Después del fracaso de Stiffelio en Trieste y de Luisa Miller, Giuseppe Verdi buscó un personaje fuerte y atrayente que encontró en Le roi s’amuse (El rey se divierte) el drama de Víctor Hugo, censurado tras su estreno en París en 1832 por mostrar un Rey disoluto y por el trato que dispensa a las damas (que hoy objetarían).
Con un contrato firmado en abril de 1850 con el Teatro La Fenice de Venecia, Verdi convocó a Francesco Maria Piave, con el que ya había trabajado en Enarni, Macbeth, I due Foscari, Il Corsario y Stiffelio, para que escribiera el libreto de su nueva obra.
“El argumento debe basarse en una maldición que termina siendo una lección moral. El padre maldice al bufón que se burla de su sufrimiento por la pérdida del honor de su hija. La maldición alcanza al bufón, que vive el mismo sufrimiento…” Así describe Verdi la historia que habría de desarrollarse en la Corte de Francisco I, y cuyo título sería La maledizione. Sobre esa idea el compositor y el poeta comenzaron a trabajar.
La obra fue objetada por el gobernador militar de Venecia, por entonces en manos de los austríacos (recordemos que Verdi se convertiría en la consigna independentista de Italia, al pretender consagrar a Vittorio Emamuelle su Rey). El gobernador de Austria señalaba como inmoral al protagonista y tildaba de trivial algunas escenas. El secretario del Teatro La Fenice, Guglielmo Brenna fue mediador en el conflicto. Francesco Maria Piave propuso alternativas sobre el tema y en diciembre de 1850 se llegó a un acuerdo, en el que Verdi mantendría los detalles esenciales del drama y respetaría las pretensiones de los censores.
Cambiaron los nombres de los protagonistas y trasladaron la acción a un ducado italiano de una poderosa familia que ya no existía. De esta forma, Francisco I se convirtió en el duque de Mantua. Se modificaron algunas escenas y el protagonista, el jorobado Triboulet tomó el nombre de Rigoletto, una adaptación de “rigolo” (divertido en francés).
El 11 de marzo de 1851 se estrenó la ópera con notable éxito, en La Fenice de Venecia. Con el paso de los años se convertiría en una de las obras más representadas en los teatros de todo el mundo, cuya aria La donna e mobile, es la más reproducida después del Liviamo de La traviata, otra pieza que hizo popular al mismo autor.
Rigoletto fue la primera ópera de la “Trilogía popular”, seguida por Il trovatore y La traviata, estrenada en 1853. Estas obras marcaron la madurez artística del compositor, otorgándole reconocimiento y fama imperecedera.
Los estilos melódicos se suceden asociados a cada personaje. Mientras que los de Rigoletto son dramáticos, los del duque son chispeantes, marcando el espíritu festivo y a su vez, lascivo del noble, con arias como Questa o quella, donde escoge alegremente a las víctimas de su acoso, sin reparar en su honor, ya que para el duque “las mujeres son volubles” (La donna e mobile) “como pluma al viento”, cambiando de parecer, voluntad y pensamiento… La típica posición despectiva, misógina y machista que dio lugar a reacciones feministas como el Me too en el siglo XXI.
Curiosamente, en la obra de Verdi, el duque no recibe castigo alguno, y las víctimas son, la hija de Rigoletto que se sacrifica por el muy dudoso amor del duque, y, obviamente, el mismo Rigoletto, a quien lo alcanza la maldición, recibiendo una terrible cuota de sufrimiento como el que infligía a sus víctimas para mantener los vicios de su amo, el paradigma del acosador.
De esta forma, Verdi podría verse como un precursor de este movimiento femenino que denuncia el abuso y cosificación de las mujeres, con el canto de un libertino que denosta y ridiculiza la condición de mujer.
La próxima vez que escuche La donna e mobile véalo desde el punto de vista de Me too.