La Declaración de Balfour

El texto de dicho documento fue incluido en 1922 por la Liga de las Naciones (o Sociedad de las Naciones, organismo que antecedió a la ONU actual) en el Mandato Británico sobre Palestina, mediante el cual Reino Unido quedaba formalmente encargado de la administración de esos territorios, luego de la disolución del Imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial. La Declaración de Balfour fue incluida en una carta fechada el 2 de noviembre de 1917 del ministro de Relaciones Exteriores británico (Foreign Office) Arthur James Balfour, dirigida al barón Lionel Walter Rothschild, un líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, para ser transmitida a su vez la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda. La redacción de la Declaración fue compartida por el mencionado Balfour, el mencionado Rothschild y los políticos Lord Alfred Milner y Leo Amery. La emisión de la declaración final fue autorizada por el Gabinete de Guerra británico el 31 de octubre, y el texto fue publicado en la prensa una semana después.

Este es el texto de la Declaración:

“El Gobierno de Su Majestad contempla con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará uso de sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el status político de los judíos en cualquier otro país.”

El breve texto, que resulta ambiguo (diplomático, al fin) se presta a ser analizado en detalle. La primera parte de la declaración parece un decidido apoyo al sionismo (el derecho del pueblo judío a establecerse en Palestina) por parte de una potencia mundial como era el Reino Unido. El término “hogar nacional” no tenía precedentes en el derecho internacional. Sin embargo, el texto es deliberadamente poco claro ya que no deja refrendado si contempla la existencia de un Estado judío (el Estado de Israel, en definitiva). Además, los límites previstos de Palestina no fueron especificados, y el gobierno británico confirmó más tarde que las palabras “en Palestina” no querían decir “en la totalidad de Palestina”, es decir que podría interpretarse que en Palestina habría que hacerle un lugar al “hogar nacional” de los judíos, pero no que tuvieran que ocupar la totalidad del territorio.

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La segunda parte de la Declaración de Balfour fue añadida para dejar más conformes a quienes afirmaban que de no aclarar la consideración hacia los habitantes palestinos no judíos se perjudicaría la posición de la población local de Palestina y se fomentaría el sentimiento antijudío en todo el mundo.

Y es que el contexto político en el que se generó la Declaración Balfour mostraba a los británicos con un interés político en contentar tanto a los judíos como a los árabes. Por una parte, el gobierno británico esperaba que esa declaración ayudaría a poner a los judíos, especialmente los residentes en Estados Unidos, a favor de las potencias aliadas durante la I Guerra Mundial. Pensaban también que una comunidad judía en Palestina constituida por judíos polacos y rusos ligados sentimentalmente a Gran Bretaña ayudaría al comercio británico en Oriente Medio, en el canal de Suez y en la ruta de la India; sin embargo, la cooperación de los líderes árabes tenía, para esos fines, la misma importancia. En consecuencia, la Declaración habla de establecer un “hogar nacional”, pero se cuida bien de no otorgarle explícitamente la categoría de “Estado”. Gran Bretaña decía que apoyaba las aspiraciones judías pero no desconocía los derechos de los palestinos locales no judíos. O sea, ni muy muy, ni tan tan.

La emisión de la declaración tuvo muchas consecuencias duraderas: tuvo influencia directa en la ejecución del Mandato de Palestina para Gran Bretaña (los Mandatos instituidos después de la Primera Guerra Mundial fueron algo así como el reparto del botín de guerra, y a Gran Bretaña le tocaron Irak y Palestina), y fue el origen del conflicto israelí-palestino, aún en curso y que parece interminable.

Esa estrategia de decir algo ambiguo, de no definir totalmente la posición propia, de prestarse a que el texto sea interpretado por una parte y por la otra de maneras diferentes, deja mucha tela para cortar.

Es como cuando los dos equipos se quejan por igual de un mal referee… ¿acaso eso quiere decir que dirigió bien?

 

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