La causa inicial de eso era que, acabada la Guerra Civil Finlandesa, grupos de activistas nacionalistas finlandeses realizaban frecuentes incursiones armadas en territorios soviéticos con el objetivo de lograr imponer la “Gran Finlandia” (ay, esas ansias expansivas de todos los países…”). Por todo ello, en 1932 la Unión Soviética firmó un tratado de no agresión con Finlandia, tratado que se actualizó en 1934, por diez años más.
Stalin, inseguro acerca de la ayuda de Occidente en caso de un ataque alemán, terminó llegando a un acuerdo con Hitler (apretándose la nariz con los dedos). El bueno de Josef quiso demostrar su buena predisposición destituyendo a su ministro de Relaciones Exteriores, que era judío. Y así fue como su nuevo ministro, Vyacheslav Mólotov, se citó con su colega alemán Joachim Von Ribbentrop y firmaron un pacto de no agresión que de alguna manera sorprendió al mundo, que consideraba al nazismo y al comunismo como enemigos irreconciliables.
Pero Stalin seguía desconfiando, y en abril de 1938 los soviéticos iniciaron negociaciones diplomáticas con Finlandia, con el objetivo de desarrollar una defensa unida contra Alemania. Además, se percató de que la frontera finlandesa, en la zona del istmo de Karelia, estaba a sólo 32 km de Leningrado, lo cual terminaba siendo una excelente base para una eventual invasión alemana en el caso de que estallara la guerra con la Alemania nazi. Un visionario, Josef. Poco a poco, las solicitudes soviéticas de “intercambiar” (más bien recibir) territorio con Finlandia se fueron convirtiendo en demandas, y un año después las negociaciones estaban estancadas, mientras que la situación política europea se deterioraba rápidamente.
Así que a pesar del pacto de no agresión con Hitler, Stalin no quería quedarse desprotegido. Para evitar que Alemania emprendiera una guerra relámpago a través de Finlandia para llegar a Leningrado (el desconfiado Josef tenía ese temor en la cabeza, no hay caso), decidió apostar soldados en la frontera con Finlandia, además de continuar con sus pedidos (cada vez más parecidos a exigencias) al gobierno finlandés sobre cesiones territoriales, la mayoría en el sudeste (cerca de casa, digamos).
Finlandia se negó. Y Stalin no aceptaba fácilmente un “no”, así que respondió con un ataque aéreo devastador sobre Helsinki; había empezado la guerra entre la URSS y Finlandia: la Guerra de Invierno.
Los finlandeses se atrincheraron en lo que se llamó la “línea Mannerheim” (llamada así en honor al barón Carl Gustav Mannerheim, que había derrotado a los bolcheviques en la guerra civil finlandesa en 1918), en el istmo de Karelia, la zona que Stalin ansiaba poseer desde un principio.
Unos 125.000 finlandeses repelieron la primera ofensiva soviética (que no era poca cosa, ya que constaba de medio millón de soldados y un centenar de tanques). En el norte del istmo, cerca del lago Ladoga y hasta el Mar Ártico, los finlandeses utilizaron brigadas de soldados esquiadores, de diez o quince soldados cada una, para defender los 1.120 km de la frontera con la URSS. Las patrullas de esquiadores acosaban (y cómo) al Ejército Rojo con ataques sorpresa nocturnos habitualmemnte exitosos, y muchísimos soldados soviéticos murieron congelados en los bosques del norte. Los finlandeses llegaron a decir, como muletilla, “son demasiados, y nuestro país es demasiado pequeño; ¿de dónde sacaremos sitio para enterrarlos a todos?”
En resumen, podría decirse que la Guerra de Invierno arrojó un mal resultado militar para la URSS. La parte positiva para ellos fue que a raíz de lo ocurrido se iniciara un proceso de reinstaurar a oficiales cualificados y modernizar a sus fuerzas, una decisión que a la larga permitiría a los soviéticos resistir la invasión alemana (les harían a los alemanes lo que los finlandeses les habían hecho a ellos…).