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Tronando de furia, San Martín le ordenó que volviera con la escuadra a Chile, después de este acto que no dudó en llamar de piratería. También, le endilgó otras acusaciones: apoderamiento de propiedades de los llamados puertos intermedios, imposición de contribuciones indebidas, quebrantamiento del bloqueo para enriquecerse, otorgamiento de pasaportes por dinero, etc.
Cochrane obviamente no se quedó callado, ya que el Ejército también se había quedado con propiedades de los españoles. De los doce mil que habitaban la ciudad cuando se tomó Lima, había quedado un millar por la persecución promovida por Monteagudo. Bastaba ver el palacio en Jesús María en el que convivía el Protector amancebado con Rosita Campusano. ¿Cuánto dinero sumaban las propiedades incautadas?
Mientras las cartas, denuncias y acusaciones entre el general y el almirante iban y venían, el 19 de septiembre, La Mar entregaba el Callao.
El episodio de Ancón fue un escándalo del que ninguno salió bien parado. Por su parte, San Martín quedó en una situación complicada ante Chile y ante su amigo O’Higgins, quien trató de ocultar el asunto. Rápidamente se alzaron voces no bien intencionadas que decían que, en Ancón, el general estaba acumulando dinero para un “dorado retiro”, acusación que jamás se pudo comprobar pero que, por años, fue motivo de suspicacias y recriminaciones.
El apresuramiento de Cochrane por resolver el tema económico jugó en su contra porque, en Chile, el ministro Zenteno había aceptado la valuación del Esmeralda en $120.000 y otros $10.000 por el Aránzazu. Los peruanos, ofuscados por el incidente del Sacramento, rehusaron formular el pago y le entregaron una carta de crédito que no pudo efectivizarse. Tampoco le pagaron $50.000 de bonos ni otros compromisos por las presas capturadas.
Con esa pluma disruptiva que lo caracterizaba, el almirante puso en duda la voluntad del Perú de honrar lo que debía a la flota y, a su vez, se quejó a O’Higgins de la “aviesa” intención del Libertador de apoderarse de la escuadra que, en su opinión, lo convertía “en un enemigo de Chile más peligroso que los españoles”.
San Martín no guardó silencio: el tema lo tenía a mal traer. En cartas dirigidas a O’Higgins, enumeraba los crímenes de este “noble pirata… el hombre más perverso que existiera en la Tierra”. Sin embargo, el general no logró que Chile lo declarase proscripto porque, para la opinión pública, el escocés era un héroe que había defendido la integridad de la Armada chilena. “Yo hubiese hecho lo mismo en su lugar…”, se sinceró San Martín con O’Higgins. El episodio de Ancón fue, para muchos chilenos, un acto de justicia por mano propia.
En otra carta a O’Higgins, San Martín trató de contemporizar: “Todos tenemos la culpa de su conducta, y la logia en la mayor parte. No conviene sacarlo fuera de la ley porque entonces, asociándose a cualquier provincia independiente enarbolaría nueva insignia, uniría sus intereses a los comerciantes extranjeros y nos bloquearía los puertos”.
Esto no ocurrió ya que Cochrane, a pesar de las sospechas, honró su contrato con Chile.
Don Bernardo, consternado por la situación, le contestó al Protector: “En Chile se ha aprobado el uso de caudales para víveres y sueldos de los marinos. Las opiniones han avanzado más allá de la moderación y es conveniente obrar con disimulo”. Para entonces, el almirante era más popular que San Martín, estigmatizado por la muerte de los Carrera y Rodríguez.
Texto extraído del libro El general y el almirante: Historia de la conflictiva relación entre José de San Martín y Thomas Cochrane (OLMO EDICIONES)