofo, aunque le hayan faltado afición u oportunidades para conocer la historia de sus opiniones”. Kant había nacido en 1724 en la ciudad prusiana de Königsber (hoy Kaliningrado, Rusia) fue contemporáneo de Federico el Grande y murió en su misma ciudad en 1804. Jamás salió de su ciudad natal más que en contada oportunidades y sin embargo, asombraba a sus interlocutores por la minuciosa descripción de ciudades que no había conocido.

Muerto el filósofo, se le tomó una mascarilla de yeso, pero no se realizó autopsia. La muerte era una consecuencia natural de la vida y aquellos que lo conocían y apreciaban se preguntaron porqué perturbar los restos mortales de un individuo que tanto había aportado al pensamiento de los hombres, cuando poco podían esclarecer las dudas de la humanidad el análisis de los magros restos del filósofo.

Kant publicó 69 trabajos, sus títulos principales son bien conocidos, y es considerado el fundador del idealismo alemán. Varios amigos y discípulos dejaron aquí y allá datos sobre sus años finales y las páginas de Quincey se basan sobre todo en las memorias de Wasianski, cotejadas con las de otros autores.

La historia puede leerse como una narración, no carente de detalles curiosos (que le otorgan al relato la sal y la pimienta necesaria para su mejor digestión); pero sería difícil para un médico no ir jerarquizando signos y síntomas y adivinar la patología subyacente. Ciertamente los criterios podrán variar, y en ausencia de autopsia, cualquiera de las hipótesis diagnósticas quedará sin ser probada. No habrá una “última palabra”, pero el ejercicio intelectual es valido .

Sabemos que Kant fue siempre de constitución debil y musculatura pobremente desarrollada. En su juventud sufrió un traumatismo craneano, aparentemente severo. A lo largo de su vida fue un constipado crónico y padeció un malestar epigástrico que mejoraba con los alimentos y los eructos (¿gastritis?). En los dos últimos años, después de comer, una tumefacción aparecía en el cuadrante superior derecho del abdomen (¿hernia de los músculos abdominales?)

A pesar de estos problemas digestivos, casi al final de su vida, Kant estaba muy satisfecho con su estado de su salud. “¿Es posible imaginar a un ser humano que tenga salud más perfecta que yo?”, les decía a sus amigos a la hora del almuerzo. Y anotemos:

– Kant no sudaba nunca (“era más árido que cualquier desierto”, apuntó un amigo).

– Tenía dificultad para memorizar hechos recientes, para las actividades más comunes de la vida diaria, pero esta debilidad había aparecido ya en la segunda infancia. Recordaba no obstante los más lejanos sucesos de su vida.

– En sus últimos años surge una ineptitud para teorizar: todo era explicado por la electricidad.

– Sufría cefaleas que atribuía a esos fenómenos eléctricos.

– Mantenía perfecta coherencia de su propia condición: “Caballeros, soy viejo, soy débil y pueril y deben ustedes tratarme como a un niño”.

– Perdió todo sentido exacto del tiempo: “un minuto crecía en la percepción de las cosas hasta alcanzar una duración agotadora”.

– Movía los pies no hacia adelante y en forma oblicua sino perpendicularmente como “si aplastara algo”, para tener una base más ancha y apoyar toda la planta de una sola vez.

– Sufría caídas y no podía incorporarse solo. La primera vez regaló una rosa que llevaba en la mano a la señorita que lo ayudó a incorporarse, y luego siguió cayéndose constantemente; al caminar en su habitación, o aun de pie y sin moverse; e incluso desde la silla en que dormitaba; llegando a tener que utilizar una silla con brazos circulares que se cerraba por delante.

– Se amodorraba en cualquier momento. Tenía ideas “fantásticas” sobre la conducta de sus criados y sueños horribles que lo alarmaban hasta lo indecible; pero pudo escribir en su libro de apuntes; “No rendirse ahora al pánico de la obscuridad”.

Sufrió pérdida de visión del ojo izquierdo primero, luego del derecho; esto fue precedido por episodios de diplopía; y en dos oportunidades estuvo completamente ciego.

Durante breves momentos “su inteligencia majestuosa volvía a brillar como antes” (8/X/1803). En diciembre de ese año fue ya incapaz de firmar: no lograba recordar las letras de su nombre. Apareció hipoacusia y sus expresiones se volvieron casi incomprensibles. Estando peor que nunca podía explicar cabalmente las proposiciones de Kepler. El último lunes de su vida, sentado entre sus amigos, “insensible a todo lo que pudiéramos decir, encorvado o más bien derribado sobre la silla en una masa informe, sordo, ciego, aletargado, inmóvil, ante una pregunta sobre los moros de Berbería fue capaz de dar un resumen completo de sus usos y costumbres, señalando de paso que en alemán la palabra Argel debe pronunciarse con una g de sonido fuerte”. Era una mente que naufragaba y lo momentos de brillo eran los restos de ese naufragio…

– Ataba y desataba veinte veces su pañuelo o cinturón “irritado porque no podía hacer algo, irritado porque lo había hecho”.

– Tomó al final a todos sus amigos por extraños; los alimentos habían perdido todo sabor; la cabeza caía sobre sus rodillas y lo “asaltaba por momentos una violenta irritación nerviosa debido a la falta de equilibrio entre las distintas funciones de su naturaleza; el vigor desproporcionado de un órgano hacía más palpable la debilidad de otro”.

El sábado 11 de febrero de 1804 dijo su última palabra: “Genug” (“Basta”.) Falleció al día siguiente. “Nunca se vio un cadáver más magro y consumido”, dijeron los que asistieron a su sepelio.

Es posible hacer una jerarquización y cronología de signos y síntomas .

1796 – Déficit memoria y conducta incongruente

1799 – Notorio déficit memoria

Opresión en la cabeza

Dificultad en concentrarse

Sensación subjetiva de declinación física y mental

Alteraciones de la personalidad

Alteraciones del juicio

Desorientación temporal

Debilidad

Ataxia con caídas frecuentes

Cambios en estilo de vida

1802 – Desorientación espacial

Confusión nocturna

1803 – Afasia, apraxia

Actividad repetitiva fútil

Sialorrea, ageusia, anorexia

Otros han opinado que lo que verdaderamente fue destruyendo a Kant no fue una “enfermedad especial, sino el marasmo con todos sus achaques”. ¿Existe eso realmente? Y sin precisar las fuentes, nos hablan de constante opresión torácica, palpitaciones y gota severa.

Muchos médicos sospechan que este deterioro paulatino puede deberse a una arterosclerosis con signos de senilidad .

En algún momento escribió “las Parcas tejen tan finos y débiles hilos que en mi caso han realizado con cierta longitud” aludiendo a que su vida llegó a los 84 años .

La tumba que alojó sus restos estuvo en la catedral católica de su ciudad natal (a pesar que varios de sus libros estuvieron en el Index).

La tumba original fue demolida por las bombas rusas, sin embargo los soviéticos tuvieron a bien hacer una réplica de su estatua frente a la universidad.

Cerca de este monumento hay una placa en ruso que cita parte del texto de Crítica de la razón práctica, dice así “Dos cosas que llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuemos reflexionando sobre ellas: el firmamento sobre mi y la ley moral en mi”.

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