En sus 37 años de vida, la heredera griega Cristina Onassis interpretó a la perfección el papel dramático de «pobre niña rica». Su breve biografía cuenta con todos los ingredientes de una tragedia griega: una gran fortuna, un patriarca dominante, una serie de romances desafortunados y una muerte enigmática. Tras cuatro fracasos matrimoniales muy mediáticos y una lucha bestial contra la gordura, Cristina falleció el 19 de noviembre de 1988 en la casa de una amiga en Buenos Aires. Hasta la fecha, quedan muchas dudas sin resolver sobre su final.
Se dijo entonces que Onassis había sido víctima de un edema pulmonar, producto de sus reiterados y abruptos cambios de peso. Pero también se sugirió que había puesto fin a su vida por decisión propia, a través de un «suicidio por barbitúricos». En 2003, el periodista griego Costas Baxevanis publicó un polémico libro titulado «La omega de Cristina», en el que intentó explicar que la muerte de Cristina no había sido «ni natural ni un suicidio, sino… misteriosa». A la presentación del libró asistió el presidente de la Fundación Onassis, Stelios Papadimitriu, encargado de velar por el buen nombre del armador y su familia, quien dejó claro que «hasta el día de hoy no sabemos de qué murió Cristina, pero sí que no se trató de un suicidio».
La versión del suicidio quedó desterrada por los propios amigos de Onassis que compartieron con ella sus últimas horas de vida en Buenos Aires. Ellos confirmaron que Cristina parecía animada, enamorada de un armador argentino, y llena de vida. «Con proyectos, con viajes, con ganas de vivir», revelaron sus íntimos, entre los que se encontraban su confidente, la millonaria argentina Marina Dodero, que fue quien la encontró sin vida en la bañera de su casa bonaerense. Sin embargo, las autoridades argentinas y griegas nunca hicieron público los exámenes químico y toxicológico que podrían haber esclarecido qué provocó el edema pulmonar causante de la muerte de la multimillonaria griega.
Una serie de irregularidades
Según las crónicas policiales de la época, ocurrieron varias irregularidades en los primeros momentos tras descubrirse la muerte de Cristina. La multimillonaria murió en la casa de Marina Dodero, a 37 kilómetros de la capital, en territorio de la provincia de Buenos Aires. Pero como el cadáver se trasladó a una clínica de la capital, con la intención de reanimar a la fallecida, la autopsia se realizó allí, y entró en funciones el juez de Buenos Aires. El cadáver se convirtió en «un objeto de toma y daca» de los jueces, quienes denunciaron que había desaparecido un pastillero y que se necesita averiguar su contenido por si los remedios que tomaba Cristina podían haber provocado su muerte. Aquel frasco jamás apareció.
Finalmente, tras seis días de investigaciones infructuosas, las autoridades argentinas permitieron que la familia Onassis trasladara el cadáver de Cristina desde Buenos Aires hasta la isla griega de Skorpios. Los investigadores se aseguraron de que permanecieran en Argentina las vísceras necesarias para determinar la causa del edema que provocó la muerte a Cristina, pero los resultados del examen nunca vieron la luz.
Marcela Tauro, periodista, fue la última en entrevistar a la heredera antes de su fallecimiento. Cristina le dijo: «Vine (a la Argentina) porque en Ginebra estaba deprimida. Me sentía mal, sola, triste. No soportaba el frío, la lluvia, quería estar un poco con mi familia postiza (así llamaba a los Dodero). Quiero quedarme aquí para siempre». Y en parte, así fue.