Aunque parezca mentira, el autor de «La Marsellesa», el himno francés que tantas pasiones ha levantado a lo largo de su historia, murió pobre de solemnidad y para colmo condenado por los tribunales. Rouget de L’Isle (desde 1760-hasta 1836) fue conducido así con sesenta y seis años a la cárcel de Saint-Pelage porque no había podido satisfacer un pagaré de quinientos francos. Ese fue su gran delito y la pena resultó letal. No en vano, confinado en la prisión, el infortunado deudor contrajo el germen de la enfermedad que lo llevó días después sin remedio a la tumba.
Inhumado en el cementerio de Choisy-le-Roi, un monolito de tres metros de alto, sobre el que se destaca un medallón de bronce, llama siempre la atención del visitante macabro o no. En la inscripción colocada justo debajo del medallón, puede leerse, traducido del francés: «Aquí reposa Rouget de L’Isle, autor de La Marsellesa». En el epicentro del monolito una lira que atraviesa una espada evoca al capitán de Ingenieros que un día de inspiración patriótica creó la música y letra de uno de los himnos más bellos que existen.
Sobre la columna de piedra se había troquelado en letras de oro el cántico Le Chant de guerre pour lármée du Rhin (Canto de Guerra para el Ejército del Rhin), compuesto en abril de 1792 y entonado por el batallón de marselleses durante su marcha hacia París, en julio del mismo año. Enseguida aquella pegadiza composición se rebautizó como La Marsellesa, convirtiéndose en el himno nacional de Francia el 14 de marzo del año 1879.
Pese a que sus cenizas se trasladasen al Hôtel des Invalides en 1915, su tumba sigue recordando hoy a Rouget de L’Isle en el cementerio de Choisy-le-Roi. Un fragmento de la valiosa y desconocida carta de uno de los más fieles amigos de Rouget, monsieur Voïart, al comandante Le Forestier, fechada en Choisy el 29 de junio de 1836, tres días después del fallecimiento del infeliz, nos descubre en la actualidad cómo tuvo lugar su trágico final: «[…] El día 24 vino aún solo de su cuarto al comedor y se volvió enseguida para no salir ya más de allí. Todavía se levantó al día siguiente, se acostó por la tarde y sobrevinieron los achaques. Se emplearon sangrías, sinapismos y finalmente vejigatorios. Experimentó una mejoría pasajera. No reconoció a nadie. Cerró los ojos. Su respiración se aceleró, comenzó la agonía y a medianoche del día 26 al 27 exhaló su último suspiro».
A solas con un violín
¿Cómo se las arregló nuestro aciago protagonista para componer tan inmortal himno? Tras asistir a una recepción del alcalde de Estrasburgo, Rouget se encerró en una habitación de su casa, en el número 15 de la calle Mayor donde, violín al hombro, se dejó llevar por su encendida inspiración patriótica. Sometió luego su composición al criterio de su amigo Masclet, oficial de Estado Mayor, plegándose finalmente al veredicto del alcalde Dietrich. Dotado de una hermosa voz de tenor, lo cantó el regidor en persona durante la recepción vespertina. Más tarde, madame Luisa de Dietrich, apellidada Ochs, esposa del alcalde, contó a su hermano en una carta de marzo de 1792 cómo adaptó al piano la composición de Rouget y se ocupó incluso de orquestarla.
Hasta que llegó el gran día, domingo 29 de abril. La Plaza de Armas de Estrasburgo se engalanó aquella jornada para celebrar la primera audición pública del himno compuesto por el capitán Rouget. Fue Etienne-Francisco Mireur, doctor en Medicina por la Universidad de Montpellier, quien llevó consigo luego numerosas copias manuscritas del himno bélico para que fuese conocido en Marsella y en la mayor parte de Francia. La Revolución había encontrado así el instrumento lírico de sus victorias.
Es justo advertir que sin la decisiva intervención del médico Mireur, que reveló la composición a los hijos de la Cannebière, Francia y París entero habrían ignorado «La Marsellesa» durante demasiado tiempo. La primera edición tipográfica del himno se debió al impresor Dannbach, de Estrasburgo, a finales de mayo o primeros de junio de 1792, aunque se localizó finalmente una rareza bibliográfica anterior. Los marselleses inmortalizaron el himno de Rouget cuando atacaron las Tullerías al son de su cántico, abatiendo la dignidad real el 10 de agosto y poniendo fin a las esperanzas e ilusiones de la monarquía de Luis XVI.
Fue así como los federados marselleses popularizaron desde entonces aquel himno, hasta el punto de hacerlo pedir en todos los espectáculos y de imponerle su propio nombre, mientras su autor pasaba a la Historia con mucha más pena que gloria. Hoy, continúa siendo uno de los himnos que más pasiones levanta.
Estudiante de medicina
El término con que se bautizó al himno del capitán Rouget no surgió hasta 1820. Una década después lo consagraría de modo oficial el nuevo rey de Francia, Luis Felipe, ex duque de Chartres y antiguo combatiente de Jemmapes. Avatares de la Historia: allí mismo se distinguió por su valor el voluntario Francisco Mireur, doctor en Medicina.
Designado ayudante general antes de la batalla de Fleur Rus, el voluntario Mireur participó en la campaña de Alemania. En 1797 regresó a Italia, donde Bonaparte le nombró general y conquistó Roma con Berthier. Más tarde, fue elegido para la expedición de Egipto. Entró en Malta con Desaix y sucumbió finalmente bajo las balas enemigas al día siguiente de la toma de Alejandría, el 7 de julio de 1798, con veintisiete años. El estudiante de Medicina de Montpellier había tenido una carrera corta, pero nadie podría negarle jamás su padrinazgo de La Marsellesa.
TEXTO EXTRAÍDO DEL SITIO https://www.larazon.es/cultura/la-marsellesa-la-historia-mas-tragica-jamas-cantada-HA24428971/