Un hombre cabizbajo en un bosque cubierto de nieve. Un cuervo negro que presagia la fatalidad. Sólo si uno inspecciona más detenidamente el cuadro advierte el casco dorado distintivo del uniforme de la caballería de élite francesa y consigue redondear el significado de la obra característica de Caspar David Friedrich, uno de los románticos alemanes que se ocupó de la Batalla de Leipzig como trágico elemento configurador del nacionalismo alemán, en contraposición al nacionalismo francés. Este concepto basado en la confrontación nacionalista sigue marcando hoy en día la política europea.
La madrugada del 16 de octubre de 1813, un ejército aliado compuesto por Reino Unido, Rusia, España, Portugal, Suecia, Austria, Prusia y otros pequeños estados alemanes, lanzó 78.000 soldados desde el sur y otros 54.000 desde el norte contra las tropas napoleónicas instaladas en Leipzig. En total, los franceses contaban con 190.000 soldados, mientras que los aliados tenían casi 330.000. Los dos bandos reunían unos 250 cañones sobre el campo de batalla.
Napoleón contuvo el ataque sur, pero no fue capaz de romper las líneas enemigas y se produjo un esquema de batalla estancada que todavía hoy se estudia en las academias militares y que desencadenó el infierno. El número total de bajas en los cuatro días de batalla es incierto, aunque se estiman unos 100.000 muertos. Napoleón no ordenó la retirada hasta el atardecer del día 19 y la victoria aliada terminó con la presencia del Primer Imperio Francés al este del Rin. Napoleón nunca regresaría a Alemania.
‘Romanticismo sangriento’
Con motivo del aniversario, la ciudad de Leipzig se vuelca en actos conmemorativos y el Museo de Historia Militar de las Fuerzas Armadas de Dresde abre las puertas de la exposición ‘Blutige Romantik’ (Romanticismo sangriento), que revive los mitos y leyendas asociados a esta batalla y que propone una mirada en perspectiva, que prolonga el enfrentamiento con Francia hasta las imágenes en que Adolf Hitler, en la celebración de su último cumpleaños, impone condecoraciones a niños rubios de las Juventudes Hitlerianas, una escena que fue rodada también en Leipzig.
La exposición atestigua también los trabajos para dar sitio a cadáveres y heridos, que llevaron varios meses, así como el enorme impacto que la batalla tuvo sobre sus contemporáneos. Su influencia en el mundo de las letras y las artes dio lugar a una mentalidad nacionalista concentrada en la frase de Ernst Moritz Arndt, ideólogo y propagandista del nacionalismo alemán, que en referencia a Leipzig dijo aquello de “por eso podemos odiar tranquilamente a los franceses”.
La que fuera denominada ‘Batalla de las Naciones’, la mayor masacre conocida hasta aquel momento, es rememorada ahora en Alemania con el escalofrío que causa la constatación de lo profundamente arraigados que están los odios entre europeos y lo breve de este periodo de paz y concordia que tenemos la suerte de disfrutar nosotros, contrariamente a lo que han vivido tantas generaciones.