La balsa de la Medusa

En junio de 1816, zarpaba de Rochefort la fragata La Medusa, junto al “Loire”, el “Argus”, y la corbeta “Echo” con destino al puerto de Saint Louise en Senegal. La misión de esta expedición era aceptar la devolución de los británicos de la colonia de Senegal y proceder a la investigación del territorio tal como lo había hecho años antes Napoleón durante la conquista de Egipto. A tal fin, además del gobernador designado (el coronel Schmaltz) viajaban científicos y artesanos.

El elegido para dirigir esta expedición fue el Vizconde Hugues Duroy de Chaumereys, noble francés que a lo largo de los últimos 20 años poco había navegado ya que pasó ese tiempo exiliado. El retorno de la monarquía le dio la oportunidad de mando que la falta de experiencia le había negado. Justamente la impericia del capitán llevó a la Medusa a separarse de las naves escolta y encallar en el banco de Arena de Arguin, cerca de Mauritania.

Como los esfuerzos para liberar a la nave fueron infructuosos se decidió dejarla a su suerte y navegar con los botes y una balsa improvisadas los 60 kilómetros que los separaban de tierra firme.

Aunque La Medusa llevaba 400 personas a bordo (incluyendo los 160 tripulantes) sus botes solo tenían lugar para 250. A fin de dar espacio para todos, se improvisó una balsa de 20 x 7 metros con la finalidad de albergar a 146 hombres y una mujer que no tenían lugar en los botes.

Los siete botes trataron de remolcar a la balsa, pero los cabos se cortaron y quedó a la deriva. El capitán dejó a los pasajeros de la balsa librados a su suerte mientras buscaba su propia salvación.

La desesperación cundió entre los hombres agolpados en la balsa; la primera noche veinte de ellos murieron por suicidio o asesinato. Para el segundo día no había que comer y poco para beber. Desquiciados, sedientos y hambrientos, aquellos que tenían las armas asesinaron a los amotinados o a los más débiles para comerlos. La situación se prolongó por 13 días hasta que la balsa fue rescatada por el Argus. Entonces solo había 15 sobrevivientes.

La historia de este descalabro trascendió en Francia, como enrostrándole a la monarquía su tendencia a otorgar cargos por los títulos mobiliarios antes que por la idoneidad. Los periódicos de la época se hicieron eco de esta debacle que impresionó profundamente a Géricault, un nostálgico de las glorias napoleónicas. En esta enorme tela pinta el episodio de La Medusa como una alegoría a la decadencia de Francia. Cualquiera podía ser víctima de la incapacidad y los prejuicios elitistas.

El juego de luces sobre los cadáveres (que Géricault estudió detenidamente en una morgue) acentúa la desesperación de los náufragos. Curiosamente, uno de ellos es el retrato del pintor Eugène Delacroix, amigo de Géricault y autor de una de las pinturas icónicas del romanticismo, “La Libertad guiando al pueblo”.

Géricault estaba viviendo un momento muy particular de su existencia, ya que su familia había descubierto una relación impropia que el pintor mantenía con la esposa de su tío, una mujer joven y bella obligada a casarse con un hombre mayor. La mujer fue recluida en un convento y el pintor se encerró en su taller para terminar esta obra que no solo refleja la decadencia francesa, sino la zozobra interior del artista que poco tiempo después moriría en un accidente.

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