El palacio Topkapi de Estambul no era por esos tiempos un lugar del todo seguro. Sobre todo si uno estaba entre los hijos del sultán gobernante, ya que sus hermanos (la mayoría de las veces medio-hermanos, ya que las madres solían ser diferentes esposas del harén del sultán) seguramente querrían asesinarlo. Las constantes guerras civiles lideradas por hermanos enfrentados desgastaban a un Imperio que estaba en expansión, así que los hermanos candidatos a ocupar el trono a la muerte del padre decidían matarse entre ellos, cumplir sus ambiciosos para prevenir guerras y de paso prevenir guerras.
Este fratricidio generalizado podía poner en peligro las dinastías otomanas en caso de que el sultán muriera sin hijos (vivos) y sin hermanos (posiblemente asesinados por él mismo). Para comprender de qué se trata basta el ejemplo de Mehmed III, que hizo matar a 19 (sí, diecinueve) hermanos menores para asegurarse el trono, al que accedió en 1595.
Por eso, a partir de Ahmed I, hijo y sucesor de Mehmed III, se instituyó el Kafes (“la jaula”), que en realidad no era literalmente una jaula sino un conjunto de aposentos situados al lado de las instalaciones del harén. Lo que hacía que se la llamara “jaula” era el hecho de que no se podía salir de ella, y la función de la misma era mantener a salvo a los posibles sucesores del trono, los “hermanos de repuesto”, para que no pudiesen ser asesinados. En otras palabras, un refugio para conservar la vida, que fuera de la Jaula parecía no ser tan valiosa ni tan fácil de conservar.
Ahmed I accedió al trono en 1603; con él se rompió inesperadamente la serie habitual de fratricidios, ya que respetó la vida de su hermano menor. Posiblemente eso se debiera a que Ahmed I tenía 13 años y Mustafá 12, o quizá a que Ahmed apeciaba a su hermano, lo que parecía ser una rareza. A Mustafá, por las dudas, lo mandaron a vivir a La Jaula. Ahmed murió de tifus en 1617; para entonces había engendrado varios hijos y alguno de ellos debería haber heredado el trono. Pero eran muy pequeños, y Kosem, la consorte favorita de Ahmed, hizo valer sus influencias para evitar que sus hijos fueran asesinados por el hermano que accediera al poder; por lo tanto decidieron cambiar la línea de sucesión y en vez de subir al poder el primogénito Osmán, el trono pasó de hermano a hermano y Mustafá, el hermano menor del finado Ahmed I, se convirtió en Mustafá I. Y Osmán, a la Jaula. Por las dudas.
El precoz Osmán II era tan ambicioso como caprichoso, y cumplió con la tradición de hacer matar a uno de sus hermanos. Para colmo, culpó a los jenízaros (tropas otomanas de élite) de perder una batalla en la que él mismo comandaba las tropas, los amenazó con disolver ese cuerpo de combate y los castigó prohibiéndoles fumar y beber. Mala decisión, sin duda. Resultado: los jenízaros cometieron el primer regicidio otomano, con el origunal recurso del doble estrangulamiento: garganta y testículos.
Entonces, luego de cuatro años de Osmán, volvieron a sacar a Mustafá de la Jaula. Mustafá no había cambiado mucho, hay que decirlo. “No quiero ser sultán”, insistió, y se negó a salir de la Jaula, de la que finalmente lo sacaron por la fuerza. Se volvió paranoico y buscaba por todos lados a Osmán pensando que todo se trataba de un ardid tramado por éste para matarlo. Esta vez duró 17 meses, pero finalmente (otra vez) no lo aguantaron más. Su propia madre estuvo de acuerdo en destronarlo pero pidió que no lo mataran, así que lo despacharon de nuevo a la Jaula. Mustafá II tuvo su mérito: fue sultán dos veces y no lo mataron.
El siguiente sultán fue Murad IV, otro hijo de Ahmed I. Tenía 11 años, y su madre Kosem se las arregló, a falta de mejores candidatos, para ser la gobernanta de hecho, influyendo en todo sobre su hijo el sultán (sultanito, bah). Hasta que Murad creció y se transformó en un duro, más que su medio hermano Osmán, a quien consideró blando por prohibirles cosas sólo al ejército. Así que el tipo no tuvo mejor idea que prohibir fumar, beber y tomar café… a todos los ciudadanos del Imperio otomano. Hay que estar mal de la cabeza de verdad para prohibir el café en Turquía (bueno, Turquía aún no existía, pero da lo mismo…). El inefable Murad se disfrazaba de plebeyo, salía de ronda nocturna y apenas detectaba a alguien tomando café lo hacía ejecutar. También hacía matar gente por otras razones: hablar muy alto, caminar cerca del palacio o ser mujer, por ejemplo (odiaba a las mujeres). Asesinó a la mayoría de hermanos que Osmán había evitado matar (no había espacio para todos en la Jaula, parece), y al final de su mandato ya directamente el tipo andaba por ahí rebanando gente con su espada porque sí nomás. Se estima que pudo haber matado él mismo a 25.000 personas en su gobierno, que duró 17 años. Ah, y conviene señalar que hablamos de alguien cuyo apodo no era “Loco”.
Ibrahim I resultó un loco de atar (este sí fue apodado “el Loco”, como Mustafá). Primero no quería salir de la Jaula; desconfiado, recién lo hizo cuando le mostraron el cadáver de Murad. Kosem le sugirió que para tranquilizar su permanente inquietud quizá sería bueno que se rodeara de concubinas para entretenerse. Ibrahim le hizo caso, y cómo. El tipo era un insaciable, un desenfrenado sexual. Esto hizo que Kosem se ocupara nuevamente de gobernar (lo cual no le molestaba para nada) mientras le proporcionaba a Ibrahim esclavas y afrodisíacos en cantidad, para que ni se le ocurrira pensar en gobernar ni tuviera energía para hacerlo. Mientras tanto, Ibrahim no le hacía asco a nada. Correteaba grupos de vírgenes a quienes hacía desnudar, le gustaba el sexo violento y hasta miraba de reojo… a las vacas. Sí, así como se lee. Ibrahim encontró a su mujer ideal en Armenia, la transformó en su favorita y la bautizó “Terrón de azúcar” (apodo cursi si los hay). Terroncito no era nada tonta y empezó a generar intrigas de palacio; comenzó diciéndole a Ibrahim que una de las concubinas del harén le era infiel, pero no le dijo cuál. Ibrahim, por las dudas y para no equivocarse, hizo atar y tirar al río a las 280 mujeres del harén. Sólo una sobrevivió. Preocupada por la creciente influencia de Terrón de azúcar sobre su hijo, Kosem la invitó a cenar, la asesinó y luego le dijo a Ibrahim que Terroncito había tenido una muerte súbita. A esta altura, los excesos de Ibrahim I el Loco ya costaban demasiado dinero de las arcas públicas. Tenía varios hijos, por lo tanto la dinastía no corría peligro, y hasta su madre Kosem estuvo de acuerdo en un plan para deponerlo. Así que de nuevo los jenízaros se rebelaron, pero esta vez no estrangularon al sultán, sino que lo enviaron de nuevo a la Jaula. Aunque no por mucho tiempo, ya que los conspiradores lo pensaron mejor y decidieron lo de casi siempre: lo asesinaron.
Instalada sobre mucha sangre derramada sin sentido, como tantas veces ha ocurrido en la historia.