El prestigio de Verdi había sobrepasado las fronteras de Italia, y el gran teatro ruso le encomendó esta obra, estrenada en 1862 (Buenos Aires la conoció 4 años más tarde).
El argumento escrito por Francesco María Piave, estaba basado en la obra del escritor español Ángel de Saavedra, duque de Rivas, llamada “Don Álvaro o la fuerza del sino” (que a su vez se inspira en un texto de Schiller).
Don Ángel de Saavedra, un contemporáneo de Verdi, era un notable político y diplomático español que llegó a dirigir la Real Academia de Letras.
Si bien, el público ruso no quedó muy satisfecho con la obra –ya que esperaba un argumento menos violento– Verdi fue congratulado por Alejandro II de Rusia, quien tendría –años más tarde- una muerte tan violenta como los personajes de la ópera.
Justamente ese desparramo de muertos sobre el escenario, que cantan aún durante su agonía, obligó al compositor a una revisión del libreto. Como Piave estaba enfermo, la tarea recayó en Antonio Ghislanzoni (que después colaboraría con el compositor en el texto de Aída). El final fue revisado, evitando el suicidio de don Álvaro, quien en la versión original se arroja desde un acantilado… esta nueva versión en la que también se introduce una nueva obertura, es la versión que actualmente se ejecuta.
“La forza del destino” está entre las cien óperas más representadas, aunque la precede una fama de “¡Jettatore!”, ya que, durante su estreno y ejecuciones posteriores, estuvo plagada de desgracias y contratiempos. En 1960 durante su ejecución en el MET de New York, murió el barítono Leonard Warren mientras cantaba “¡E salvo! O gioia”, lo que parece decirnos que “La forza del destino” sigue ejerciendo su predeterminación aún arriba de un escenario.
A pesar de no ser la versión más común, verán a continuación el último acto según fue estrenada en Rusia.