La marcha violenta sobre Roma que trajo el fascismo a Europa

Benito Mussolini, 24 de octubre de 1922, en Nápoles: «Os digo con toda solemnidad: o se nos entrega el Gobierno o lo tomaremos marchando sobre Roma». Y las 40.000 bocas presentes gritaron: «¡A Roma, a Roma!». Aquella amenaza era el pistoletazo de salida para la multitudinaria marcha que cayó sobre la capital italiana, hace ahora 90 años, arrebatando el poder al Parlamento e inaugurando el primer régimen fascista de Europa, que inspiraría poco después a Hitler y a Franco.

Es cierto que a finales del siglo XIX ya existían en Italia algunas organizaciones denominadas «fascio» (haz), pero era una ideología uniforme. Fue Mussolini el que creó y definió el movimiento fascista como tal, en 1919, incrementando la agresividad en sus discursos contra comunistas, socialistas o contra la misma democracia, y promoviendo la violencia como arma política legítima. Pronto los apedreamientos, las peleas callejeras y los incendios protagonizados por sus seguidores se convirtieron en algo demasiado común.

En 1921, a los 38 años, Mussolini se hacía con un escaño en el Parlamento italiano, algo considerado por el Gobierno sólo como un «mal menor», protagonizado por un grupo marginal. Pero a lo largo de 1922 era evidente que el Partido Nacional Fascista había aumentado considerablemente su número de afiliados, y que estos tenían proyectos propios que amenazaban el propio parlamentarismo italiano.

« Nosotros rechazamos el dogma democrático de que se deba proceder eternamente por sermones y prédicas de naturaleza más o menos moral. En un momento determinado es menester que la disciplina se exprese en la forma y bajo el aspecto de un acto de fuerza y de imperio… La violencia es a veces moral», dijo un exaltado Mussolini en un discurso en Udine, el 20 de septiembre de 1922. «Los fascistas no estamos dispuestos a entrar en el Gobierno por la puerta de atrás», sentenció en Génova, cuatro días después.

«La amenaza fascista»

La tensión en Italia era tan grande que el primer ministro, Luigi Facta, anunció una gran manifestación patriótica con el objetivo de amedrentar a los exaltados fascistas y evitar una posible guerra civil. Esto enfureció a Mussolini, que se adelantó con rapidez, organizando la histórica y nefasta Marcha sobre Roma con la que cambiaría el rumbo de Europa hasta desembocar en la Segunda Guerra Mundial.

El 28 de diciembre de 1922, 40.000 fascistas salieron de diferentes partes de Italia hacia la capital con el objetivo de exigir el poder. La orden de Mussolini era la de que se realizaran manifestaciones públicas y masivas en las principales ciudades del país, recurriendo a la violencia si era necesario. Un golpe de efecto orquestado magistralmente por el futuro «Duce», con una gran dosis de teatralidad, y no menos efectividad y contundencia.

Decenas de miles de camisas negras –como se conocía a los militantes fascistas voluntarios utilizados por Mussolini para sembrar el terror– se lanzaron a la carretera armados con palos, barras de hierro, armas caseras y algunas pistolas. Llenaron trenes, coches y camiones, y muchos de ellos fueron a pie.

Aclamando a Mussolini

El propio « The New York Times» describió con detalle el trayecto de Mussolini: «Viajó hasta Civitavecchia en un tren especial, puesto a su disposición por el Gobierno. Pero durante el trayecto fue obligado a descender de él, ya que los raíles habían sido arrancados por el Ejército para impedir el avance de los fascistas hacia Roma. Sin embrago, se encontró con uno de los vehículos privados del Rey, que le traslado a Roma. Pero su avance fue muy lento, porque todos los caminos estaban llenos de miles de fascistas marchando hacia la ciudad, quienes insistían en detener el coche cada pocos minutos para aclamarle».

Se espera que los fascistas entren en Roma, por la fuerza, hoy o mañana

Cuando la gran mayoría de las hordas fascistas llegaron a las afuera de la capital, el primer ministro, Luigi Facta, pidió al Rey Víctor Manuel III que decretase el estado de sitio en la ciudad. Éste podría haber mandado al Ejército a detener a Mussolini y sus seguidores, pero, por razones que aún no están claras del todo, no lo hizo. Quién sabe lo que esta orden habría podido significar para el futuro de Europa y de la historia del siglo XX.

«Se espera que los fascistas entren en Roma, por la fuerza, hoy o mañana», contaba el corresponsal de «The New York Times», el 30 de octubre de 1922. «¿Golpe de Estado en Italia?», se preguntaban los medios. Mussolini estaba ya decidido a no aceptar otra cosa que no fuera el Gobierno. Y ese mismo día, el Rey optó por pedirle que fuera primer ministro y que formara gabinete. Unos 25.000 camisas negras más fueron transportados ese mismo día a Roma, en donde marcharon en un triunfante y ostensible desfile ceremonial al día siguiente.

Formalmente la dictadura de Mussolini no comenzó aquel día, pero ya no había nada que hacer. Los fascistas fueron haciéndose con todos los mecanismos del poder en los meses siguientes. El final de aquella marcha fue el comienzo del camino hacia los totalitarismos fascistas de la primera mitad del siglo XX, con sus nefastas consecuencias para las futuras generaciones de Europa.

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