Cayó en el olvido. Y los más jóvenes probablemente ni hayan oído su nombre. Pero Xavier Cugat es el único español con cuatro estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood. Un 27 de octubre se apagó la vida del violinista de orquesta sinfónica que tocaba Bach y se acabaría convirtiendo en uno de los reyes de la rumba. Solía decirse que la música clásica perdió a un virtuoso y la música popular ganó un showman. El documental Sexo, maracas y chihuahuas’, de Diego Mas, repasa la trayectoria del músico catalán.
Xavier Cugat i Mingall había nacido con el siglo XX, el 1 de enero de 1900, en Girona, hijo de un republicano y una modistilla que tuvieron que emigrar a Cuba. Creció en La Habana Vieja, frente al taller de un valenciano constructor de violines y guitarras. En Yo, Cugat, sus memorias prologadas por Frank Sinatra, dijo que de haber sido el señor Iglesias fabricante de butifarras quizás él hubiera sido butifarrero.
No solo fue testigo privilegiado de la irrupción de los ritmos latinos en Estados Unidos: fue uno de sus protagonistas. Y el mejor relaciones públicas de su propio personaje. En la biografía de este catalán universal, que tuvo que dormir alguna noche en un banco del Central Park de Nueva York, están los tiempos dorados de las grandes orquestas y la radio, los estudios de Hollywood y los casinos de Las Vegas. Conoció a Enrico Caruso –que le escuchó tocar el violín con pantalón corto en el Teatro Nacional de La Habana y le animó a ir a Nueva York- y a Rodolfo Valentino durante el rodaje de Los cuatro jinetes del apocalipsis. Participó en películas como Escuela de sirenas, trabajó con Carmen Miranda y Chaplin, y vendió millones de discos. Su actuación diaria en un club de Chicago se la pagaba el mismísimo Al Capone –que le llamaba Cugie- los sábados con un talón.
En Tijuana se cruzó con una jovencísima bailarina que quería triunfar en el cine. Aseguraba que él le había sugerido a la señorita Cansino que se cambiara el nombre por el de Rita Hayworth. Durante años animó los selectos bailes del hotel Waldorf Astoria de Nueva York. En la orquesta de Xavier Cugat, que estuvo casado con Rita Montaner, cantaron Miguelito Valdés y Tito Rodríguez, antes de que las solistas fuesen Abbe Lane o la murciana Charo Baeza, su quinta esposa, que llegaría a aparecer en un episodio de Los Simpson.
Tenía habitación en el Ritz de Barcelona. Como otras celebridades que ocuparon de forma permanente suites en grandes hoteles. Allí se alojó al final de su vida. Siempre sonriente, con una pipa en los labios –apagada, puesto que no fumaba-, el peluquín bien colocado y algún perrito chihuahua en los brazos. Dibujando alguna de esas caricaturas de actores, músicos y políticos por las que le contrató Los Angeles Times. En Días de radio, Woody Allen llamó a Tito Puente para que hiciera de Cugat, con batuta y chihuahua incluídos. Almodóvar utilizó su grabación de La cumparsita en Kika y Wong Kar-Wai las de Siboney y Perfidia en 2046. En el cementerio de Girona, en su tumba, se puede leer “Cugat, que vivió”.