Jean-Michel Basquiat era el equivalente norteamericano de este neofauvismo, aunque se tienda a incluirlo en el movimiento Pop por la estrecha relación que lo unió con Andy Warhol. Basquiat era un marginal, fruto de la subcultura de la gran ciudad. Su seudónimo, durante la época en que pintaba graffiti en Manhattan, era SAMO —SAME Old Shit, es decir, “la misma vieja mierda de siempre”—. En estos murales solía escribir: “SAMO pone fin al lavado de cerebro religioso, la política de la nada y la falsa filosofía”. Las paredes de la ciudad eran un espacio donde daba rienda suelta a su desencanto y un lugar propio para protestar contra las estructuras sociales y económicas de un sistema hostil a estos habitantes de los guetos urbanos. Antes de dedicarse a la pintura de gabinete, Basquiat bosquejó su última obra con la firma “SAMO IS DEAD”. Tres años después de esta muerte anunciada, el retrato de Basquiat era tapa del New York Times. Fue el primer artista de color que apareció en primera plana. El artículo que acompañaba la foto se llamaba “New Art, New Money, the marketing of an American artist” (“Nuevo arte, nuevo dinero, el mercado de un artista americano”).
Su obra amalgamaba culturas primitivas con obras de tradición europea en el contexto de un mundo sumergido en una maraña de medios masivos de comunicación hambrientos de novedades que a su vez, digerirán a destiempo y arbitrariamente. La obra de Basquiat se convirtió en la síntesis de lo que vivía la sociedad norteamericana de las grandes ciudades, una melange de etnias, idiomas y costumbres que crecía gracias al free enterprise, en búsqueda del cada vez más inasible American Dream.
Las nuevas modalidades de expresión nacieron en el seno de una sociedad cambiante, próspera y heterogénea, materialista y consumista en busca del desarrollo de una individualidad, en medio de tribus urbanas aisladas en la “aldea global”.
El final de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín y el colapso del régimen soviético fueron tomados como el triunfo del mundo capitalista, pero las sucesivas crisis económicas desde entonces, más el estallido de burbujas financieras y las disímiles respuestas de los diferentes grupos sociales, demuestran que este sistema no siempre ofrece la respuesta adecuada para cada cirscunstancia y menos aún para evitar la corrupción, la codicia, la ignorancia o el fundamentalismo de sus miembros. Los ciclos se acortan; los gobiernos gastan fortunas para satisfacer las necesidades de una masa ociosa, a la que la sociedad de consumo no puede dar trabajo pero sí imponerle nuevas necesidades: lo superfluo se vuelve necesario y lo necesario, obligatorio.
En este mundo ferozmente contradictorio, los neoexpresionistas, que consideraban al arte contemporáneo pretencioso, corrupto y capaz de pagar precios exorbitantes por obras mediocres, aprovecharon la oportunidad y vendieron a precio de oro obras como Mierda de artista, de Piero Manzoni (materia fecal envasada, sin duda la creación más íntima del artista). De esta forma, los neoexpresionistas, al igual que todas las vanguardias rebeldes, se convirtieron en parte del sistema que criticaban. El discreto encanto de la burguesía, como decía Buñuel, termina seduciendo a los artistas comprometidos. Los nobles salvajes se vuelven parte del sistema al que pretenden destruir. Tarde o temprano, entienden que no pueden vivir sin él.
Poco tiempo duró su carrera de Basquiat. A los veintisiete años murió de una sobredosis (el 12 de agosto de 1988).
Extracto del libro La Marea de los Tiempos: Pintura y Política de Omar López Mato (Olmo Ediciones – 2013).