Hijo de un decorador de porcelana, el pequeño Samuel despertó, por su capacidad intelectual y su amor al trabajo, el interés de su maestro, quien solicitó y obtuvo para su alumno una beca real que le permitió continuar sus estudios en la escuela de Afra, reservada en principio a la nobleza sajona. Abandonó aquel centro dos años más tarde para inscribirse en la Universidad de Leipzig.
Hahnemann, que contaba diecinueve años, eligió para su discurso de despedida un tema nada trivial: “La curiosa construcción de la mano”. En una época en que era preciso remontarse hasta Paracelso para encontrar un trabajo de algún valor sobre tal materia, el genio precoz de Hahnemann le hacía vislumbrar que, por el estudio de la mano, es posible determinar no sólo una clasificación tipológica, sino valiosas indicaciones sobre las tendencias intelectuales de los seres y su estado de salud.
Los estudios en la Universidad de Leipzig resultaron poco fructíferos para el futuro sabio, por cuanto cada profesor se limitaba a exponer en clase su teoría personal y su propio sistema filosófico, el cual casi siempre estaba en contradicción con el de sus colegas. Todos aquellos teóricos de la ciencia médica estimaban indigno de su categoría científica la comprobación experimental de sus teorías, trabajo que dejaban en manos de los boticarios; por ello Hahnemann, al dejar la Universidad de Leipzig (como, más tarde, la de Viena), se dio perfecta cuenta de que no podría considerarse médico mientras no supiera curar efectivamente.
Por otra parte, dado que casi todos los remedios tenían por base fuertes tóxicos, Hahnemann quiso aprender la práctica de las fórmulas antes de lanzarse a recetar. Se entregó, pues, al estudio de la química; luego, ya casado con la hija de un farmacéutico de Dessau, se estableció como médico en la pequeña población de Gommern, donde no había farmacia, lo cual le permitió acumular las dos actividades y comprobar “in vivo” la acción de los medicamentos que él mismo preparaba.
De regreso a Leipzig en 1789, tuvo lo que él mismo llamó más tarde “su primera revelación”: la necesidad de controlar el efecto de cada medicamento en el hombre sano. Valerosamente absorbió fuertes dosis de quina, luego de ipecacuana y de otras sustancias de la farmacopea de su tiempo; estudió sus efectos en sí mismo y, acordándose de la fórmula de Hipócrates (hasta entonces incomprendida) “similia similibus curantur”, dedujo de ella la ley que dio origen a la homeopatía: “para curar una enfermedad hay que administrar un remedio que provoque en el hombre sano los mismos efectos que se observan en el enfermo”.
Esta teoría levantó una protesta general en el cuerpo médico, que trató a Samuel Hahnemann de charlatán; como quiera que éste fabricaba él mismo los remedios que administraba, los boticarios se unieron a los médicos para perseguir al innovador. Pero Hahnemann, que no tenía facilidad de palabra, se mostró de una extrema virulencia con la pluma en la mano. Su amigo Becker le ofreció una tribuna: las columnas del Anzeiger der Deutschen, del cual era director. Los enemigos de Hahnemann no cedían; acosado, escarnecido, abandonó Sajonia, marchó a Hamburgo, estuvo en Prusia y finalmente se estableció en Torgau, donde compuso su Organon de la medicina (1810).
Sus curaciones se multiplicaban y Hahnemann no tardó en contar con amigos, entre los que figuraban personajes de nota: el duque de Sajonia-Gotha, el duque de Ankalt-Kothen, el príncipe de Schwarzenberg, etc. Sus adversarios lograron que se prohibiera la homeopatía en Austria, en Hungría y en Prusia; Hahnemann se retiró entonces a Kothen, donde puso en orden sus notas con el propósito de que su obra le sobreviviera; formó también algunos discípulos, que se esforzaron en aliviar las amarguras del maestro, que además experimentó graves adversidades familiares: la muerte de su esposa y de la mayoría de sus once hijos.
En 1835 llegó a Kothen una parisiense, Mélanie d’Hervilly, quien, desahuciada por la medicina oficial (estaba tísica), decidió como recurso supremo buscar la curación en Hahnemann, cuya fama se había extendido hasta París. Después de la curación, calificada por un médico parisiense de “milagro”, la joven cliente persuadió a Hahnemann de la necesidad de trasladarse a la capital de Francia, único centro capaz de consagrar su método; Mélanie le ofreció su mano, a pesar de que Hahnemann le doblaba la edad. La pareja se instaló en París el 21 de junio de 1835, y Hahnemann, ayudado por su compañera, conquistó muy pronto la capital con su inagotable bondad, con su extremada conciencia profesional y con algunas curaciones espectaculares; allí permaneció hasta su muerte.
Obras de Samuel Hahnemann
Mientras traducía a su lengua materna el Tratado de la materia médica (1789), del sabio escocés William Cullen, Samuel Hahnemann quedó sorprendido al comprobar que los síntomas producidos por la quinina en un cuerpo sano son semejantes a los de aquellos enfermos que precisan justamente del empleo de ese medicamento. El estudio que siguió a esta comprobación condujo a Hahnemann a revalorizar el adagio mantenido por Hipócrates, sostenido por todos los médicos homeópatas y enunciado claramente por el escocés Kenelm Digby en su Discurso pronunciado en una célebre asamblea referente a la curación de las llagas (en París, en casa de A. Courbé, 1658), a saber: “Similia similibus curantur”.
Comprobado experimentalmente por Hahnemann, este adagio se transformó en la clave primordial de toda la medicina homeopática, y llevó al médico alemán a publicar, en 1805, el primer tratado médico de homeopatía: Los efectos positivos de los medicamentos observados en el hombre sano, en el que enuncia la segunda gran ley homeopática: “Todo medicamento produce sobre el hombre sano dos efectos opuestos, según que sea prescrito en pequeñas o en grandes dosis”.
Este tratado fue seguido muy pronto por el Organon der rationellem Heilkunst (1810), título traducido unas veces como Organon del arte de curar y otras como Organon de la medicina. Según la opinión de uno de sus primeros comentaristas, no es “ni un tratado dogmático ni una obra didáctica”; se trata más bien de una “lógica médica”. Este modo de considerar el Organon nos ayuda a comprender su título: en el pensamiento de Hahnemann, su obra debía ser para la medicina lo que el Organon de Aristóteles y el Novum Organum de Francis Bacon eran para la filosofía: un instrumento, un método y un nuevo auxilio.
Autor: Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Samuel Hahnemann. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/h/hahnemann.htm el 11 de abril de 2021.