A partir del siglo XV los estados asiáticos compitieron por las rutas comerciales terrestres y marítimas entre Extremo Oriente y Europa. Los mongoles incursionaron en el comercio transcontinental, crearon un imperio que dominó la India y trazaron rutas de caravanas hacia Afganistán. Los otomanos, además de dominar el Mediterráneo, buscaron controlar el mar Rojo y el golfo Pérsico, chocando con los intereses de los persas. En el sudeste asiático, las ansias expansivas de birmanos y siameses empezaron a hacerse notar, y los comerciantes y piratas japoneses se aventuraban hasta el golfo de Siam (hoy, golfo de Thailandia). En la misma línea, los Ming emprendieron las mayores exploraciones navales de la historia de China.
Luego de expulsar a los mongoles de China, Chu Yuan-chang (o Zhū Yuánzhāng, o Hongwu), primer emperador y fundador de la dinastía Ming, enfrentaba dos grandes desafíos: proteger el imperio de la amenaza que representaban los mongoles de Kublai Kan (nieto de Gengis Kan), que seguían siendo belicosos a pesar de haber sido desalojados, y reorganizar la administración, empobrecida por los últimos emperadores Yuan.
Zhū Yuánzhāng emprendió una serie de purgas entre funcionarios confucianos (necesarios pero en quienes no confiaba), concentrando en él mismo todos los poderes (un clásico de toda la historia, sin distinción de épocas o continentes). Este régimen autocrático se centró en los “seis departamentos”: economía, administración civil, culto, ejército, justicia y obras públicas. Creó además un tribunal supremo, un centro oficial de estudios (“kuo-tzu-chien”) para formar funcionarios y un sistema de control para las autoridades centrales y regionales. Se abolió la esclavitud, se aumentaron los impuestos para productos de la tierra, se mantuvieron los impuestos sobre la propiedad, se repoblaron terrenos baldíos y se permitió evitar la obligatoriedad del servicio militar a cambio de un pago en dinero. Al respecto, el trueque se fue extinguiendo lentamente a consecuencia del uso cada vez más frecuente del papel moneda y de la plata. El desarrollo económico y la estabilidad de la dinastía Ming se reflejaron en el gran aumento de la población, que pasó de 80 a 150 millones de personas. Yong-lo (Yongle), cuarto hijo de Zhu y su sucesor desde 1402 hasta 1424, mantuvo el régimen de la misma manera durante mucho tiempo.
El gobierno de los Ming se caracterizó por una tendencia a la centralización completa de poderes en manos del emperador, que gobernaba asesorado por consejos, por el aislamiento del poder imperial y por el desarrollo de una policía secreta que vigilaba todos los niveles de la administración del estado. El imperio fue dividido en quince provincias (sheng) y se centralizó la administración de las mismas, se hizo un catastro de las tierras laborables y un censo de la población
Los mongoles nunca dejaron de acechar a China, y tanto Zhu como luego Yong-lo dirigieron muchas expediciones para mantenerlos a raya. A pesar de eso no pudieron impedir el asentamiento de los mismos en las estepas, pero estas tribus ya no aspiraban a dominar China y aceptaron retirarse manteniéndose en zonas fronterizas, recibiendo una subvención y manteniendo transacciones comerciales con el estado chino.
La amenaza mongol obligó a Yong-lo a reiniciar los trabajos en la Gran Muralla (cuyos orígenes se remontan a 300 años a.C.), que reconstruida en piedra y ladrillo por los Ming alcanzó más de 2.000 km de largo, 16 metros de ancho y 8 metros de alto. También se construyó la Ciudad Prohibida de Pekín (entre 1406 y 1421), y Yong-lo fue el primero en habitarla.
Cuando Tamerlán, el último gran líder mongol, dejó de ser una amenaza, los Ming empezaron a dedicarse a la política exterior. Sometieron a Annam (región central de lo que hoy es Vietnam) y emprendieron siete grandes expediciones marítimas a Java, Sumatra, Adén (hoy Yemen), Jidda (Arabia) y la costa oriental de África, con fines diplomáticos y comerciales, reactivando el comercio exterior y tratando de asentar la supremacía china en Asia.
Entre los siglos XV y XVI, Japón se reveló como el mayor enemigo de los Ming. Ataques de piratas armados por señores feudales japoneses e intentos de conquistar Corea terminaron con tardíos y costosos triunfos de China. A partir de mediados del siglo XVI la política exterior China se volvió cada vez más pasiva y aislacionista, suspendiéndose las expediciones marítimas a otros continentes e incluso a países alejados. Para los Ming, China era el centro del mundo, y prefería recibir a los comerciantes foráneos que lanzarse al mar a buscar mercados nuevos.
A pesar de eso, China fue durante los siglos XVI y XVII la mayor potencia comercial del mundo y estableció negociaciones con comerciantes portugueses, italianos, holandeses, ingleses y finalmente españoles, con quienes empezaron a comerciar en 1575. La porcelana Ming definió la tradición cerámica china por excelencia, siendo la clásica “azul y blanca” su máxima exponente; la región de Jindezhen el centro de producción de esta porcelana que alcanzó fama mundial. La novela se desarrolló como arte literario importante durante la dinastía Ming; este nuevo género, destinado al público “burgués”, desterró el estilo literario clásico de entonces en favor del lenguaje cotidiano, tratando con humor y sensualidad aspectos de la vida diaria y no exentos de críticas al régimen imperial.
Pero hacia el siglo XVI, la creciente corrupción fue produciendo la desintegración de la administración Ming. Una de las causas de esto fue la creciente rivalidad entre los funcionarios confucianos y los eunucos. Ser un eunuco en la corte imperial china era un cargo importante, y muchas personas aceptaron someterse a la operación necesaria para disfrutar de los beneficios de su oficina. Inicialmente, los eunucos sólo tenían el papel de cuidar a la emperatriz y las concubinas. Muy rápidamente se convirtieron en los sirvientes de todos los palacios, dirigiendo efectivamente al ejército de criadas puestas a disposición del emperador. Los eunucos fueron ganando gradualmente importancia en la vida del emperador, se transformaron en asesores importantes y su voz era escuchada en las decisiones de gobierno; el número de miembros de la aristocracia rural que se castraba voluntariamente para intervenir en el juego de poder político y económico aumentaba constantemente.
Pasaron algunos gobiernos de la dinastía Ming (Chia Ching, Wan Li) que mantuvieron cierta estabilidad, pero las rebeliones populares fueron en aumento, causadas por el hambre y las malas cosechas. Esta profunda crisis interna se agravó con el resurgimiento de los manchúes (una minoría étnica china, fundadores de la dinastía Jin y antiguos soberanos de la China septentrional) que, unidos a otras tribus (los hulun, la nación del mar Oriental y la nación de la Larga Montaña Blanca), se unieron en una federación (liderada por los manchúes), adoptaron el nombre de “Hou Jin”.
A partir de 1621, los Hou Jin atacaron Manchuria, Corea y la Mongolia oriental. Consolidados en esas regiones, marcharon sobre China y en 1629 se apoderaron de la provincia fronteriza de Liaotung. La Gran Muralla frenó inicialmente su avance, pero la situación de crisis interna de Pekín dada la corrupción imperante hizo que el gobierno chino no respondiera adecuadamente a la evidente amenaza y los Hou Jin, con los manchúes a la cabeza, terminaron apoderándose de gran parte del territorio chino.
A esto se agregó la sublevación de dos líderes campesinos, Li Tzu-cheng y Chang Hsien-chung, que se levantaron a causa de la hambruna y el aumento de los impuestos. Tomaron la provincia de Shensi, Kansu, Sichuan, Hunan y Shansi hacia 1643, y el año siguiente sus ejércitos, cada vez más numerosos, llegaron a las puertas de Pekín. Finalmente, ante un ardid de los eunucos para derrocar al gobierno, la capital se rindió y el último emperador de la dinastía Ming, Chung Chen, se ahorcó en el palacio en 1644.
En los cuarenta años siguientes los manchúes impusieron su dominio en toda China gracias a la alianza con gran parte de la nobleza local, que decidió pactar con los invasores para conservar sus privilegios. Todos los representantes de la dinastía Ming fueron siendo derrotados, asesinados o se suicidaron. El último Ming en la sucesión al trono, el príncipe Constantino (bautizado cristiano), se había refugiado en Birmania junto con algunos sobrevivientes de la corte y fue asesinado en 1662.